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InicioOPINIÓNEvocación de Gabo y de Macondo

Evocación de Gabo y de Macondo

Víctor Paz Otero

El hijo del telegrafista de Aracataca nunca olvidó esa tarde remota en que los académicos de la lejana Suecia lo llamaron para comunicarle que le había sido concedido el máximo galardón de la literatura universal. Ahora él era el nuevo Premio Nobel.

Él era un hombre que había entregado su vida a elaborar un universo donde todos los seres y todas las cosas parecían rodeadas por el hálito misterioso de una magia antigua pero desconocida. Sabemos que nació en una población olvidada y polvorienta de esta república que se está haciendo más famosa por su nacimiento. Que su infancia, como casi todas las infancias de aquellos que vienen al mundo en medio del desamparo de estas desconocidas provincias que pululan en estos reinos devastados por la soledad y por el olvido. Infancia marcada por las imprecaciones de la pobreza. Pero en ese lugar vislumbró por vez primera el hechizo inaudito de un mundo que parecía indescifrado y como oculto al ojo de los hombres. En el calor extenuante de su pueblo auscultó el vasto universo de magia que sostenía la real irrealidad de su trópico. Pasaron los años, vinieron las interminables vigilias, las noches pobladas por la sobrenatural resonancia de un nombre sorprendente y encantado: MACONDO. A partir de entonces fue surgiendo un mundo habitado por un alborozo alquímico y filosofal, un mundo sostenido por las fiebres alucinadas de las más terribles interrogaciones que se quedan sin respuesta, como congeladas en el silencio inmóvil de manuscritos secretos que solo serán comprendidos al final de los tiempos. Por allí comienzan a desfilar con todas sus espléndidas evidencias los sitios atormentados de una historia lacerada por la peste inmerecida de la soledad, el olvido y la insolidaridad. En la ansiedad de sus personajes, en el aplazamiento inútil de su destino, en el horror lúcido y despelotado de ese inabarcable reino de vicisitudes, de escombros, de magnificencias y podredumbre surge una Colombia que también es América, surge algo que es casi todo el mundo, pues Macondo es el reino donde habitan todos los hombres que por lo general andan perdidos buscando siempre en ese insondable laberinto de significaciones la verdadera esencia de la vida. No sucumbir ante la callada y desolada evidencia de ese cataclismo ignominioso, que es la soledad, pareciera el sino de los habitantes de aquel universo.

El hilo de Macondo, como el hilo de sangre que brota del silencio inocente de los victimados por el azar de la historia, nunca detiene su curso; recorre inenarrables territorios; repasa minuciosas historias tejidas por un tiempo de siglos; avanza por los sucios aposentos donde el poder duerme su eternidad de bestia; trepa por las enredaderas; por los balcones carcomidos por el óxido de la colonia; desfila ante la indiferencia y el miedo de verdugos sonámbulos: entra, sube, baja, da vueltas para encontrar y extasiarse en la mirada pérdida de los seres enloquecidos por la lucidez de todo aquel terror que provoca la historia. El mismo hilo de Macondo teje la imperecedera tela latinoamericana donde noche a noche el poder absoluto de los déspotas, de los corruptos, de los fariseos y de los políticos han manipulado la precariedad de los destinos de sus naciones y de sus democracias podridas e inconclusas. Pues MACONDO es Colombia y en buena parte es América Latina.

Universo sin tiempo y sin espacio, Macondo parece haber existido siempre. Poema triste y desolador. Expresión de un tiempo circular y absoluto que siempre gira y siempre torna al centro definitivo de esa soledad que encarna el hombre.

La obra del fabulador de Aracataca es escritura mítica y bíblica; es revelación y es alucinación asombrada que desciende, profundiza, esclarece, articula y desarticula universos que sin embargo caben en una sola palabra, en esa palabra única, terrible y definitiva que se expresa como la soledad humana.

Pero detrás, mejor decir al frente de esa hora, está ese otro misterio de transparencia ante los ojos siempre inquisidores del mundo: la propia vida de Gabriel García Márquez de ese ser solidario hasta el desgarramiento con una verdad política que tiene como único e indeclinable punto, de partida y de llegada, la lucha por la dignidad del hombre. Se convirtió en un luchador insobornable por las causas de la justicia y de la dignidad humana. La vida de Gabo fue parte principalísima de su mejor obra. Obra tejida diaria y nochemente en torno a los más sagrados ritos que ennoblecen y clarifican el acto de estar vivos.

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