Por Eduardo Nates López.
Apartándonos del tema político y de los presidentes que no vinieron y los que sí, y toda la intención (que se les notó al comienzo a los miembros del gobierno central) de convertir la COP16 en un evento utilizable para el “activismo político”, hay que reconocer que el sector privado, empresarial, ecologista, científico y técnico del país y parte del mundo, se dejó ver en esta reunión cumbre, con la que Cali, nuestra ciudad hermana, se lució, comenzando por el alcalde Eder, la gobernadora Dilian Francisca y sus gremios, que hicieron destacar y respetar su región como excelentes anfitriones. A pesar de no concluir en decisiones vinculantes -lo sabemos-, indefectiblemente nos puso a pensar en todo lo que puede estar sucediendo con nuestra fabulosa Bio-diversidad.
No voy a referirme a aspectos técnicos de este ámbito científico. Eso saldrá a la luz pública en documentos y exposiciones que, por fortuna podremos tener cerca. Lo que me interesa, y por eso esta columna, es llamar la atención de mis paisanos caucanos (y vallecaucanos), alrededor de lo que ha significado para nosotros nuestra Isla Gorgona: ¡Casi nada!
Seguramente algunos, (muy poquitos), reclamarán su interés por esta reliquia ecológica mundial. Pero, me arriesgo a decir que la gran mayoría de caucanos solo nos acordamos de esta isla, cuando la mencionan en las anécdotas de la época en que fue “centro carcelario de máxima seguridad”. A decir verdad, nunca interés la hemos sentido como propia y en pocas ocasiones se expresa esta actitud.
Cierto es que las dificultades ancestrales de comunicación con la costa pacífica (lo cual es un motivo de vergüenza nacional) nos ha puesto a la isla Gorgona en un lugar por demás remoto. Pero los caucanos, con esa dejadez, desinterés y “no-me-importismo” hemos permitido que otros, especialmente los gobiernos centrales, hagan lo que les da la gana con nuestra isla. En 1960, cuando dejó de ser propiedad de dos familias (una británica y otra caucana) el gobierno de Lleras Camargo determinó convertirla en Isla-prisión. Y durante 24 años tuvo este deprimente y vergonzoso uso, hasta que el gobierno de Belisario Betancur decidió erradicar el centro carcelario y devolver la isla a la vida civil del país, pero remotamente a la del Cauca. Recuerdo que, hasta hace poco, para poder visitarla había que pedir permiso (con muchas dificultades) en la capitanía del puerto de Buenaventura. Luego fue cedida en usufructo a una agencia de viajes; y así, se ha mantenido como un tesoro ecológico (por fortuna con pocos estragos) manejada por cualquier persona o entidad o empresa, pero jamás considerada como territorio del municipio de Guapi y menos aún, considerada como una jurisdicción invaluable del departamento del Cauca. Lo último que está pasando es que quieren utilizar la isla como un lugar privilegiado para instalar unos radares de control al narcotráfico, acción en la que hasta el gobierno de los EE UU está metiendo la mano.
No ignoro que, seguramente, el abandono y la distancia con que hemos tratado ese territorio, también haya contribuido, sin proponérselo, a la preservación como santuario ecológico mundial, pero no está bien que eso sea el resultado del desamor, el desinterés y la inconciencia de ser los vecinos y poseedores de un tesoro mundial invaluable.
Mi crítica, por supuesto constructiva, no va dirigida a ningún mandatario o exmandatario regional ni contiene inculpaciones de ninguna clase. Es un llamado de atención a la comunidad caucana, a los gremios y a todas las organizaciones civiles de la región suroccidental del país, para que comencemos a sentir como propio este bien con el que la naturaleza nos ha premiado y en donde podemos centrar muchísimo interés de ONGs mundiales, con recursos y conocimientos incontables, que pueden convertir a nuestro bello conjunto de islas e islotes llamado en términos generales: Gorgona, en un patrimonio de inmenso beneficio para la humanidad, por supuesto para Colombia y específicamente “El gran Cauca” (desde luego incluyendo a nuestro hermano el Valle del Cauca).