HORACIO DORADO GÓMEZ – horaciodorado@hotmail.com
Turbado por la tristeza, espero que la musa me acompañe para escribir esta columna dominical. Que mis ojos no se empañen porque cuando se aleja para siempre un amigo, me digo: -que pena no pude verlo la última vez- Hoy siento esa rara sensación porque con el correr de los días, resulta inevitable que el culpable del naufragio de la vida de tantos amigos, sea el paso del tiempo.
Se muy bien por qué me van quedando pocos buenos amigos, pero no quiero decirlo, porque en los últimos años he perdido casi todos mis mejores amigos. Creo que muchos de ellos aún siguen vivos, pero cuando me dan una luctuosa noticia, cabizbajo y meditabundo, siento la vergonzosa satisfacción de haberlos sobrevivido. Pues, es un gesto de generosidad del Altísimo de los Cielos ¡Gracias Dios mío!
Hay amigos que se despiden pronto y hay amigos que continúan vivos; pero es como si ya se hubiesen ido. A menudo los busco, porque me entristece la falta de presencia de viejos amigos en la antigua banca del parque. Por obra de Dios, ya no va nadie, donde a veces coincidíamos en ella. Angustiosamente duele tanto el estado de los amigos que aún siguen vivos confinados en sus cuarteles de invierno, como la de los que de verdad cerraron sus ojos para siempre. En cualquiera de los dos sucesos, es inapelable que, el otoño llegue a nuestras vidas, trayéndonos valiosas lecciones: amigándonos con nuestra oscuridad, para ganarle horas al día. Y es que, nadie está a salvo de esa fila. Por ello, es inevitable deshacernos de lo que no necesitamos, al igual que el árbol se desprende de sus hojas; parece cierto, hay que alivianarnos de lo terrenal y mundano para valorar el momento presente.
Su alma se ha despojado de la vida de mi amigo, el abogado de la Universidad del Cauca, Álvaro Grijalba Gómez. Sentí pena por no haberlo visitado, porque habría sido doloroso para ambos, pues sentía que no aportaría ni paz ni alegría sino sufrimiento. Así que, como católico practicante, preferí incumplir la obra de misericordia de visitar a los enfermos. Mi amigo se adelantó en el camino de la vida. Hoy, para sobrellevar el duelo, honro su memoria narrando que tuve la suerte con el de compartir como los más antiguos columnistas del periódico local impreso, hoy “Nuevo Liberal” digital. Por su autoexigencia, por problemas de salud, meses atrás dejó de deleitarnos con su pluma. Fue una acumulación de amistad de largos años. Ejercimos la función pública con decoro, como corresponde a los servidores públicos. Actuamos con honestidad, dignidad, rectitud y respeto, priorizando el interés general, por encima de los beneficios personales, cuando la conducta ética y profesional incluía la honestidad, además la moderación en su trato con los ciudadanos y compañeros. Álvaro fue un noble amigo, religioso, amigo de Dios. Compartimos momentos de amistad valiosa, de esas que suelen requerir tiempo y esfuerzo. El “Grigo” le llamábamos en sus años de juventud, cuando se deleitaba como aficionado en el arte de lidiar toros, aunque le iba mejor como comentarista radial.
Álvaro, tu partida entristece. Espero que tu pluma siga volando en lo alto para que tus escritos sigan tocando corazones. Mientras Dios me obsequia un trozo de vida más, no te digo un sentido adiós, solo me atrevo a decir: ¡Nos veremos en la próxima página!
Civilidad: Una oración, en memoria de Álvaro Grijalba Gómez, para que quienes informan, lo hagan siempre con la realidad.




