Capítulo 2: “Se obedece, pero no se cumple”
Juan Carlos López Castrillón
El día que Dionisia Pérez de Manrique llegó a Popayán en 1687, con 19 años cumplidos, fue recibida con una espectacular tormenta eléctrica.
-¿Por qué caen tantos rayos? Le preguntó a su esposo, don Diego José de Velasco.
-Porque los atraen los metales preciosos que hay en estas tierras, respondió el joven Alférez Real de la ciudad.
Fue una creencia que se mantuvo durante varios siglos y que dio lugar a múltiples excavaciones.
¿Cómo era Popayán en 1600?
La ciudad tenía aproximadamente unos 15.000 habitantes (aunque hay historiadores que hablan de 7.000 y otros de 25.000). Era una de las ciudades más importantes de la Colonia en La Nueva Granada, con Santa Fe y Cartagena.
El día de su fundación oficial, el 13 de enero de 1537, al lado de Sebastián Moyano de Belalcázar estaba Don Pedro de Velasco, cabeza de una de las familias expedicionarias y que se quedarían a vivir en la naciente villa. Fue el tatarabuelo de Don Diego de Velasco, el primer esposo de Dionisia, cuyo matrimonio fue la razón de su llegada a ese Popayán de los truenos y relámpagos del siglo XVII.
Si bien es cierto la fundación oficial está registrada en enero de 1537, ya existía ahí un poblado desde tiempos remotos, habitado por los Pubenenses; y los primeros españoles llegaron meses antes e iniciaron las actividades de construcción del primer caserío. Esa “avanzada” de “conquistadores” era una mezcla de pocos militares y muchos mercenarios y aventureros que buscaban salir de pobres a través de la tarea de “pacificación” del valle del Cacique Pubén.
Ese caserío creció rápidamente por la necesidad imperiosa de contar con un centro de acopio del oro y metales preciosos de todo el pacífico, lo cual obligó a tener un destacamento militar permanente del ejército español y consecuentemente se desarrolló una economía de comerciantes prósperos. La figura de los encomenderos estaba en su pleno apogeo en el siglo XVI, por lo cual llegaban muchos de esos personajes venidos directamente de España con su título bajo el brazo en búsqueda de hacer fortuna, a explotar una gran extensión de tierra o una mina y pagar un tributo a la corona.
Los pleitos judiciales – que no eran pocos – se definían utilizando las leyes de Castilla y los más importantes se “instruían aquí” pero se dirimían por la Real Audiencia de Quito y no la de Santa Fe.
La cantidad de disposiciones que llegaban de España a estas tierras, regulando múltiples temas, en particular de carácter tributario, terminó acuñando la famosa frase que se le atribuye a Sebastián de Belalcázar: “tranquilos esa ley se obedece, pero no se cumple”. Casi 500 años después la realidad no ha cambiado mucho, seguimos siendo españoles en la tramitología y en buscarle la comba a la norma.
La relación con Quito fue muy fluida durante la colonia en términos comerciales, políticos y culturales, lo que explica la gran influencia de la escuela quiteña en las obras de arte de templos y residencias de las élites de la época.
La joven consorte se sentía bastante aburrida en su nueva vida, pues el contraste de Popayán con el agite social de Santa Fe era muy marcado.
– “Tranquila Dionisia, desde su inicio esta ciudad ha estado arrullada por Dios, el oro y el incienso, por eso vamos tanto a misa, pero ya vendrán las invitaciones y la semana santa”, le dijeron sus nuevos parientes, quienes remataron invitándola a la merienda, porque “¡Cielo, suelo y pan…los de Popayán!”
Entre convites, paseos para ver el atardecer y misas en latín, Doña Dionisia inició su nueva vida, sin intuir la trágica historia familiar que se le avecinaba.
Posdata de la actualidad: a diferencia de la Marquesa, tuvo una semana muy movida el secretario de educación de Popayán, varios paros, bloqueos de vías y hasta orden de arresto.