Mg. Carlos Horacio Gómez Quintero.
Desconcertante y siniestro, todo cuanto está sucediendo en nuestras patrias grande y chica y que, a todos, sin lugar a dudas, nos han sumido en una especie de letargo del cual necesariamente debemos despertar. Es absolutamente incomprensible que, a la luz de los hechos que sacuden la cotidianidad, bien sea, con expresiones de irracional violencia propiciados por los actores del mal o bien sea, con actuaciones oficiales incomprensibles propiciados por quienes detentan el poder, la sociedad se haya polarizado de una manera tan ruin que, prácticamente se está normalizando todo cuanto sucede en razón de endilgarnos responsabilidades los unos a los otros. Y lo mas grave es que la situación tiende a empeorar, toda vez que en la medida en que se avecina el advenimiento o llegada de una nueva campaña política que seleccione al Ejecutivo Nacional y al Legislativo, se abonan las expectativas de los ciudadanos sobre el destino que ha de llegar para nuestro atribulado y mancillado país. El enfrentamiento entre las dos tendencias opuestas que día a día caldean los ánimos (alentado cada vez más por las actitudes sectarias y vociferantes de cada sector y por los mensajes mediáticos expresados sin rubor alguno), ratifica la necesidad de empezar a estructurar muy seguramente, una o unas nuevas fuerzas y nuevos líderazgos con capacidad suficiente y probada para dirigir procesos de gobierno y de legislación favorable a los intereses del país y de nuestras regiones, que por lo demás deben ser totalmente diferentes a lo que en la actualidad se está promoviendo. En el colectivo mayoritario de ciudadanos expectantes, se dice y afirma que hacen falta esa clase de líderes, pero fundamentalmente lo que hacen falta son verdaderos estadistas, es decir aquellos personajes capaces de comprender el pensar y sentir de los grupos sociales heterogéneos, capaces de actuar en función de satisfacer esas aspiraciones y desde luego, capaces de enfrentar las dificultades y desafíos en el ejercicio del poder con visión futurista y sin necesidad de escarbar tendenciosamente los hechos del pasado. En suma, lo que estoy planteando es que debemos actuar desde ya, en la instauración de una suerte de cultura política que fomente el pensamiento crítico, que valore la integridad, la visión a largo plazo y el compromiso con el bien común, si es que definitivamente queremos salir del caos en el cual estamos y que antes de ofrecernos escenarios optimistas de paz y desarrollo, lo que nos están anticipando es más oportunidades de dolor y marginalidad.
La aseveración planteada tiene una génesis fácil de explicar y de entender: Esta Semana Santa ha sido una semana de pasiones y de dolor. Pasiones terribles y agobiantes como la maldad, la violencia y el terrorismo. Dolores como la muerte de inocentes, el ataque aleve a la institucionalidad, las afrentas hacia la sociedad, las burlas ante la esperanza, el menosprecio de la vida y del futuro. Ha sido igualmente la prolongación de una ola de execrables hachos propiciados por unas fuerzas beligerantes desprovistas de ideologías y cargada de intereses por seguir amasando fortunas y aplicando abusivos esquemas de poder construidos con la fuerza de las armas. Ha sido, además, el producto de una serie de desaciertos provenientes de una bien intencionada política de paz total, pero pésimamente colocada en práctica por parte de un gobernante que, lejos de serlo, o al menos aparentarlo, ha optado por convertirse en un mesías que pretende derrocar todo lo instituido para imponer lo que su ideario contempla. En esa loca carrera hacia el abismo, la opinión se ha visto forzada a tomar alineación frente a uno de los dos bandos que rigen equivocadamente la opinión. Nos hemos vuelto un país de buenos y malos, de uribestias y petroburros, de derechistas incapaces y de progresistas infalibles, de sepultureros del proceso de paz y de abanderados de su vigencia, en fin, de ciudadanos que no pueden opinar sobre nada y/o actuar frente a lo que consideren necesario hacerlo, porque inmediatamente les va a caer encima la crítica despiadada y la descalificación que hiere y lastima. En esa amalgama de desaciertos y mezquindades, lo cierto es que se ha dejado a un lado lo que efectivamente se debe hacer en función de la vigencia plena del Estado Social de Derecho y en tal sentido las respuestas, además de ser inoportunas en términos de presencia física, personal y de gobernantes, no han dejado de ser la oportunidad para lanzar las frases de cajón acostumbradas para anunciar inocuas y tardías medidas en Los Consejos de Seguridad e insulsas respuestas de orden adoptadas en los tristemente famosos PMU, sin dejar de lado por supuesto, la transformación de las autoridades en figurillas de cocktail y de poses fotográficas repetidas sin cesar. Y si faltara algo, en esta ocasión, el silencio desde las esferas centrales del poder fue una constante que, solo se rompió, para anunciar la suspensión de procedimientos militares en contra de quienes, como verdugos, acaban con la sociedad.
