Si existe algo que sea verdaderamente humano, es la contradicción. Y no me refiero a los grandes cambios de opinión filosóficos o políticos, sino a lo básico, a lo que podríamos pensar ridículamente cotidiano. Como decir que odiamos el drama pero estar en el ojo del huracán cada dos semanas. O afirmar que queremos estabilidad mientras nos atrae lo complicado, querer libertad absoluta y, a la vez, desear que alguien nos elija cada día.
Nos enseñaron a creer que la coherencia es la virtud máxima, que una persona firme es aquella que nunca se traiciona. Pero, siendo sinceros, ¿quién puede vivir al 100% así? Si fuéramos tan lineales como la sociedad espera, seríamos robots, no humanos, además de aburridos. Porque lo humano es dudar, es arrepentirse, es querer y no querer al mismo tiempo. Es declararse minimalista mientras compro compulsivamente, es hacer dietas mientras deseamos el helado de Creeps, es querer estar solos pero sentirnos abandonados cuando nadie nos busca.
La naturaleza puede ser contradictoria. Desde que nacemos, aprendemos a movernos entre impulsos opuestos. Queremos independencia, pero contención. Queremos explorar, pero no perdernos. Y esa danza interna nunca desaparece, solo se vuelve más sofisticada y autocomplaciente. A veces incluso una persona se puede convencer de que tiene principios sólidos, pero en la práctica, los ajusta como conviene.
Decimos que odiamos las mentiras, pero nos contamos pequeñas falsedades todos los días. “Solo un capítulo más”, “mañana empiezo”, “no me importa”. Nos declaramos pacifistas, pero hierve la sangre cuando alguien nos contradice en redes sociales. Predicamos el amor propio, pero tal vez necesitamos a veces validación. Es curioso, porque ya lo decía Dostoievski, aunque con otras palabras: el ser humano no es solo lógica y razón, también está lleno de caprichos y paradojas, y a veces, aunque sepa lo que es correcto, hará justo lo contrario solo para demostrar que puede.
La contradicción no es un defecto, hace parte de la experiencia humana. Y sin embargo, nos da vergüenza admitirla. Porque el mundo exige ser congruentes todo el tiempo, como si eso fuera posible. Nos piden que tengamos de alguna forma una postura clara e inamovible, sobre todo, que nunca titubeemos, como si habitar la vida pudiera realmente definirse en una sola frase.
Me pregunto: ¿será la coherencia absoluta una farsa?
Se puede comprar la idea de que una persona con carácter es aquella que nunca cambia de opinión. Que si hoy dices A, mañana no puedes decir B sin parecer un hipócrita. Pero la realidad es que todos vivimos contradiciéndonos, solo que algunos lo disimulan mejor.
Es como esa gente que se burla del amor romántico pero muy en el fondo sueña con un gesto de reconocimiento a ese amor. O quienes predican la independencia emocional, pero si no les contestan un mensaje en media hora sienten que el universo conspira contra ellos. Y ni hablemos de los que reniegan de las relaciones tóxicas mientras siguen en una, justificando cada enredo con un “es complicado”.
Todos caminamos por la calle dando la impresión de que tenemos todo claro, cuando en realidad a veces estamos improvisando. Hoy creemos en algo, mañana tal vez no. Y está bien. Porque la vida no es un guion estático, es una conversación constante entre lo que éramos, lo que somos y lo que queremos ser.
Defender la contradicción no significa que todo vale, que se puede ir por la vida sin hacerse responsable de nada. No se trata de ser volubles o inconsecuentes. Pienso que se trata de reconocer que no siempre seremos esa versión que tenemos en nuestra cabeza de nosotros mismos.
Porque la contradicción no es la negación de nuestros valores, es la prueba de que somos humanos y estamos aprendiendo. No significa que no sepamos lo que queremos, sino que a veces lo que queremos entra en conflicto con todo nuestro universo interno.
Al final, no hay nada más genuino que dudar de uno mismo. Cambiar, tambalear, ser dos cosas opuestas al mismo tiempo, no somos personajes de una novela con un destino sellado. Somos un borrador en constante edición, una tesis sin versión definitiva.
Y si eso es ser contradictorio, que así sea.