Por Donaldo Mendoza
Este libro que reseño es el volumen 80, último de la colección Biblioteca Personal “Jorge Luis Borges” (Orbis, 1988. 378 pp.). Borges hace recordar que el último será primero en el paraíso (mundo ideal que reconoció en forma de biblioteca). Y para la historia de la literatura universal es, probablemente, la primera manifestación cultural escrita, no solo de Egipto sino del mundo entero. Sobre papiros, esta obra se conoce desde 1842 de nuestra era.
El libro es obra de la tradición, es decir, anónimo. Escrito en jeroglíficos y grabados en pirámides, tumbas o cámaras funerarias, su función era acompañar en su viaje al inframundo a los nobles egipcios (faraones, etc.). En su estructura formal es una colección de himnos e invocaciones a los dioses (presentes en el libro en una miríada de nombres), para permitirle al muerto superar las pruebas y peligros de su otra vida. Introducido en sarcófagos, el libro funge de mágico sortilegio para el humano difunto, que espera en su mundo subterráneo el «día del gran juicio». Al dios Horus se le invoca: “Haz que me reúna contigo, pues no cometí faltas, no pequé, no perpetré mal alguno ni levanté falsos testimonios; por consiguiente, que no me ocurra nada malo. Viví de justicia y de verdad … Di pan al hambriento, agua al sediento, vestido al desnudo y embarcación al náufrago”.
Como en otras religiones, aquí nos hallamos también con un dios superior, Osiris, “el dios que había muerto al igual que los hombres y luego resucitado”; … Ra es su nombre, “es el falo de Ra con el que se unió a sí mismo”: «…soy el único Uno, que procede de un solo Uno y sigue su curso inalterable. Soy Osiris, dueño de la eternidad. Soy el Alma divina y oculta que creó a los dioses. Soy el hacedor de mi nombre». Y como toda narrativa religiosa, esconde misterios, mensajes cifrados revestidos de ritos, y sacerdotes de excelsas cualidades: “…un hombre ritualmente limpio y puro, que no haya probado carne de animales ni de peces, que no haya conocido mujer”.
Se infiere que los espíritus que concibieron ésta y otras sacras escrituras fueron seres virtuosos que supieron discernir perfectamente lo bueno de lo malo, lo pío de lo impío… Y que, si bien el libro es una ofrenda a los muertos, su destinatario son los vivos que día a día se enfrentan a las vicisitudes que la vida pone en el camino. De modo que el individuo y la comunidad son la genuina audiencia de “las cosas que aborrecen los dioses: la maldad y la falsía”. Y asimismo, “alza las manos adorando su nombre «Justicia y Verdad»”. Y manifiesta: “No cometí iniquidad. No robé con violencia. No maltraté a los hombres. No hurté. No fui falso. No maté a hombre ni a mujer. No fui colérico. No juzgué con premura. No ensucié el agua…” Y más actitudes buenas, que no cupieron en esta cuartilla.