jueves, junio 19, 2025
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Extraños íntimos

Por: Mónica Mosso

Es fascinante la sensación de que, por más cercanos que seamos a alguien, siempre hay aspectos de sus vidas, pensamientos y emociones que permanecen fuera de nuestro alcance es como si el ser humano existiera en una balanza delicada entre la mirada profundamente individual y esa necesidad casi primitiva de conectar de alguna forma con los demás.

¿Quién no se ha sentido alguna vez un extraño en la vida de alguien a quien ama?

Es en este punto que voy a ser un poco atrevida y vamos a hablar desde la física; esta ciencia con su inexplicable sentido del humor, tiene una respuesta curiosa: técnicamente, nunca hemos “tocado” nada. Somos un revoltijo organizado de átomos que se repelen mutuamente por sus cargas. Así que, cuando acariciamos la piel de alguien, cuando sentimos el calor de su mano o el roce del viento en la cara, lo que realmente experimentamos es un intercambio de partículas, un contacto que nunca es contacto del todo. Es como si la naturaleza misma quisiera recordarnos que la cercanía es, en esencia tal vez una ilusión.

Si esto ocurre en lo físico, ¿qué podemos decir de lo emocional? La otredad —esa condición de ser distinto y separado del otro— es tanto una limitación como una maravilla. Para Heidegger estamos en el mundo como “seres en el mundo” lo cual parece redundante y difícil de entender pero al final es simplemente que siempre vamos a estar atrapados en nuestra propia perspectiva. Aunque compartamos tiempo, espacio, historias, incluso amor jamás podremos habitar por completo la mirada del otro. Y eso duele, porque nos obliga a aceptar que incluso a quienes amamos profundamente son, en cierto sentido, tal vez desconocidos.

Aquí entra en juego la alteridad: la capacidad de reconocer que el otro es un universo infinito, un enigma que no podemos reducir a nuestras propias clasificaciones y categorías o a como nos observamos a nosotros mismos. Encontrarnos frente a esa alteridad nos desafía, porque exige ver al otro como algo más que un reflejo de lo que deseamos o esperamos. Y, seamos honestos, ¿cuántas veces proyectamos en los demás versiones idealizadas o utilitarias, olvidando que son seres mucho más complejos que nuestros deseos?

Lo irónico es que esta alteridad, que a veces nos produce miedo, también es lo que da vida a nuestras relaciones. ¿Quién no se ha sorprendido al descubrir una faceta desconocida de alguien cercano? Ese momento puede ser mágico o devastador, dependiendo de lo que encontremos. Ver una nueva fracción de la humanidad en alguien que creíamos conocer nos recuerda que, por más que intentemos abarcarlo todo, siempre habrá rincones oscuros e inexplorados.

Aceptar la alteridad del otro no debería ser un acto de resignación sino un manifiesto de amor y humildad. Significa amar no lo que queremos que sea, sino lo que realmente es, con todas sus contradicciones y misterios. El amor auténtico es la revelación y la apreciación mutua en la diferencia, es esa distancia, esa imposibilidad de conocer por completo, lo que nos podría mantiener curiosos atentos y no dar por sentado qué sabemos todo acerca de las personas que están diariamente a nuestro lado y ¿amarlos tal vez un poco mejor?

Quizás sea suficiente con acercarnos a los demás desde un lugar de curiosidad, conscientes de que nunca conoceremos el todo, pero dispuestos a explorar cada fragmento. Al final, ser extraños íntimos no es un defecto de nuestras relaciones; es su esencia. Como los átomos que nunca se tocan, creamos espacios comunes donde la fricción no es barrera, sino un recordatorio de que estamos juntos, incluso en la separación.

Así que, la próxima vez que alguien cercano nos muestre otra parte de su ser, comparta un pensamiento inesperado o nos revele una faceta desconocida (siempre que esto no nos haga daño), en lugar de juzgar, podríamos reírnos de lo poco que sabemos realmente. Ya en este punto, tenemos claro que la vida, como la física, es un caos bellamente organizado que no entiende de certezas totales, pero sí de momentos fugaces donde la curiosidad y la conexión son lo que tal vez nos mantienen cerca el uno del otro en esta existencia profundamente individual. Y quizá eso, en sí mismo, sea suficiente.

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