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La hermanita Eneyda

Por: Harold Mosquera Rivas

El pasado 17 de diciembre de 2024 con ocasión de las fiestas de navidad, fui invitado a compartir en el convento de las Hermanas de la Anunciación en una sede de la orden en el sector de El Carmelo en el Municipio de candelaria Valle. La hermanita Eneyda Ballesteros, quien fuera docente de mi hija Ana maría en el colegio Nuestra Señora de la Anunciación, se encuentra retirada del servicio junto a otras hermanas en esa sede.

Nuestra amiga me presentó una a una a las otras religiosas, casi todas, con más de 80 años y algunas próximas a los 100. La mayoría requieren de silla de ruedas o caminador y unas cuantas, al parecer por vanidad, solo utilizan un bastón. Me contaron que venían de Córdoba, el Huila, Caldas, Boyacá, Santander del Sur, Valle del Cauca y casi la mitad del departamento de Antioquia.

Compartimos poemas, canciones e historias de vida. Una de ellas refirió que tuvo cinco novios en su juventud y después de rechazarlos a todos, decidió que su destino era servir al señor. Otra comentó que siempre le gustó la danza, pero pudo más el llamado del señor. Al final me invitó a compartir dos piezas de baile, para deleite de sus compañeras, que nos aplaudieron con entusiasmo.

Para terminar, les compartí una torta, unos jugos y un helado que les había llevado. En ese momento, la enfermera encargada de cuidarlas y atenderlas, les recordó que unas tenían problemas de diabetes, otras respiratorios, otra de presión y pretendió impedir que comieran más de la cuenta.

Ante esta situación, pregunté a una de las hermanas que pedía repetir torta, cuál era su edad. Ella manifestó que contaba 97 años, ante lo cual le señalé a la enfermera que, a una persona que llegaba viva y lúcida a esa edad, no se le debía prohibir nada, pues era tanta la alegría con la que se estaban comiendo esas golosinas, que bien justificaban asumir el riesgo de una pequeña afectación de su salud.

Al final, todas las que quisieron, repitieron torta, helado y jugo. Después de despedirme de cada una de ellas, con un abrazo y un beso, comprendí la razón de su particular comportamiento. Después de servir por toda una vida al señor, esos últimos años de retiro, lejos de la familia de sangre, aparecen los comportamientos propios de las personas mayores, que se vuelven a veces tercas, caprichosas, controversiales e inestables, procurando de manera inconsciente, llamar la atención de quienes les rodean, para no convertirse en olvido.

A esas hermanitas y a todas las personas de su edad y condición, se les debe dedicar tiempo, darles cariño, recordarles y hacerles sentir lo importantes que han sido y serán hasta el último de sus días. Espero volver pronto a cantar con ellas, a compartir poemas e historias en procura de mantener vigentes sus memorias, pues sin lugar a dudas es una bendición el poder ingresar a un espacio de vida tan especial y maravilloso.

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