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Las Bienaventuranzas: La Cédula del Cristiano

Por: Jesús Fernando Vega

Las Bienaventuranzas son el camino de vida que Jesús propone a quienes lo siguen. No se trata solo de un ideal, sino de una invitación concreta a vivir según los valores del Evangelio, en contraste con la lógica del mundo.

Jesús comienza declarando Bienaventurados los pobres de espíritu, es decir, aquellos que no ponen su seguridad en la riqueza material, sino en Dios. Un corazón lleno de soberbia y autosuficiencia no tiene espacio para la Palabra de Dios. En cambio, quienes reconocen su necesidad espiritual están abiertos a recibir su gracia.

Luego, proclama que Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. La sociedad nos dice que el éxito y la diversión son lo único importante, pero nos hace ignorar el sufrimiento de quienes padecen violencia, enfermedad o pérdidas irreparables. Jesús nos llama a no cerrar los ojos ante el dolor del prójimo, sino a sentir compasión y encontrar consuelo en Él.

En un mundo de guerras y conflictos, Jesús ensalza a los mansos, aquellos que responden con paz en lugar de odio. La violencia y la disputa por bienes materiales carecen de sentido cuando comprendemos que lo único que nos llevamos de esta vida es el amor que sembramos.

También proclama Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. La corrupción y la impunidad generan sufrimiento, y es fácil callar o adaptarse a la injusticia. Pero Jesús llama a luchar por la verdad y a no ser cómplices del mal. Callar ante el abuso y la opresión es negar el Evangelio.

Otra clave es la misericordia: Bienaventurados los misericordiosos, porque hallarán misericordia. Jesús nos enseña a perdonar y a comprender los errores ajenos. Si Dios nos ha perdonado, ¿por qué no hacer lo mismo con los demás? La venganza solo genera más sufrimiento, mientras que el perdón libera el alma.

Jesús también exalta a los limpios de corazón, aquellos que viven con sinceridad, sin hipocresía ni doblez. Un corazón puro ama con generosidad, sin buscar beneficios personales.

Además, proclama bienaventurados a los que trabajan por la paz. La paz no se logra solo con tratados o acuerdos, sino desde la vida cotidiana. Ser pacificador implica vivir sin resentimientos, sin alimentar divisiones y promoviendo la reconciliación.

Las Bienaventuranzas son un llamado a actuar. Jesús nos recuerda que seremos juzgados por el amor que hemos dado: alimentar al hambriento, saciar la sed del necesitado, visitar al enfermo y acompañar a los que sufren. No basta con conocer su enseñanza, es necesario vivirla.

Dios no está lejos del dolor humano. Su cercanía es la respuesta al miedo a la soledad y la desesperanza. A través de su Palabra, nos recuerda que nunca estamos abandonados.

Antes de proclamar las Bienaventuranzas, Jesús sube a la montaña, un gesto que en la Biblia simboliza el encuentro con Dios. Moisés lo hacía en el Antiguo Testamento, y Jesús sigue esa tradición, enseñando que la vida cristiana requiere momentos de oración y cercanía con el Padre.

El Papa Francisco señala que las Bienaventuranzas son paradójicas: el mundo dice que la felicidad está en el éxito, la riqueza y el reconocimiento, pero Jesús enseña lo contrario. La verdadera felicidad no se encuentra en acumular bienes o recibir aplausos, sino en vivir con humildad, justicia y amor.

El discípulo de Jesús acepta este desafío y deja que su vida sea transformada. No es Dios quien debe adaptarse a nuestros deseos, sino que nosotros debemos entrar en su lógica de amor. Este camino no siempre es fácil, pero está lleno de alegría, porque la felicidad verdadera viene de Dios.

Las Bienaventuranzas nos invitan a liberarnos del egoísmo y a descubrir que la paz y el amor son la mayor recompensa. Al final, ser cristiano no es solo saber de memoria estas enseñanzas, sino hacerlas vida cada día.

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