Por: Juan Carlos López Castrillón.
Visito con frecuencia a mi amigo Rafael Pardo para compartir un café y disfrutar de esas charlas que abarcan de todo un poco: política, historia y, por supuesto, la vida. Entre risas y su contagioso buen humor, a menudo el tiempo parece detenerse. Esta semana, nuestra conversación nos llevó a la Popayán del siglo XIX, una ciudad que, en nuestra imaginación, habría sido un lugar fascinante para vivir. En aquella época, se gestaron ideales y acciones que dieron forma a la independencia y a la construcción de la República.
Sin embargo, reflexionar sobre el pasado de Popayán es también un recordatorio de cómo las ciudades, como las personas, cambian con el tiempo. Algunas prosperan, otras se reinventan tras enfrentarse a adversidades como guerras, terremotos, incendios, o incluso el olvido de sus propios habitantes. Popayán, con su resiliencia, es un ejemplo vivo de reconstrucción. Sobrevivió a los devastadores terremotos de 1736 y 1983, renaciendo como un símbolo de fuerza y esperanza.
Entonces surge la pregunta: ¿qué hace diferentes a ciertas ciudades y poblaciones? ¿Qué tienen en común lugares como Cartagena, Mompox, Villa de Leyva y Popayán? Incluso barrios dentro de grandes urbes, como La Candelaria en Bogotá o Coyoacán en Ciudad de México, parecen tener un alma propia, una esencia que los distingue. ¿Qué es eso que las hace únicas?
Recordé una frase de Pablo Picasso: “Sin modelo no hay obra ni artista, y sin inspiración, no hay creación”. Aplicada a estas ciudades, la respuesta se vuelve clara: fueron construidas y reconstruidas con inspiración, con un carácter y una personalidad que se impregna en sus calles, en sus edificios y en sus tradiciones. Son lugares donde quienes las moldearon lograron una conexión única con lo existente, creando algo que trasciende el tiempo.
Esa riqueza cultural puede pasar desapercibida para quienes vivimos aquí, pero el visitante la percibe de inmediato. Ese “algo” especial se llama patrimonio cultural, que tiene tres grandes pilares:
1. El patrimonio inmaterial, donde habitan la historia, la gastronomía, la música, las tradiciones y las procesiones.
2. El patrimonio natural, con su ecosistema, su flora, su fauna y la belleza de su entorno.
3. El patrimonio material, reflejado en el centro histórico: La Torre del Reloj, el Parque de Caldas, el Puente del Humilladero, El Morro, el Teatro Guillermo Valencia, las iglesias coloniales, los museos y las universidades.
Esa fusión de patrimonios da vida a una ciudad, le otorga una personalidad que no solo la diferencia, sino que también se convierte en un atractivo turístico. Bien gestionado, este patrimonio genera ingresos, fomenta el emprendimiento y crea oportunidades para sus habitantes. Por eso es fundamental trabajar en su preservación y promoción, como lo hicimos hace unos años al crear, junto al Concejo Municipal, la Secretaría de Cultura, Turismo y Patrimonio.
El desafío es comprender que hoy, más que nunca, todas las ciudades del mundo compiten por destacar su diferencia, por ser auténticas. Eso es competitividad, y también es la clave para el futuro.
Al despedirme de Rafael, no pude evitar decirle: “Si usted hubiera vivido en la Popayán del siglo XIX, habría sido presidente y militar”. Me miró sonriendo y respondió con picardía: “Mejor poeta”.