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Guerra y paz son construidas por humanos

Por: Jesús Helí Giraldo Giraldo*

 La custodia de la existencia se inicia con el cuidado de la familia, nido esencial del paso por la vida hacia la posteridad, célula inicial y punto central del gran círculo universal. El espejo del mundo en que vivimos refleja la imagen y energía que transmitimos; la paz, o la guerra, corresponde a los pensamientos, palabras y acciones depositados en el banco interno, acumulados en un saldo global, el presente, suma total de las acciones del pasado.

Las fotografías diarias impregnadas en nuestra retina, llevadas a la película del subconsciente y registradas en su sensitiva placa, son las mismas reveladas en el diario acontecer. Afirmamos diariamente estados pacíficos y armoniosos o guerreros y de odio, ambos, merecidos y construidos por nosotros, manifiestan la acción proveniente de tanto afirmar una realidad o fantasía constante.

Estamos en un campo abierto a todas las posibilidades, el cambio es factible en todo instante, la inteligencia es infinita; reconociendo las dificultades del presente podemos invertir sus efectos y aprender. El ser inteligente está en constante persecución del conocimiento, nunca limitado como tampoco es posible circunscribirse el alma; los interrogantes siempre superan la respuesta.

Hábitos y deseos constituyen un círculo vicioso, generado en ámbitos, pacíficos o belicosos, surtidos por la imaginación y la experiencia del diario accionar en la contienda humana. La información constante alimenta nuestra mente, inunda el ambiente con la alegría contenida en las canciones de la vida o la tristeza de los himnos de la muerte. La capacidad creativa y la imaginación serena recuperan la armonía, ofrecen frutos superiores a los que la barbarie hace escapar.

 

Nuestros actos diarios tejen la red que finalmente nos atrapa, pensamientos de amor y paz concluyen en actos similares, hacemos de la vida un edén o construimos un infierno. Las emociones negativas nos asustan por creer que son eternas, un mundo de luz está a disposición, la sabiduría ofrece a cada instante posibilidades diferentes. Culpa y miedo nos embargan ante errores cometidos; el odio, la alegría y la tristeza son sentimientos posibles de causar. La puerta de la opción nunca está cerrada, basta detenernos y observar, indagar por las consecuencias, un buen amigo llamado CORAZÓN nos lleva de la mano al interior.

La prosperidad no transita por las rutas del dolor que siembra la violencia; la miseria es la senda abierta de la guerra. Cuerpos mutilados, enfermos y famélicos cubren campos desolados, multiplicadores de pobreza. Promotores del vicio intensifican la depravación social, debilitan comunidades, transformadas en desfile de borregos, fáciles de conducir al matadero. En la destrucción de la naturaleza y de la vida, el ser humano pretende eliminar su “yo” interior que no tolera. Incapaz de dejar salir a flote sus virtudes manifiesta el rechazo a su propia vida atacando a los demás.

En el campo de batalla se expresan las guerras cultivadas en el subconsciente de individuos prisioneros de emociones reprimidas, incapaces de sentir con el corazón, mirar hacia adentro y consultar la verdad y el amor de su conciencia. Al no ser conscientes de sí mismos pierden la autenticidad, se dejan controlar y manipular por fuerzas arbitrarias y malignas, dedicadas a atrapar ingenuos para convertirlos en fieras humanas y con ellas propagar el mal, promotor de destrucciones.

En esa cacería caen fácilmente los resentidos, incapaces de superar desgracias, los temerosos, generadores de enemistades en la sombra, los que sufren de culpa y los huérfanos de amor. Las restricciones y temores masculinos manifiestan el espíritu guerrero asociado al aspecto varonil, arrogante desconocimiento de su esencia humilde.

La actitud machista, represora de las más bellas cualidades que en la naturaleza existen, ha llevado a muchos hombres al combate constante consigo mismo y los demás. Acuden a la fuerza, la rudeza y la violencia de la confrontación armada, pretendiendo defender unos principios que a la postre en su interior rechazan, son contradicciones desbordadas, su parte tierna en ningún momento las acepta.

Temen mostrar su debilidad y exageran lo contrario, por no dejar salir una lágrima se dejan destrozar el corazón; la ansiedad y angustia los azota, no admiten el sentimentalismo y el afecto tierno, para muchos el arte y las maneras suaves son cosas de mujeres. Distraen el tiempo y consumen su existencia en guerras perdidas, como lo han sido todas, sin cuartel y sin victoria. Al final el guerrero muere o se doblega a las circunstancias o al sentimiento cuando, afortunado, atiende el llamado de la vida en la ternura y belleza de los mensajes provenientes de su naturaleza femenina, tierna, sensible, amorosa y pacífica, generadora de armonía.

La sobrevaloración de la importancia personal consume la energía en su excesiva rigidez. La exageración extrema, que pretende a los hombres reventar, se equilibra únicamente aceptando los aspectos masculino y femenino, integradores de su ser. Estar conforme con ellos y disfrutarlos es reconocer, en las dos caras de la moneda, la unidad. Las virtudes femeninas resaltan lo más hermoso de la humanidad y despiertan al tierno niño interior; el afecto, la espontaneidad, la humildad y las maneras simples nos regresan en el tiempo, empezar de nuevo alegra, reconforta y recuerda que la vida es bella.

*Giraldo Giraldo Jesús Helí, Sea consciente de su subconsciente, 2002

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