HORACIO DORADO GÓMEZ – horaciodorado@hotmail.com
Unas pocas cuadras de estilo colonial le quedan a esta ciudad. Aquellos espacios de Popayán que eran acordes con la arquitectura y, parte fundamental de la herencia española, donde se congregaba ese modelo estético, presentando de igual forma, unidad, armonía y gracia, cada día se parece menos. Los inmuebles religiosos, públicos y casonas con patios interiores, de gruesos muros y portalones con elementos decorativos de hierro que fortalecían el desarrollo de la ciudad desde las dimensiones social, cultural, piadosa y calidad de vida de los ciudadanos, han perdido esas cualidades. Lentamente desaparece su valor nacional por desatender el sentimiento turístico y el ornato de la plaza principal que era parte importante de la cotidianidad, ofreciendo espacios para la recreación, el ejercicio, la socialización y la conexión con la naturaleza dentro del contorno histórico.
Tomo mi cabeza entre mis manos como gesto de desconsuelo, para opinar sobre el espacio público: calles, andenes, y la plaza central otrora lugar de encuentro, de socialización que lleva el nombre del único científico colombiano nacido en Popayán. Esa área ahora ocupada por mercaderes del intercambio de objetos, productos, alimentos y ceremoniales en “honor del dinero”, no para cubrir el déficit municipal ni mucho menos para revertirlo al interés de la comunidad. El centro histórico está inundado de ventorrillos, rompiendo el concepto de ciudad ideal, infringiendo la función paisajística, sin permitir optimizar la calidad del aire. Paradójicamente crece la proporción de la informalidad en los andenes, y aumenta el desempleo en las calles; pero la riqueza de la ciudad continúa oculta.
Quito el velo a mis ojos que me impide observar fidedignamente la techumbre de la Torre del Reloj, edificada entre 1673 y 1682, denominada “la nariz de Popayán”, y contemplo con tristeza que el reloj se niega a dar la hora porque el tiempo se detuvo en Popayán. “Túnel del tiempo” del que no salimos fácilmente. Ni siquiera intentamos alcanzar, porque hoy, estamos lejos de obtener. La relevancia de la torre la vuelve histórica, pues su origen inicial ya no se adapta a la sociedad que la rodea, aunque el valor cultural por el tipo de construcción reside en lo que nos comunica del pasado, por lo que su restauración se hace prioritaria. El casco histórico con sus edificios, día a día, pierden las características de arquitectura colonial. Son diversos y múltiples factores, que afectan al patrimonio cultural como: el paso del tiempo, desastres naturales, incendios y, desde luego, por el imperdonable descuido.
En tiempos recientes, los inmuebles adyacentes, adornados con grafitis, han sido rentados para distintos fines comerciales: restaurantes, tiendas, venta de chucherías, baratijas, marcando el estado de abandono. Incomprensible, la mente humana sufre de esa enfermedad denominada: “nomeimportismo urbano”, porque, ni el cambio de uso ni el abandono genera preocupación o debate alguno. En la sociedad actual, todo pasa sin que pase nada.
A diario brilla la negligencia por la desatención patrimonial, pues el corazón de la ciudad se desploma a pedazos. Son varios los incidentes causados por la ruina y caída de alerones y techumbres de unos cuantos inmuebles. La desidia de sus propietarios pone en peligro a la ciudadanía, que por fortuna no han dejado heridos. La situación es de cuidado, pues representa una amenaza latente para los transeúntes, ante el desacato de las normas de conservación del Patrimonio histórico. Tanto las autoridades como los dueños de los inmuebles con memoria histórica, saben y entienden que la omisión constituye una falta grave por lo que urge tomar medidas inaplazables de mantenimiento y conservación del patrimonio colectivo. Están en mora de propiciar espacios de diálogo para evidenciar y priorizar la reparación de inmuebles deteriorados: fachadas, aleros, tejados etc. La expresión: “mirando hacia otro lado”, significa pasividad de las autoridades para actuar ante semejante problema. Desvían la mirada también, a la acumulación permanente de residuos en las calles, deteriorando el paisaje, contaminando el aire y, disminuyendo la calidad de vida de los habitantes. De allí que, el compromiso y el reto eternizado de las autoridades, es impedir que se aturda la mente de los habitantes de la ciudad. Lograr cambios a corto plazo en estos aspectos, es lo más determinante para la reconstrucción de nuestra ciudad.
Civilidad: Proteger la vieja ciudad porque es el reflejo tangible de la historia, la cultura y la identidad de Popayán, conforman la base del patrimonio local y del turismo.