Es preciso decir en esta columna que las cosas que con odio interior expande el señor presidente americano Donald Trump, no son buenas desde ningún ángulo desde el que se las mire.
Que persiga con saña y crueldad a los que en sus países no hayan podido encontrar la paz de un trabajo digno que les permita ver levantar a una familia y tengan, como el judío errante, que emprender su marcha por caminos tortuosos, con la esperanza de encontrar un sitio donde pudieren dejar la marcha y levantar tranquilos ese hogar de sus sueños, es resultado de un alma dura y cruel, que no hace parte de la política, sino del alma. Trump entonces no es ni un alma justa ni un hombre de noble sentimiento.
Lo mismo podría decirse acerca del impuesto abusivo de aranceles, que eleva a un veinticinco o cincuenta por ciento -o un poco menos como con la China-, todos los bienes que llegan a los Estados Unidos vía importación.
Es cruel y torpe, porque obviamente ese valor -el impuesto- se agrega al precio; y al subir éste, las ventas bajan y tanto la economía general, como la suya propia, se golpean en un juego de dominó conocido que se expande a otros renglones, creándose un gran sacudimiento, que a la postre golpea al mundo. Incluida, como primer soporte, a su propia nación (USA). Con la economía no se puede jugar como lo hiciera aquel aprendiz de brujo de la película inolvidable Fantasía, de Walt Disney. Es un juego diabólico que, sensatamente, uno no puede mirar bien.
Tampoco lo veo como un juego de la derecha que lleve a un loquillo como Petro a decir que eso es nazismo, porque siendo malos éstos (los nazis), jamás llegaron a esos extremos de impuestos exorbitantes y de estrangular las economías.
Desde luego que allí vio el loquillo de Petro su oportunidad política; y se puso al servicio de la China que intenta dominar al mundo conocido, pero que también se encuentra en dificultades internas de mercados que han estrechado su propia economía. Momento crítico.
Esta guerra que desata Trump, se extiende al planeta y hará que la propia potencia del extremo Oriente no pueda resistir. Entonces, los que la siguen con sentido oportunista como el presidente colombiano, tampoco encontrarán allí el lugar apropiado a su egolatría narcisista; y, rota la unidad de su propio grupo, tendrán que contar las estrellas como en aquel viejo tango, sin encontrar el refugio para su insaciable vanidad.
No son, pues, golpes para aplaudir los que propina el así mismo narcisista Trump. Ni deben provocar la borrachera de aquel domingo siniestro de locuras de Petro, agitado por el alcohol y algo más, que era evidente y ostensible. “Si quieres matarme, mátame …” le dice a Trump, pero después de un largo espacio lo convida a beber un whisky -pero invitado por Trump-.
Ah locura, dentro de la cual le metió la mano con sensatez la Saravia y el vacilado canciller Murillo. Y Álvaro Uribe, discreto pero eficaz salvó esa noche la situación.
Nos salvaron por el momento; pero el cuento no ha acabado. Sigue en el aumento del asperger narcisista del señor Petro. Entrampado por sí mismo en una reunión de gabinete antier, en la que mostró en ejercicio de sus funciones a su nuevo jefe de gabinete, Armando Benedetti, de quien nadie ha olvidado que le dijera a su insultada Laura: “Si yo hablo, todos nos vamos para la cárcel”. !Remember!
Ah, todo es el abuso irredento, del cual solo nos salva una buena memoria y un estado de conciencia colectiva, que todos recordamos, salvo aquellos que están detrás de la carnada. Los del poder que creen haber encontrado la lámpara de Aladino.




