Luis Guillermo Jaramillo Echeverri – Universidad del Cauca
La universidad palpita por la relación que vivimos como comunidad a través de nuestros encuentros. Al interior de ella desempeñamos una labor educativa; pero, ¿qué entendemos por educación?; ¿qué significa educar? Etimológicamente viene del latín educere: dirigir o salir hacia afuera, conducir a alguien fuera de lo propio –más allá del lugar conocido y habitado–, empujarlo hacia lo extraño. Definición que evoca un exilio, una extranjería que lleva a otra relación, a otro encuentro. Todo acto educativo es una apuesta por un otro, una salida de sí, una travesía puesta en riesgo (Romano, 2012); experiencia originaria que se distancia de un aprendizaje instrumental y una racionalidad tecno-científica.
Educar es ex-ponerse, atreverse a salir de ciertos estados de confort, de normas refractarias que poco permean la vida de quienes hacen parte del acto educativo. Es una puesta en riesgo que posibilita la potencia de un pensamiento de acogida y una responsabilidad en aquello que enseñamos. En la educación somos, de cierta manera, responsables de la humanidad de los otros. En este sentido, existe una diferencia entre impartir reglas de manera repetitiva y entrar en con-tacto con la vida de las personas a las que enseñamos.
El filósofo de la educación Fernando Bárcena hace una distinción entre ser maestro y ser profesor: “el maestro, más que explicar o dar una clase teórica, lo que hace es mostrar lo que sabe haciéndolo. El discípulo aprende junto a él, porque aquí aprender no es imitar lo que el maestro hace, sino ejercitarse junto a él (…). El profesor es quien explica las reglas, los principios y las técnicas de una práctica que, muy posiblemente, él mismo no domine (…). La creencia en la facultad de poder explicar, y por tanto en poder enseñar, se sostiene en la eficacia misma con que podemos alcanzar a explicar las reglas que por experiencia aprendemos, mostramos, pero no decimos” (2006, p. 239).
El maestro no es un pedagogo que explica leyes; él dice lo que el contenido no alcanza a exponer por la sola virtud de su teoría. Al maestro no solo le preocupa el aprendizaje de un contenido o temática a orientar, le inquieta la fragilidad en el mismo acto de aprender, la manera como se ex-pone cuando no alcanza a comprender del todo lo enseñado, su extrañeza en la mirada, lo no comprendido en sus gestos. Para el maestro lo impartido no es solo su motivo de preocupación; eso lo hace el profesor, el experto en dictar fórmulas y leyes.
Al maestro le intranquiliza cómo señala, indica y comunica los contenidos de su materia; es decir, el viaje que emprende con el estudiante al momento de ingresar a clase. El cómo se recibe lo que da, la atención puesta desde un cuerpo que revela su hacer y saber. Atención que demanda una llegada que es a la vez una partida; en otros términos, la manera como en su enseñanza se hace cargo de los estudiantes. Esa es la labor del maestro, el que cuida y acoge no para constatar, vigilar o sancionar, sino para acompañar, alentar el alma y poner-se del lado de los más ex-puestos.
El maestro no da rodeos en su propio pensamiento, no elucubra ni divaga sin dar-se cuenta del contacto que establece con los otros. Diría Carlos Vasco, “el título de maestro no es para que se lo dé a uno la universidad, es para que uno se lo gane, y eso es lo que todos quisiéramos haber sido en la vida… maestros” (2018, p. 111). Es anhelo incesante, deseo trascendente, responsabilidad sin méritos y encuentro que fertiliza la razón.
Es a través de esta actitud abierta al mundo y al otro como podemos comprender la trascendencia de una educación que exige un manejo responsable de nuestras diferencias. La universidad posibilita estos encuentros pedagógicos; ello implica despojarnos de corazas que impiden la sensibilidad y la escucha, a fin de dar-nos en exposición a los estudiantes. Enseñar es ex-ponernos para-el-otro, salir de sí, dis-locarnos en posición de generosidad, en la diferencia, en el conflicto, en comprender que a pesar de los desacuerdos… no nos tratamos con indiferencia.
La educación es posibilidad de realización ética. Contingencias de voces que caminan los campus universitarios. Sentidos donde es posible no solo impartir una parte del mundo, sino también su humanidad. Existencias donde nos arriesguemos a recibir del otro lo que en virtud no podríamos recibir de nosotros mismos. Es imposible inventarnos el objeto de nuestra enseñanza… viene del otro, de nuestra apertura y despliegue hacia él.
Referencias
Bárcena, F.; Larrosa, J.; & Mèlich, J.C. (2006). Pensar la educación desde la experiencia. En revista portuguesa de pedagogía. Año 40-1, p. 233-259.
Romano, C. (2012). Acontecimiento y Mundo. Salamanca: Sígueme.
Vasco, C. E. (2018). Calidad de la educación, movimiento pedagógico. En: 21 voces. Historias de vida sobre 40 años de Educación en Colombia. (Herrera y Bayona-Rodríguez, Eds.). Bogotá: Universidad de los Andes.