JESÚS ASTAÍZA MOSQUERA.
Dígase lo que se diga noviembre es el mes que le abre espacio a diciembre para que entren rutilantes los colores y las luces. La humanidad se adelanta como si quisiera no abandonar jamás la esperanza de encontrar la felicidad para traerla al presente y sentir el milagro de nuevos aires en las pequeñas cosas que llenan el vacío del corazón con un detalle o la generosa palabra que reverdece y sacude el cuerpo al son de villancicos, cantares y tamboras mientras los regalitos esperan ser destapados para dejarnos el mensaje encendido del amor.
Tantos años han pasado desde que el humilde Niñito naciera para proponernos la armonía y la paz en forma tan elocuente que se arraigó en la humanidad al innovar y adaptar nuevas costumbres sin olvidar ese maravilloso pasado de fidelidad a las centenarias tradiciones, impregnadas de leyenda y de calor humanos, sin importarnos el vértigo de la vida moderna, las exigencias del tiempo y del trabajo.
Casi todos los pueblos tienen maneras particulares de expresar el júbilo de la navidad: una rosquilla entregada con cariño hasta la comida más frugal, reflejan el regocijo infantil, la unión familiar y social vinculados a esa inolvidable espíritu de fiesta.
Traigo a la memoria aquella joven que recién graduada la nombraron en una escuelita veredal donde la noche obligaba a acostarse más temprano y levantarse al despuntar el día. Había un parquecito con dos bancas descoloridas, unas casitas unidas por los solares y unos vecinos que se asomaban de vez en cuando para ver quien llegaba o los caminantes que pasaban sin detenerse El paisaje aunque bello dejaba una sensación de nostalgia.
La recibió amablemente la señora que le habían recomendado, no obstante que su esposo mostró descontento ante su juventud. Una casa vacía le sirvió de vivienda y allí tardes enteras miraba lejanas las lucecitas de la ciudad que titilaban como un inmenso árbol de navidad.
Los primeros alumnos fueron pocos pero ella se dio sus habilidades y sus mañas para crear un buen ambiente. Al poco tiempo organizó el restaurante escolar que incidió para aumentar el número de alumnos a quienes empezó a enseñarles las materias básicas, sencillas canciones, villancicos y enfrentar los miedos con bailes, dramas y preparación de comitivas donde cada quien aportaba un producto para los viernes culturales.
La joven maestra no hacía otra cosa que no fuera su trabajo, como le indicara su madre. Únicamente le interesaba el aprendizaje, las buenas maneras y la superación. Una vez llegó una persona y fríamente se sentó a escucharla. Luego le preguntó su nombre y se marchó. Algunos padres de familia algo maliciosos empezaron a cuidar a sus hijos para evitar cualquier tropiezo. A los días llegó el mismo personaje y dejó recomendada a la profesora una hermosa niñita de grandes ojos verdes para que la mantuviera en su casa y solamente la llamara con el nombre de Nenita.
Llegó la navidad y la profesora inició los preparativos. Entre las alumnas estaba Valentina, espigada y bonita, con quien congenió y aprendió a hacer infinidad de figuritas de papel pues poseía una gran creatividad y habilidad para elaborarlas y unas manitas prodigiosas para tocar con instrumentos sencillas canciones que había aprendido en sus iniciales clases de violín. Un sueño por la vida nacía. La felicidad empezaba a anidarse en la comunidad.
Un viernes llegaron hombres armados a la escuela. Reunieron al grupo y entre otras cosas tomaron los nombres de varios niños. La profesora por primera vez temblaba y sacando fuerzas los invitó a almorzar con los alimentos de la comitiva. De pronto llegó el personaje que hacía unos meses había dejado la niña.
El que recogió los nombres lo primero que hizo fue saludarlo militarmente y pasarle la lista. La miró…movió la cabeza y se la echó al bolsillo de la chaqueta.
La profesora guardó silencio, pero recobró su ánimo y lo invitó al salón donde unas niñas con inocente frescura acomodaban figuritas de navidad en un pesebre alrededor de un Niño Dios que sonreía en brazos de su madre. La Nenita al verlo salió corriendo y lo abrazó con inmensa ternura. Lo llevó a su pupitre, y haciendo dobleces a un papelito blanco, tal como le había enseñado su amiguita, elaboró la figura de una paloma y feliz se la regaló. Luego fue donde estaba Valentina y se la presentó. Ella, me enseñó. Es de mi confianza, agregó. La niña ingenuamente lo saludo: ¡hola! Sonrió y le pasó cálidamente la mano.
Tantas cosas pasaron por su mente. Qué profundos sentimientos removió. Era el comandante del grupo, cogió el listado que le había pasado el subalterno y lo rompió.
-¡Nos vamos, ordenó¡
Cargó a la niña y la besó…abrazó a Valentina y a la profesora. Me la cuidan…murmuró. Aquí se las dejo… Sin pensarlo brotó un aplauso general. A lo lejos cantaba un gallo y un villancico acompañó el tremendo momento cuando los padres ya venían echándose la bendición.