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Evangelio de Buda

Por Donaldo Mendoza

«Evangelio de Buda» es el título occidental de una obra oriental (India) que en sánscrito clásico sonaba “Buddacrita” –Vida de Buda– (principios del siglo II d.C.). El autor es Asvagosha Bodhisatva (alrededor de 80-150). De entrada, asalta el prejuicio de que, con ese ‘lugar común’ en el título, la obra hacía parte del boom editorial sobre temas de superación y profecías que llenaban librerías a finales del siglo XX y principios del XXI. Pero no, entrados en lectura hay puntos de acuerdo con lo que reza la contraportada: es “uno de los más hermosos y profundos textos escritos a lo largo de la historia humana”.

La versión leída viene del inglés, y corresponde al orientalista Epiphanius Wilson (1845-1916); él manifiesta que esta sagrada epopeya hindú “impresionó más a los moradores de la India que a los griegos la cólera de Aquiles o los viajes de Ulises”. De Asvagosha Bodhisatva es poca la información que se encuentra; pero hay un dato que es asaz revelador: es el mayor poeta indio después de Kalidasa. Esta epopeya, por ejemplo, rivaliza con la reconocida Ramayana. Asvagosha Bodhisatva se hizo budista casi por accidente, dado que en una discusión sobre budismo fue vencido por su interlocutor; aunque quien en realidad salió ganando fue el mismo Buda, dado que encontró en Bodhisatva a su más encumbrado divulgador.

El Buddacrita es, sin lugar a duda, una “buena nueva”, distinta de la cristiana, pero similar en cuanto a su vigente mensaje. En efecto, el budismo puede ser entendido y practicado como una religión sin dogma, pero también puede asumirse como una ética, desde el discurso filosófico. Quizá por eso nos explica Borges que al budismo se puede entrar y salir sin que mortifique ninguna culpa. «Deja pasar a ese hereje; nací para salvar a la humanidad; así que no te entrometas bajo excusa alguna», ese es el talante ético de Buda. No le cerraba el ojo de la aguja a un rico, lo redimía, si se dejaba…

«Por aquellos tiempos, vivía un gran señor a quien llamaban “protector de los huérfanos y desvalidos”; su fortuna era inmensa y su caridad para con los menesterosos, extrema. …de nombre Sheulo. (…) Tathagata (‘el que ha llegado a la verdad’), que por su iluminación conocía de antemano la naturaleza de su visitante y lo bien preparado que se encontraba para que germinasen en él la pureza y la fe».

Es sabido que Buda juzgaba que los cambios incesantes de que son prisioneros los seres humanos se manifiestan en la enfermedad, la vejez y la muerte; que asimismo son fuentes de grandes tribulaciones y sufrimientos; y “¡ay, no hallo amigo alguno con quién discutir esas cosas!”; y ese no hallar ‘amigos’ es lo que hoy alimenta al individuo, que mal disimula su soledad en el egoísmo, la codicia, los placeres… Y ardiendo en deseo de convertir (salvar) al mundo, Buda señala algunos pasos en el camino de la liberación de tales males…

Encender la luz de la sabiduría y oponernos a la sombría ignorancia.

Observar religiosamente las rectas normas de conducta: desear poco y saber abstenerse cuando llega el caso.

Recibir lo que nos den para sustento nuestro, ya si es grato como si no lo es.

Regodearse en llevar tranquila vida… preservar el ánimo en sosiego, en silencio, en quietud…

(Edición leída: Evangelio de Buda, Asvagosha Bodihisatva, Ediciones Altamir, 1994 (288 pp.)

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