Luis Guillermo Jaramillo Echeverri – Universidad del Cauca
«Lo difícil no es celebrar una fiesta,
sino encontrar quienes se alegren con ella».
Estas palabras de Nietzsche, citadas por Pieper (1984), nos dicen que todo acto de celebración no posee por sí mismo un carácter festivo. Deben existir otras condiciones para que una fiesta goce de ser algo más que una solemnidad, el recuerdo de una fecha o tradición anual. Festividad que puede estar presente aun en medio de la nostalgia, la melancolía y la gratitud –que es también gratuidad–. Pieper nos recuerda algunas posibilidades existenciales de la fiesta que permite vivirla como algo que excede una celebración.
Para empezar se pregunta si “«celebrar una fiesta» ¿no es lo mismo que concederse un día bueno?” (p. 261); pregunta que entraña profundidad, en tanto dirige la mirada a algo distinto al trabajo. Tener un día bueno, de fiesta, es la oportunidad de ver nuestra existencia; actitud contemplativa en la que somos conscientes de lo realizado. En medio del trajín laboral vivimos y sufrimos con nuestros seres más próximos, somos testigos de sus logros, así como de sus pérdidas. La fiesta entraña un día bueno para agradecer, para contemplar la belleza y saber que lo vivido no solo fue producción y eficiencia.
Carecer de esta contemplación es perder la esencia de estos días que se nos regalan como buenos. De ahí que para Pieper “la pura diversión y el «jaleo» no hace la fiesta; en cambio puede muy bien echarla a perder” (p. 163); esto no quiere decir que sea solo recogimiento, más bien es una invitación a “una actitud de espera”, a mirar hacia otra parte y no solo al puro divertimento y acción sin sentido. Es regalarnos momentos para descansar.
El descanso o los «días de descanso» son otra posibilidad en estos tiempos festivos. Pieper aclara que descansar no es solo una pausa «neutral» luego del trabajo, como si fuera un eslabón entre jornadas laborales. Descansar implica, por unos días, una renuncia voluntaria a la vida lucrativa, una retirada del rendimiento laboral. Darnos la oportunidad de ser y hacer algo distinto: leer un libro, caminar sin más, conversar y compartir sin prisa… descansar de hacer y, sobre todo, de ser. Dejar por un momento el rol social asignado o asumido para sentir que somos mucho más que una profesión tipificada; o sea, pensarnos más allá de los estereotipos impuestos.
La fiesta “es esencialmente un fenómeno de riqueza; no de dinero, sino de riqueza existencial. A su idiosincrasia pertenece el no contar ni calcular, y aun el derroche” (Pieper, p. 164). Permitirnos el derroche de la gracia: aceptar la pérdida de soltar el “tener que” y “hacer que”. En los tiempos que vivimos se percibe una dinámica no solo calculadora sino también comercial, llena de ostentación y adorno que desvirtúa el sentido de la fiesta. “La plétora de luces que adornan nuestro comercio en época de Navidad no deja de ser, en definitiva, un lujo mezquino, sin verdadero «brillo»” (p. 165). No es que los tiempos de festividad deban estar ausentes de luces; pero para que haya fiesta se requiere de un descentramiento del ser… poner la mirada en personas de carne y hueso con quienes experimentamos bondad y alegría. Allí radica la verdadera luminosidad, en ver su rostro.
Bondad y la alegría son partes ineludibles de los días festivos. Para Levinas (2012) la bondad es expresión de lo deseado; generosidad sin límites donde esta no colma el deseo, por el contrario, lo ahonda aún más (p. 28). La celebración y el jolgorio se alejan de un ser como centro gravitacional sobre el cual gira su existencia, sus ocupaciones, sus éxitos y hazañas… incluso los otros, para situarse en la bondad de un ser vaciado de sí, “que no acaba de vaciarse y que se confirma, precisamente, en este incesante esfuerzo de vaciarse.” (p. 278); un ser descentrado por amor a los otros. No es entonces un ser de bondad sino la bondad del ser. Bondad que permite ver, en medio de la fiesta, el dolor de la pérdida, la indigencia, el silenciamiento de los niños que rehúsan ir a la guerra.
Ahora bien, ¿qué relación tiene la bondad con la alegría? Se dice que donde hay fiesta hay alegría, mas se puede estar en una fiesta y no sentir alegría. Para experimentar alegría se debe tener una motivación, un deseo de sí… un impulso del por qué alegrarse. Es posible estar en una celebración por el solo hecho de asistir y no por la alegría que el acto suscita. Pero si no hay verdadera motivación no se vive la fiesta. El motivo viene primero, la alegría viene después. Siendo así se siente alegría por lo que amamos, por aquello que nos motiva: “la alegría es amor exteriorizado” (Pieper, p. 166).
La fiesta tiene sentido por aquello que amamos, por el recuerdo que “nos teje en jirones de tiempo” (Albiac, 2024), por el encuentro. Su motivación no viene de las luces –alborozo que ilumina estos días–, ni de las fechas o la tradición –estos son escenarios de posibilidad–, sino de un pasado hecho presente en nosotros y que es digno de ser amado. Aún en el dolor se recuerda a quien ya no está; allí la bondad se hace presente como un lugar que está fuera de nosotros donde es posible experimentar paz… una alegre-tristeza. La fiesta tiene sentido cuando advertimos con alegría esta bondad que compartimos con los otros. Bondad que nos rebasa en estos días buenos de descanso donde la familia, la amistad y la hospitalidad… todavía son posibles.
Referencias:
Albiac. G. (2024). Ni esperes puesto. Diario. El Debate.
Levinas E. (2012). Totalidad e Infinito. Sígueme.
Pieper J. (1984). ¿Qué es una fiesta? Antología. Herder.