jueves, junio 19, 2025
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La guerra y la paz

JESÚS ASTAÍZA MOSQUERA.

Al final de todas las historias de las confrontaciones solamente quedan como secuelas estremecedoras las heridas, los resentimientos y las exclusiones, que el olvido no alcanza a borrar. Por otra parte, cuando se experimenta la paz, crece la confianza del brazo de la esperanza, retorna la sonrisa de los inocentes y el corazón abre sin temores sus ventanas al encuentro feliz.

En el conflicto, las personas muestran desconocidas facetas instintivas porque se piensa con las vísceras y se actúa con la pasión. No se ponderan las actitudes y aparecen la indiferencia o el enfrentamiento para encadenar la paz. Da la dolorosa impresión que no interesan los muertos, los inválidos, las viudas ni los huérfanos ni las lágrimas ni la destrucción. Como tampoco los desprotegidos de toda condición social, los desempleados que cargan su nostalgia, y la nueva pobreza que se arrastra por calles o deja ver apenas el rostro del sufrimiento a través de las vidrieras. Es la deshumanización que lastima y corroe el alma porque se nos ha inculcado la competencia egoísta, el individualismo frío sin brizna de misericordia, dejando a cada quien la carga de su cruz y el defenderse como pueda.

Más de uno estamos sumergidos en este limbo descorazonador donde la vergüenza y la indignación se esconden en las nieblas del “no me incumbe y no es conmigo”. Vegetamos al amparo de servicios mutuos y por ello las cosas fluyen en el silencio de la complicidad porque desde nuestra comodidad consideramos asegurados el presente y el futuro, que en un momento determinado se puede convertir en engañoso. La metodología de la actitud espectadora o tibia del diario acontecer no siempre es aconsejable en los momentos vitales.

No podemos seguir mirando los acontecimientos con indiferencia. Lo malo es malo, y en eso la sociedad y la justicia deben ser claras, justas y ajenas a cualquier tipo de prerrogativas. Los que con conocimientos, poder, autoridad, callan u ocultan sus sentencias, tan necesarias en los momentos cruciales de la historia, en cierta forma son culpables de la situación.

En el enfrentamiento obran los simpatizantes del conflicto. Los que lo atizan, con redes incendiarias o posiciones tercas y los que actúan sin pensar en el daño ocasionado. La vertiente de la vida en la dinámica de los acontecimientos siempre se mueve entre orillas contrarias y desafortunadamente la verdad es la víctima. La democracia es golpeada para menoscabar su sana aplicabilidad dentro de la independencia de la ley, la libertad, la igualdad y todo por no escuchar las otras voces, por rodearse de los que no son y maquillan la realidad para facilitar los desaciertos que con buena voluntad se pueden subsanar.

El milagro del entendimiento débilmente se asoma para indicarnos que el parapeto de la fuerza en la resolución de problemas, no ha hecho sino alargar las penurias, acercarnos más a la disolución y demostrar la rotunda inutilidad de la confrontación. Entendemos muy bien que los acuerdos no determinan las causas verdaderas, pero al menos restan en la cuenta de las dificultades. Eliminar o evitar un factor de riesgo, siempre es mejor que tenerlo y los beneficios sociales son invaluables por pequeños que sean y eso es la recompensa.

Qué bueno empezar a frenar el fuego de las palabras de quienes orondamente se ubican en los extremos fungiendo de pacíficos y alentar a los que desde sus posiciones pueden interponer sus sanos oficios para convertirse en gestores de convivencia y paz. Dadas las actuales circunstancias, los que creen en las vías de hecho, no piensan en los daños colaterales que a la larga a ellos mismos perjudican porque se ganan la desconfianza, la inquina, la ira y el odio..

Sin embargo, están floreciendo seres sensibles que abogan por aquellos campesinos que han rayado sus carnes en las cercas de púas y han dejado su sangre en el viacrucis de la violencia. Los dueños de propiedades que las han abandonado o vendido a precios ínfimos por temor y los que. a pesar de las amenazas se resisten a dejarlas. Los que han perdido sus familias y lloran sus muertos, los inválidos por las minas y los que ahogados por el pavor sienten aprisionada su libertad para desplazarse por los campos y ciudades. Ellos, como tantas personas de buena voluntad, estamos convencidos que la mejor salida es dialogar y aferrarnos como el niño indefenso al seno maternal de la ternura..

Conocido es que la mejor pelea es la que no se hace, o saberla terminar en el momento adecuado es la mejor decisión y el signo más valiente de sabiduría. En un mundo donde la polifonía, la multiplicidad, la policromía partidista, son la real diversidad, la armonía es el único camino a la supervivencia y convivencia pacíficas. Ella se consigue por la verdad en el diálogo y el perdón en la práctica, por los acuerdos razonables, el compartir desinteresado, el amor, la solidaridad, el respeto por el otro, por su vida, su familia, sus sentimientos y creencias, sus bienes y derechos.

Los problemas no se van a acabar ni todos van a quedar satisfechos, pero con esta cruel experiencia es mejor luchar con las palabras de medido tono y ponderado alcance. Bien lo decía ERASMO DE ROTTERDAM: “la paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa”. O como sabiamente decían nuestros abuelos “es mejor un mal arreglo que un buen pleito”. El poeta AMADO NERVO escribía: “Hay algo tan necesario como el pan de cada día, y es la PAZ de cada día; la PAZ sin la cual es mismo pan es amargo”. Qué bueno es recordar que de tu paz y de mi paz depende la paz de los demás.

 

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