Inicio OPINIÓN Jesús F. Vega Muñoz - Pbro. La alegría del reencuentro

La alegría del reencuentro

Este domingo es llamado de la alegría, dice el Evangelio: Era preciso alegrarse, porque el hijo perdido regresa, algunos llaman la parábola del padre misericordioso, pues el padre siempre espera a sus hijos con los brazos abiertos tal y como Dios lo hace con nosotros. Otros la llaman la parábola de los dos hermanos, el mayor respondiendo Jesús a los fariseos cuando dicen, este scige a los pecadores y come con ellos y el menor en línea con la de la oveja y la moneda perdida.

Dios es bondad, misericordia, amor por el pecador.

Jesús se puede identificar con el padre misericordioso y a nosotros nos toca elegir, o ser el hijo mayor o el menor. El mayor se enoja al regresar de su trabajo y ver la fiesta, incluso para el es algo injusto esa fiesta después de lo que el menor hizo, se amarga, reprocha al padre el cual le dice: Hijo, tu estas siempre conmigo y todo lo mio es tuyo. Estas palabras van para esos fariseos qué hablan entre ellos como lo hacen muchos hoy día por el echo de acoger a los pecadores.

Jesús hoy también se dirige a los que se creen justos, cumplidores, fieles y no son más que envidiosos y murmuradores, pero Dios les hace la invitación también como al hijo mayor para que pasen a la casa, que estén en la fiesta y se alegren más bien por ese hermano que estaba perdido y se a encontrado, que participen de la reconciliación.

La llamada es viva hoy, en este momento para todos los que nos concideramos practicantes, es pasar del Dios de los mandatos, al Dios del amor.

La envidia en todo lado se ve y muchas veces se ignora por completo la experiencia y toma de conciencia que vive el otro.

Esta parábola es para todos nosotros, que estamos en la casa con el Padre a que vivamos con alegría de ser hijos de Dios y así como el hijo menor meditemos y reconozcamos que hemos fallado en algún momento y volver a Dios.

El menor toca fondo y es en ese momento donde comienza la conversión, se fue de su casa y se propuso volver.

Nos dice SS el Papa Francisco

La misma actitud reserva el padre al hijo mayor, que siempre ha permanecido en casa, y ahora está indignado y protesta porque no entiende y no comparte toda la bondad hacia el hermano que se había equivocado. El padre también sale al encuentro de este hijo y le recuerda que ellos han estado siempre juntos, tienen todo en común (v. 31), pero es necesario acoger con alegría al hermano que finalmente ha vuelto a casa. Y esto me hace pensar en una cosa: cuando uno se siente pecador, se siente realmente poca cosa, o como he escuchado decir a alguno —muchos—: «Padre, soy una porquería», entonces es el momento de ir al Padre. Por el contrario, cuando uno se siente justo —«Yo siempre he hecho las cosas bien…»—, igualmente el Padre viene a buscarnos porque esa actitud de sentirse justo es una actitud mala: ¡es la soberbia! Viene del diablo. El padre espera a los que se reconocen pecadores y va a buscar a aquellos que se sienten justos. ¡Este es nuestro Padre! En esta parábola también se puede entrever un tercer hijo. ¿Un tercer hijo? ¿Y dónde? ¡Está escondido! Es el que «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo» (Fil 2, 6-7). ¡Este Hijo-Siervo es Jesús! Es la extensión de los brazos y del corazón del Padre: Él ha acogido al pródigo y ha lavado sus pies sucios; Él ha preparado el banquete para la fiesta del perdón. Él, Jesús, nos enseña a ser «misericordiosos como el Padre». La figura del padre de la parábola desvela el corazón de Dios. Él es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama más allá de cualquier medida, espera siempre nuestra conversión cada vez que nos equivocamos; espera nuestro regreso cuando nos alejamos de Él pensando que podemos prescindir de Él; está siempre preparado a abrirnos sus brazos pase lo que pase. Como el padre del Evangelio, también Dios continúa considerándonos sus hijos cuando nos hemos perdido, y viene a nuestro encuentro con ternura cuando volvemos a Él. Y nos habla con tanta bondad cuando nosotros creemos ser justos. Los errores que cometemos, aunque sean grandes, no rompen la fidelidad de su amor. En el sacramento de la Reconciliación podemos siempre comenzar de nuevo: Él nos acoge, nos restituye la dignidad de hijos suyos, y nos dice: «¡Ve hacia adelante! ¡Quédate en paz! ¡Levántate, ve hacia adelante!».

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