Por Juan Cristóbal Zambrano López
La historia de los pueblos no se escribe solamente con batallas o grandes gestas nacionales; también se forja con la vida de aquellos hombres que, desde la política, entregan su talento y su honestidad al servicio de la comunidad. Mi abuelo fue uno de esos hombres. Su vida pública, desarrollada a lo largo de décadas en distintos cargos, constituye una lección de compromiso con el Cauca y con Colombia.
No es posible entender su legado sin mencionar los espacios en los que ejerció liderazgo. Fue secretario departamental en varias ocasiones, tarea en la que mostró un profundo conocimiento de la administración pública y una disposición inquebrantable por resolver problemas concretos. Su paso por la Secretaría de Obras, de Agricultura, de Planeación o de Hacienda no fue meramente técnico; fue la muestra de que la política bien entendida es gestión, planeación y, sobre todo, respuesta a las necesidades de la gente.
Asumió también la Gobernación del Cauca, y lo hizo con la misma seriedad con la que asumía cualquier responsabilidad. Para él, el cargo no era un título honorífico, sino una oportunidad de dirigir con firmeza y cercanía. Gobernar, aunque fuera por un tiempo limitado, significaba encarnar el deber de velar por la estabilidad institucional y por el bienestar de los caucanos. En esos días demostró que incluso en los encargos temporales se mide la talla de un líder.
Su influencia no se limitó al ámbito departamental. En Bolívar, donde ejerció múltiples veces como presidente del Concejo Municipal, mi abuelo practicó la política de base, la que se construye escuchando a las comunidades y promoviendo consensos. Desde allí entendió que la democracia no se consolida solo en las capitales, sino en cada rincón donde la gente deposita su confianza en sus representantes. Fue un dirigente cercano, consciente de que la voz del concejal puede ser la primera defensa de los derechos ciudadanos.
En la Cámara de Representantes y en el Senado de la República, cargos que dignificó con decoro, mi abuelo trascendió lo local para incidir en el debate nacional. Sus intervenciones no respondían a intereses particulares, sino a la convicción de que el Cauca debía tener una voz clara y firme en el Congreso. Desde allí promovió leyes, defendió presupuestos y abrió caminos para que nuestro departamento no quedara relegado frente a los centros de poder.
Su paso por el Capitolio fue coherente con toda su vida: sin estridencias, sin populismos, pero con argumentos sólidos y con la autoridad moral de quien ha recorrido el territorio y conoce de primera mano sus problemas. En un país acostumbrado a los discursos vacíos, su estilo fue distinto: austero, concreto y orientado a los resultados.
Hoy, al recordar esa trayectoria, me pregunto qué significa heredar un apellido con tanta historia política. Para algunos puede ser un peso; para mí es un compromiso. El ejemplo de mi abuelo no me obliga a repetir sus pasos, pero sí a mantener vivo su espíritu de servicio. En tiempos donde la política parece desgastada y muchos jóvenes desconfían de ella, evocar figuras como la suya es también una forma de demostrar que sí es posible hacer de la política un espacio digno.
Su vida nos recuerda que los cargos son transitorios, pero la integridad es permanente. Fue secretario, gobernador, concejal, director, gerente, representante y senador; pero, más allá de esos títulos, fue un hombre honesto y coherente. Ese es el verdadero legado que deja a su familia y a su región.
Colombia necesita rescatar esa clase de liderazgos. Liderazgos que no se construyen sobre la base de la vanidad o la corrupción, sino sobre la convicción de que servir es un deber. El Cauca, en particular, requiere que las nuevas generaciones aprendamos de esos ejemplos y trabajemos para que la política vuelva a ser sinónimo de confianza y no de decepción.
Al escribir estas líneas, no lo hago desde la nostalgia sino desde la responsabilidad. Porque mi abuelo, más que un recuerdo familiar, es un referente político. Y quienes lo conocimos sabemos que su vida fue la demostración de que la política, ejercida con ética y con pasión, puede transformar realidades.
El homenaje más grande que se le puede rendir no es un discurso ni una estatua, sino continuar la tarea que él inició: luchar por un Cauca más justo, por una Colombia más equitativa y por una política más decente. En ese camino estamos, y en ese camino seguirá iluminando su ejemplo.