domingo, junio 8, 2025
No menu items!
spot_img
InicioOPINIÓNJuan Pablo Matta C.La consulta populista: entre la obviedad y el engaño

La consulta populista: entre la obviedad y el engaño

Juan Pablo Matta Casas

Gustavo Petro ha vuelto a hacer lo que mejor sabe: utilizar el arte del populismo como instrumento de manipulación política. La consulta popular que ahora promueve está plagada de preguntas que, más que plantear un debate profundo sobre el rumbo institucional de Colombia, son una colección de obviedades diseñadas para explotar la emotividad ciudadana y esconder, tras una fachada de promesas incuestionables, su incapacidad para gobernar en medio de las reales condiciones económicas y sociales del país.

Cual prestidigitador de la política, Petro pretende hacernos creer que preguntar al pueblo sobre su deseo de “salud gratuita”, “educación de calidad”, “empleo digno” o “paz total” constituye un acto de profunda democracia participativa. Nada más alejado de la verdad. En realidad, nos enfrenta a una estrategia burda en la que se plantea al ciudadano un dilema inexistente: ¿quién en su sano juicio podría oponerse a derechos tan fundamentales? ¿Quién, de buena fe, diría que no quiere hospitales eficientes, universidades abiertas para todos o trabajos estables y bien remunerados? Estas no son preguntas políticas serias, son simples trampas retóricas.

La política, como bien lo enseñó Aristóteles, no consiste en enunciar los fines deseables, ya que eso es fácil y hasta demagógico, sino en encontrar los medios prudentes y posibles para alcanzarlos. Petro, al contrario, huye del terreno de la realidad concreta, donde gobernar implica elegir entre alternativas difíciles, priorizar recursos escasos y actuar dentro de las restricciones fiscales, jurídicas y administrativas que tiene todo Estado moderno. Él prefiere el terreno cómodo de la ensoñación populista, aquel donde basta proclamar deseos para, mágicamente, transformar la realidad.

La actual situación económica del país, con un déficit fiscal creciente, una inversión privada en fuga y una inflación que erosiona los ingresos de las familias, debería bastar para poner en evidencia el cinismo de esta consulta. ¿De dónde saldrán los recursos para financiar las utopías que se sugieren? ¿Cómo se sostendrán sistemas universales y gratuitos de salud y educación si simultáneamente se desincentiva la inversión y se ataca al aparato productivo? ¿Cómo se generará “empleo digno” si se castiga la creación de empresa con reformas laborales inviables en la práctica?

Nada de esto parece importar a Petro. Para el populismo, los límites económicos no son un problema de fondo; son apenas un obstáculo narrativo que debe sortearse apelando al viejo recurso de señalar enemigos externos: el “mercado”, las “élites”, la “oligarquía”, responsables de frustrar los sueños del pueblo. Así, el populista nunca fracasa: siempre encuentra un culpable de sus propios despropósitos.

Históricamente, no es la primera vez que vemos este tipo de maniobras. Los populistas ofrecen lo deseable, consultan lo obvio y luego utilizan el resultado como cheque en blanco para justificar todo tipo de aventuras políticas. Petro, en esto, no innova: apenas copia los manuales del populismo clásico.

Pero más grave aún es el efecto corrosivo que este tipo de consultas tiene sobre el orden democrático. La verdadera deliberación democrática requiere confrontar proyectos de sociedad, implica aceptar que no todos los anhelos son inmediatamente realizables y que gobernar no es solo ilusionar, sino, sobre todo, construir paso a paso dentro de los marcos de responsabilidad fiscal, seguridad jurídica y estabilidad institucional. La consulta que propone Petro dinamita esta pedagogía democrática. Engaña a los ciudadanos haciéndoles creer que basta desear algo para exigirlo como derecho adquirido, sin importar los costos o las consecuencias.

Esta es una operación política peligrosa. Una operación que no solo busca consolidar el relato de que Petro está “del lado del pueblo” contra una clase política supuestamente indiferente, sino que intenta redirigir el descontento creciente hacia una falsa disyuntiva: “o están conmigo y el pueblo, o están contra el pueblo”. Nada más perverso para la democracia que esa división simplista, maniquea y emocional.

Hoy, más que nunca, necesitamos ciudadanos críticos, capaces de ver más allá de las consignas, de exigir resultados concretos y de entender que las soluciones reales para nuestros problemas exigen mucho más que votos de fe en consultas vacías. Exigen, sobre todo, seriedad, responsabilidad y compromiso con la compleja, pero inevitable, tarea de construir un país viable y justo para todos.

Artículo anterior
Artículo siguiente
ARTICULOS RELACIONADOS

NOTICIAS RECIENTES

spot_img