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Manual de desencanto para una vida digna 16

Por: Javier Orlando Muñoz Bastidas.

Precepto:

Es necesario realizar un riguroso proceso de destrucción de todas las verdades, en especial de aquellas verdades que nos han generado una identidad y una consciencia de sí mismos.

Hay que decirlo de forma clara: las verdades cumplen una función inmunológica fundamental en la existencia de los individuos y de las sociedades. Es más: nadie puede vivir sin un cierto nivel de verdad determinada.

¿Qué es una función inmunológica? Es aquella que tiene la capacidad de defender al individuo de la realidad. Las verdades defienden a los individuos de la realidad, al dar y otorgar una explicación a la misma. Aunque esa explicación sea falsa. De hecho, la explicación debe ser falsa, solo que el individuo y la sociedad la asumen como verdadera. Ahí está la función inmunológica: en asumir algo como verdadero, aunque sea falso. Toda verdad es un error que se asume como verdadero, para que pueda defender del caos de la realidad.

Pero, ¿por qué es necesario defenderse de la realidad? Porque la realidad es el caos fundamental, es decir: la posibilidad absoluta de lo nuevo, pero que no se puede ni comprender ni pensar. La realidad es la afirmación de lo imposible.

Es por esto que a la realidad no se la puede asumir en sí misma, sino que hay que darle un sentido para poderla comprender y controlar. El sentido que se le dé a la realidad, depende de la calidad de la fuerza con la que se la asume. Entre más débil sea un individuo y una sociedad, más radical debe ser la verdad que se determina. Entre más fuerte sea un individuo y una sociedad, más flexible es esa verdad. La verdad es el resultado de un ejercicio de expresión de las fuerzas de la consciencia.

¿Sería posible la destrucción de todas las verdades, en la expresión de una fuerza absoluta del individuo y la sociedad? Es probable que no, pero, al menos, se debe intentar. En eso consiste la dignidad de lo humano: en el intento y el esfuerzo del despliegue de las fuerzas integrales.

Asumamos, entonces, que la destrucción de todas las verdades es imposible, pero que lo debemos intentar. Para ese intento, se requiere hacer una re-construcción de todo el sistema de la sensibilidad y el pensamiento del individuo, para, a partir de ahí, hacer lo siguiente: 1. Identificar el nivel de fuerza en el que se está, 2. Identificar las verdades más importantes e influyentes de nuestra existencia, 3. Comprender aquello de lo que esas verdades nos están defendiendo en concreto, 4. Escribir con claridad y sin miedo lo que perderíamos, en la destrucción de esas verdades.

Hay que aceptar que es un ejercicio espiritual muy difícil, y mucho más en un contexto como el del mundo contemporáneo, en el que los individuos tienen una cada vez más creciente necesidad de verdades radicales. Por todos lados vemos el resurgimiento de nuevos fascismos y tiranías, como la del tecnofeudalismo. Los individuos están cada vez más estupidizados por las fake news, que se han convertido en las determinadoras de una nueva verdad algorítmica. Las ideas absurdas y radicales, son cada día más aceptadas y admiradas. Pero esto, lo que evidencia, es el debilitamiento interno de los individuos, generado en la crisis global de los valores fundamentales y superiores. ¿Qué es un valor fundamental y superior? Lo que permite una potenciación y una creación de sí del individuo. ¿Qué es un valor radical y fascista? El que somete al individuo desde una verdad incuestionable, y le impide el libre despliegue de su singularidad.

En el proceso de destrucción de todas las verdades, se anhela la construcción de un nuevo sistema de valoraciones, a partir de las cuales el individuo se pueda conocer y crear a sí mismo, y permita que los otros también lo hagan, en una interacción afectiva y honesta. Es necesario destruir todas las verdades, para crear nuevas valoraciones. ¿Cómo cuáles? Como: 1. La dignidad de todos los seres vivos, en la libre expresión de su individualidad, 2. La afirmación que la verdad es un proceso de creación continuo, que tiene como objetivo el aumento de la fuerza individual, 3. Que no es posible una verdad que sea válida para todos, 4. Que toda verdad es sólo un instrumento, y no un fin en sí mismo, y 5. Que todo individuo es único, diferente e irrepetible.

Es por todo lo anterior, que se deben estudiar muy despacio todas las verdades que han generado una identidad y una consciencia de sí mismos. ¿Por qué? Porque esas verdades no son propias, sino que se han impuesto desde un aparato de poder dominante, y porque esa consciencia de sí no es auténtica. Destruir la identidad y la consciencia de sí mismo, quiere decir transgredir al poder dominante que agencia e impone una verdad. El individuo requiere silencio y vacío, para empezar a escuchar su propia voz interna.

Práctica de desencanto:

Aprender el difícil y riguroso arte de dudar de todo lo que se presenta como verdadero, incluso de lo más importante y sagrado.

Práctica de dignificación:

Asumir el silencio interno como un ejercicio espiritual individual, desde el que se pueden destruir todas las verdades, para empezar un nuevo y superior proceso de creación.

¡Íncipit!

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