Por: Juan Camilo López Martínez
En el Cauca, como en muchas regiones del país, hay una vieja costumbre que se ha convertido en una camisa de fuerza para la política: esperar el guiño del mandatario de turno. Hay quienes se lanzan al ruedo político solo si reciben el respaldo de un alcalde, un gobernador o, en el mejor de los casos, una figura del orden nacional. Si ese guiño no llega, si no hay contratistas alineados ni maquinaria estatal ofreciendo calor, muchos bajan la cabeza, se repliegan, y abandonan toda pretensión de liderazgo como si la política fuera un favor que se concede desde el poder, y no una vocación que se ejerce desde las ideas.
Esto no es solo un fenómeno departamental, aunque aquí se siente con fuerza. Pasa en el nivel nacional, donde precandidatos presidenciales se comportan como figuras en sala de espera, aguardando a que el presidente los nombre, los bendiga o, al menos, les dedique una publicación en redes sociales. En el Cauca, es cada vez más común ver aspirantes a Cámara, que inician con entusiasmo, pero lo abandonan en cuanto perciben que no cuentan con el respaldo de las nóminas oficiales. Como si hacer política sin el aval del poder fuera una causa perdida.
Esta actitud es un síntoma preocupante de cómo se ha distorsionado el ejercicio de lo público. Hacer política no es esperar clientelas, es construir causas. No es pedir pista en el escenario del poder, es subir con las propias ideas. En un departamento con tantas problemáticas estructurales como el Cauca, no se puede seguir pensando que la única manera de hacer campaña es con los favores de turno. ¿Dónde queda la capacidad de interpretar el momento político? ¿Dónde está el análisis riguroso de la realidad que se dice querer transformar?
Los precandidatos que desisten rápido muestran que no entienden el sentido profundo de hacer política. Si creen que las ideas no pueden abrirse camino sin contratos, entonces no están preparados para ser elegidos. El Cauca necesita líderes que hablen con la gente, que propongan desde abajo, que recorran el territorio, no que se encierren a esperar una llamada.
Hay que volver a la política de la palabra, de las ideas, de los recorridos por los corregimientos y barrios, de la escucha activa. No todo se reduce a tener una estructura. En el Cauca, con tantas heridas abiertas, con tantas luchas vivas, el que quiera hacer política debe tener berraquera, como se dice en el argot popular. De esa que no se rinde porque no hay plata, ni se apaga porque no llegó el guiño. De esa que convierte la indignación en propuestas y la soledad en oportunidad.
Por eso, a falta de menos de un año para las elecciones legislativas, es momento de recordar que la política no se construye desde la comodidad del respaldo oficial, sino desde el coraje de salir a proponer, a debatir y a caminar el territorio. En el Cauca, donde la realidad golpea fuerte y la esperanza sigue viva, se necesitan liderazgos que no teman empezar solos, que comprendan que la credibilidad se gana con coherencia y no con contratos. La política necesita menos buscadores de favores y más sembradores de futuro. Que no esperen el guiño: que salgan y lo iluminen ellos mismos.