Silvio E. Avendaño C.
El último cuarto del siglo XVIII, cuando se forja la élite de la Ilustración y los finales del Siglo XX constituye los alcances y límites del relato: El sueño de la historia, escrito por Jorge Edwards, publicado en el año 2000. La narración tiene como punto de partida la vuelta de un intelectual a Chile, en la agonía de la dictadura de Pinochet. En el temor, en un ambiente de toque de queda, se refugia el intelectual en un apartamento. En él encuentra los archivos de finales del siglo XVIII, de un anciano profesor de la Universidad.
I
Constreñidos en el ámbito de la monarquía española, en la ciudad criolla, a finales del siglo XVIII, en el que se gestó la revolución francesa, los criollos comenzaron a comprender el anacronismo de la corona española. En la periferia del imperio, en una lejana provincia colonial, en Santiago, las ideas de la Ilustración: El espíritu de las leyes de Montesquieu, la Nueva Eloísa, de Rousseau…El intelectual aterrorizado por la cruel cotidianidad se refugió, en los papeles encontrados en el apartamento y en el Archivo Nacional. El intelectual – fijará la mirada en el arquitecto Joaquín Toesca- en la Catedral y el Palacio de la Moneda, construido a finales del Siglo XVIII y bombardeado el 11 de septiembre de 1973.
Joaquín Toesca Ricci viajó de Italia a Santiago para terminar la catedral, idear y construir el Palacio de la Moneda. El arquitecto se enamora de Manuela Fernández de Rebolledo y Pando, los familiares la hacen esposa del arquitecto. Sólo que ella “saltaba como una gata por ventanas paredes y tejados para dar pábulo a sus deseos libidinosos.” Y a partir de ello, crecen los murmullos de los nobles, del arquitecto y del arzobispo.
El intelectual, que ha dejado el exilio, a finales del siglo XX, cuando llega la hora del toque de queda, en Santiago, ante el aire de los allanamientos, ante el temor de ser detenido, se evade en la reconstrucción del pasado colonial. Manuela Fernández es llevada por orden del arzobispo al convento de las Agustinas porque intenta envenenar al arquitecto. Joaquín Toesca recupera el honor perdido cuando Manuela es encerrada bajo el amparo de las monjas. Pero Manuela Fernández, congraciada con las autoridades del convento una y otra vez sale de su reclusión y recorre las calles de Santiago a “escondidas”, para desfogar sus pasiones. Herido el personaje en su honor, “el cornudo más prominente de la provincia de Chile” se reúne con el arzobispo y, deciden que la Inquisición se encargue de ella. Así, “suben a Manuela en una calesa, a empujones, y la llevan lejos, a Pneumo, a un beaterio entre las montañas.”
En el mundo colonial hay que aplacar el murmullo, el chismorreo, pues se cuece la idea de la autonomía. Por las rendijas de la monarquía augustal, bajo el manto del catolicismo, en el aroma de pobreza y obediencia, se cuelan las ideas. En la sociedad hispánica, se ha buscado cristianizar a los salvajes y llevarlos por el buen camino. Pero en el siglo de las Luces hay el sueño de un mundo distinto: Y mientras se esconden los escándalos de Manuela Fernández y se busca que el Señor Arquitecto no sea desdibujado en su honra ni en su nombre, crece la conciencia de un nuevo orden del mundo.
En el horizonte criollo, en la Capitanía de Chile, de autoridad religiosa y monarquía hay escándalos. En las fiestas se bailaba cueca, se tomaba chicha, aguardiente, borracheras colectivas y peleas a cuchillo limpio. Al mismo tiempo existía algo que no marchaba a pesar de la construcción de la Catedral y del Palacio de la Moneda…No faltaban las inundaciones, terremotos y catástrofes, la corrupción de las costumbres y la subversión, la conciencia de la dependencia.
