Walter Aldana Q.
Hace más o menos dos años no veo noticieros de televisión, ni escucho radio noticias. Desde ese tiempo miro selectivamente lo que en mi criterio tiene sentido leer en las redes sociales: nada que insulte a Uribe (él en sí mismo es una grosería), ni que le haga culto a la personalidad de Petro; soy militante del cambio, que poco a poco está ocurriendo como lo prueban las estadísticas, lo que no significa que estemos exentos de cometer errores tanto en la narrativa como en los hechos bien intencionados.
Escuchar a esos “grandes periodistas” ya no informar sino interpretar las noticias, sembrar cizaña en cada comentario, replicar una y otra vez sobre los hechos, especular y tergiversar sobre lo que consideran son los impactos de las políticas del cambio, es francamente intolerable. Como diría mi abuelita Laura Rosa: no les corre sangre por la cara, que falta de profesionalismo.
Y voy a poner dos ejemplos para hacerme entender mejor: calificar las reformas sociales como “reformas de Petro” y la participación política de la ciudadanía como la “consulta popular de Petro”, es desconocer la voz de las y los inconformes de abajo, como si no existiera un pueblo decidido a procurar el cambio. Al fin, el presidente se va y nosotros nos quedamos en los territorios, luchando día a día por una sociedad más justa y equitativa.
Un mandatario que se pone al lado de los más vulnerables socialmente, que hacemos uso del derecho de exigibilidad para el acceso a los servicios básicos y que reivindicamos la conquista del bienestar económico para el buen vivir, es señalado por esos grandes medios de “incomunicación” como incitador al odio, a la lucha de clases, a la violencia. Más de doscientos años de comodidad oligárquica están hoy cuestionados por una visión que exhorta el uso de la palabra por parte del constituyente primario, ante los oídos sordos de un desgastado congreso de la República. Una visión que está de acuerdo con impulsar el poder popular que otrora discurría por los cánones de la extra-institucionalidad como lo predicó el movimiento político A Luchar en las décadas del 80 y 90.
De alguna manera, aunque no lo comparto, entiendo que los dueños de los grandes medios de comunicación privados son quienes poseen el poder institucional, controlan el legislativo y lamentablemente manipulan a las altas cortes.
Que ese discurso maniqueo se instale en los medios de comunicación regionales es motivo de preocupación. El riesgo de que ello ocurra es evidente aquí donde nuestros amigos deben conseguir la pauta publicitaria para poder trabajar reproduciendo las noticias de las agencias de prensa, donde algunos de los representantes de la institucionalidad pública evalúan que tan bien o qué tan mal hablan de ellos para determinar el monto de la pauta a través de las empresas en lo local y lo regional.
Nosotros seguiremos creyendo, que la voz del pueblo es la voz de Dios, tal como lo dice nuestra constitución política, como lo hice cuando ejercí como alcalde encargado en Guapi aplicando la máxima de “mandar obedeciendo”. Es lo que hace Gustavo Petro con la plena seguridad de que “el pueblo habla, el pueblo manda”.