Padre Jesús Fernando Vega Muñoz Pbro
Pedro, Santiago y Juan suben con el señor al monte tambor, mientras oraba el aspecto de su rostro cambió y su vestido se volvió blanco y resplandeciente. Y junto a Jesús estaba Moisés y Elías. Se escucha la voz del cielo. Este es mi Hijo amado, mi predilecto, escuchenlo.
Es la segunda vez que resuenan estas palabras sobre Cristo, por segunda vez da testimonio de Él la voz de lo alto, la primera vez en el río Jordan en el momento del bautismo de Jesús.
Dios había manifestado al pueblo su voluntad, entregando Moisés la ley esculpida en piedras, las vestiduras de un blanco deslumbrante de nuestro Señor recuerdan a Moisés envuelto en la luz, cuando hablaba con Dios en la montaña, él representa la ley recibida por el Señor y Elías a todos los profetas de la antigua alianza, ambos se aparecen delante de la mirada de los tres discípulos del maestro, el escenario está dispuesto para que acontezca la manifestación, de lo que es el centro de nuestra fe. Cristo es el hijo de Dios que por nuestra redención padeció, murió en la cruz y resucitó al tercer día, del cual el padre proclama: Este es mi hijo amado, escúchelo. Como creyentes nos cuesta entender la buena noticia de la salvación, esclarece los hechos, luego de la visión, solo se veía a Jesús y a nadie más, pues sus obras y sus palabras son el centro de nuestra experiencia de fe, porque tenemos la plena certeza que el señor es nuestro auxilio y escudo.
La montaña, implica esfuerzo, empeño, purificación. Alcanzar la cima implica superación. Al mismo tiempo la montaña es lugar de búsqueda, encuentro y escucha con nosotros mismos y con Dios.
Nos dice SS el Papa Francisco : El tiempo fuerte de la Cuaresma es una oportunidad en este sentido. Es un período en el que Dios quiere despertarnos del letargo interior, de esta somnolencia que no deja que el Espíritu se exprese. Porque no lo olvidemos nunca mantener el corazón despierto no depende solo de nosotros: es una gracia, y hay que pedirla. Los tres discípulos del Evangelio así lo demuestran: eran buenos, habían seguido a Jesús al monte, pero solo con sus fuerzas no conseguían mantenerse despiertos. Nos sucede también a nosotros. Pero se despiertan justo durante la Transfiguración. Podemos pensar que fue la luz de Jesús la que los despertó. Como ellos, también nosotros necesitamos la luz de Dios, que nos hace ver las cosas de otra manera; nos atrae, nos despierta, reaviva el deseo y la fuerza de rezar, de mirar dentro de nosotros y dedicar tiempo a los demás. Podemos vencer la fatiga del cuerpo con la fuerza del Espíritu de Dios. Y cuando no podamos superar esto, debemos decirle al Espíritu Santo: “Ayúdanos. Ven, ven Espíritu Santo. Ayúdame: quiero encontrar a Jesús, quiero estar atento, despierto”. Pedirle al Espíritu Santo que nos saque de esta somnolencia que nos impide rezar.