El 18 de septiembre de 1810 hubo cabildo abierto. Napoleón Bonaparte depuso a Fernando VII. Los súbditos de ultramar, en aquel rincón del mundo, en Chile, no estaban dispuestos a someterse al orden burgués del mundo. Los ilustrados veían con esperanza la ruptura con España “pues se haría posible la libertad de comercio con Inglaterra y la América del Norte en pingües ganancias. Pero las cosas se complicaron porque el imperio reaccionó y así de Valparaíso fueron enviados a la isla de Juan Fernández aquellos que apoyaron la independencia. A pesar de todo triunfó la república. Hubo necesidad de hacer la Constitución, el Himno Nacional, el Escudo y la bandera. Más no todo fue felicidad, cuando se conformó la República se fusiló a Manuel Rodríguez, el guerrillero que avivó la resistencia frente a España. La República planteó “un nuevo orden del mundo”, el cual se asentó sobre los ideales de un nuevo mundo y los edificios erigidos por Joaquín Toesca pronto alojaron los símbolos de la República.

II
El intelectual, desde la llegada de España permanece sumido en los ficheros y archivos del mundo colonial y la naciente república. Parece que se hundiera en la memoria histórica, para no mirar lo que ocurre alrededor, en el ambiente duro de la dictadura de Pinochet. Mientras en la Colonia la subversión se encarna en la filosofía del pensamiento ilustrado, en 1970 la Unidad Popular había llegado al Palacio de la Moneda, aquel edificio que ideó y construyó Joaquín Toesca, a finales del Siglo XVIII.
De joven, el intelectual estudió con los jesuitas. Con el tiempo se doctoró en filosofía, con la reflexión sobre Hegel, Marx, Lenin. Por las simpatías políticas conoció a una militante del Partido Comunista. Ella con quien se casó, era la hija de un médico funcionario del Partido Radical, masón y de tendencias socialistas, amigo de Salvador Allende. Cuando las elecciones de 1970, la Unidad Popular llegó al poder, con ayuda de su suegro consiguió un cargo en una oficina europea. No había visto y no sabía cómo se dio vuelta a la nacionalización de las minas de cobre, ni de la banca, ni las grandes manufacturas, reproche que le hacia su mujer. Al volver el intelectual a Chile, su hijo quiso salió a la manifestación del Primero de m mayo y es detenido. Entonces el intelectual comenzó a padecer, a la larga por el hijo de una camarada del Partido Comunista y de un simpatizante de las ideas izquierdistas. A diferencia del mundo colonial en el cual se persigue a quienes tienen el sueño de la historia en la Ilustración y lucharon por acabar con la monarquía española, al joven se le persigue por el ideario comunista de sus padres. El temor de los padres crece cuando aflora el recuerdo del Estadio Nacional, el 11 de septiembre de 1973…
El intelectual busca un abogado al saber la detención de su hijo. Los jóvenes intentaban hacer una manifestación, hecho “grave” pues se ponía en juego el “orden público”. La movilización de abuelos, padres, amigos, conocidos llevará a tratar de salvar a los jóvenes. El hijo del intelectual sale de la cárcel y pronto consigue el pasaporte, para salir del país. Sin embargo, un tremendo legajo de papeles y de antecedentes políticos se presenta. A pesar de ello, el joven sale del entramado anticomunista y pronto abandona el país. Mas las cosas no paran ahí porque había que seguirle los pasos en el exterior y a quienes quedaban en el interior no perderlos de vista. En el ambiente familiar se respira la incertidumbre y al mismo tiempo la presencia del acoso. El aire está cargado de ojos vigilantes. Los sabuesos no pierden de vista al intelectual “dedicado a preparar sus incesantes trabajos, algunos de sus intervenciones en seminarios y mesas redondas, algunos de sus informes especiales”.
Sin embargo, en ese mundo enrarecido, desde las cocinas comienza el bullicio, el golpe de ollas que concluye en: “El plebiscito del año 88, de agosto de 1988”. El plebiscito para decidir si el dictador se queda en el asiento de la Casa de la Moneda. La dictadura desde el 11 de septiembre de 1973 hasta los años noventa. Diecisiete años costó la aceptación sin crítica de la ortodoxia marxista que sostenía que el capitalismo, al engendrar al proletariado, mentalmente engendraba la transformación social de la sociedad.