Independientemente de lo que cual pueda estar pensando frente a lo ocurrido, lo cierto es que esto no puede seguir siendo la constante en la vida del Cauca y de Colombia en general. Requerimos líderes estadistas de verdad, que en lo nacional, regional y local actúen sin menoscabar el orden instituido, que dialoguen con todos los sectores interesados para impulsar las acciones de gobierno, que hagan uso y alarde de la autoridad para que sean hechos ciertos los derechos que nos asisten, que entiendan el papel de gobernante mucho más allá de la administración mezquina de los recursos disponibles, que hagan de la pulcritud y la honestidad las bases de los procesos de gestión y que impulsen acciones de liderazgo capaces de legitimar la presencia misma de la autoridad, entre otras grandes acciones. A eso o algo parecido debemos llegar. Claro está que no se deben repetir experiencias aciagas del pasado y del presente y claro está que no se debe olvidar, nuestra condición de sociedad brillante, capaz, sensible y portadora de los mejores impulsos para seguir adelante cultivando el bien común y socia ideal para lo pretendido.
Por todo lo dicho y afirmado es que se debe insistir en el aparecimiento de lideres que ejerzan como estadistas. El Estadista es un calificativo difícil de definir. Las ciencias sociales proporcionan elementos para descubrir su estatura histórica y la trascendencia positiva para el bien de las futuras generaciones. La aproximación a la comprensión de su labor, las formas mediante las cuales asume sus responsabilidades y las consecuencias de sus decisiones, ayuda a explicarlo: Ellos brillan por su visión e intuición del futuro. Su papel en la conducción de responsabilidades es de gran importancia, pues no solo es un líder político, sino un visionario capaz de tomar decisiones difíciles y oportunas, incluso en situaciones de incertidumbre o presión. Eso exige tener un conocimiento profundo de la realidad del entorno, así como experiencia en la gestión de asuntos públicos, más allá de la mera visión política.
La figura de ese líder estadista pareciera cada vez más esquiva en el panorama político contemporáneo. Diversos factores y razones lo explican, como por ejemplo los mismos cambios en la sociedad y hasta las exigencias de la política moderna. La polarización y la fragmentación de la opinión pública dificultan la construcción de consensos y la adopción de visiones a largo plazo. La creciente individualización y el declive de las ideologías tradicionales pueden erosionar el compromiso con proyectos colectivos. La desconfianza en las instituciones y la percepción de corrupción pueden desalentar la participación política y el surgimiento de líderes íntegros. No otra cosa revela la conversión de la política en un negocio y en un espectáculo mediático, donde la imagen y el carisma pueden primar sobre la sustancia y la experiencia. Si bien la especialización es necesaria, un exceso de tecnocracia puede alejar a los líderes estadistas de la realidad social y dificultar la conexión con los ciudadanos. Es fundamental, entonces, encontrar un equilibrio entre el conocimiento técnico y la capacidad de liderazgo político, la visión estratégica y la habilidad para construir consensos. No se trata de un fenómeno nuevo. Las realidades actuales plantean desafíos inéditos. En consecuencia, es un imperativo el apoyo al desarrollo de liderazgos que puedan combinar tanto la experiencia técnica, como la visión política y social. No hay que desfallecer. Tenemos la obligación ética de avanzar en ello.