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Libros: “Un comedor de opio”, de Baudelaire

Por: Felipe Solarte Nates

Siguiendo la costumbre de escoger aleatoriamente libros que me llamen la atención, en una mesa de la biblioteca pública del Banco de la República, en Popayán, me topé con “Un comedor de opio” de Charles Baudelaire, (1821-1867) con presentación de Cristian Crusat, traducción de Carmen Artal y edición de Firmamento S.L. editores, 2021.

Desde que en mi juventud leí “las Flores del mar” y su poema “La Carroña”, en el que compara a la amada con una mortecina descomponiéndose al sol y devorada por los gusanos, este artista me atrapó por romper con la noción melosamente floripendiada, que en el medio y entre numerosos presuntos poetas, se tenía de la poesía.

Baudelaire, -hijo único criado con un refugio en el amor por su madre y conflictos con el militar de su padrastro, después de las conquistas napoleónicas fue testigo de la transformación de París en metrópoli futurista, diseñada por el arquitecto Haussman y de la mano del ingeniero Eiffel. También participó en las barrricadas de Paris de 1848, considerada la primera revolución obrera de la historia, luchando junto a los burgueses por el fin de la monarquía y la instauración de la República.

Considerado como el pionero de los “poetas malditos” , junto a Mallarmé y Arthur Rimbaud, se movió en mundos marginales, predominantemente nocturnos, alternando con las prostitutas y compartiendo con los artistas bohemios en los barrios antiguos amenazados y demolidos por la apertura de amplias avenidas y monumentales edificios, desarrollando nuevas formas de experimentación en la narrativa, poesía, pintura, escultura, música, teatro, la naciente fotografía, intentando escaparse del utilitarismo de los inventos, el lujo y la expansiva racionalidad capitalista.

En la obra “Un comedor de opio”, Baudelaire, parte de las “Confesiones de un opiófago inglés (1821) de Thomas de Quincey, obra que “marca el comienzo de la literatura drogada”, para marcar “el sentimiento del horror a la vida”, y “prefigura varios aspectos fundamentales de nuestra sensibilidad y alumbra de manera genuina el lirismo moderno por mor de su tratamiento del poema en prosa: urbano, sémicamente denso y articulado a partir de un principio de identificación que funde el paisaje externo con el interno”; según el prologuista Crusat.

Al hacer una traducción seleccionando apartes y comentando con mucha verosimilitud la obra del admirado autor inglés: “uno de los espíritus más originales, más auténticamente humorísticos de la vieja Inglaterra, sino también uno de los caracteres más afables, más caritativos que han honrado la historia de las letras”, según expresa Baudelaire, que con su sensibilidad de poeta anti romántico y simbolista se compenetra con ella, pues él, que también experimentó con el opio y otros estupefacientes, y conoció: tanto las maravillosas ensoñaciones que en las etapas iniciales de los viajes despiertan estas sustancias, como también los descensos a los abismos del horror que en forma de difusos y repetitivos fantasmas de paisajes y personas flotando aceleradamente en las mentes, se remueven en las prolongadas sesiones y sobredosis de consumo que llevan a expurgar, de los sinuosos archivos de nuestras neuronas, las efímeras alegrías y placeres secretos alternándose con miserias existenciales, con mayor fuerza durante las resacas, -como también sucede a los alcohólicos- cuando acompañando los temblores, angustias y sentimientos de culpa despertados en medio del horror, en medio de caídas a los abismos, vemos imágenes monstruosas y repetitivas, tanto con los ojos cerrados como abiertos, sobre todo al empezar a desaparecer los efectos, (delirium tremens), y encontrarnos ante el dilema de: seguir consumiendo para superar el “síndrome de abstinencia” o parar en seco para intentar reintegrarnos a la “normalidad cotidiana”.

Leyendo a “Un comedor de opio” recordé unos párrafos de “Que viva la música”, del novelista caleño Andrés Caicedo, cuando al sumergirse en el ambiente exterior e interior de un viaje drogado experimentado por un grupo de jóvenes encerrados en un apartamento escuchando rock y consumiendo marihuana y cocaína; en la mente de la protagonista empiezan a rondar veloces las imágenes y sentimientos de euforia y derrumbe, que girando entre atmosferas oscuras con el humo flotando, se alternan en sus pensamientos e imágenes entrecruzadas durante los viajes con sustancias que alteran las percepciones.

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