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InicioOPINIÓNDel terror y la vida

Del terror y la vida

VICTOR PAZ OTERO

Ha vuelto el estallido de las bombas a quebrantar esta precariedad siempre sospechosa que se agazapa detrás de la noche colombiana. El terrorismo, instrumento ciego y torpe, de una ideología que oculta su rostro y vive su vergüenza política en el anónimo y criminal silencio, nunca ha podido configurar, pues no puede hacerlo, una respuesta a las difusas y caóticas inquietudes, que es de suponer, que alimentan y hacen posible su acción política. Nadie nunca podrá entender el mensaje “ideológico” escrito con la sangrienta y aterradora escritura de la bomba y de la muerte indiscriminada. El terror, por el contrario, es negación, supresión radical y bárbara de toda posibilidad de comunicación, es mutilación de la vida y la palabra, destrucción de todo espacio político y escalofriante imposición de un silencio vacío, ahí donde solo el pensamiento puede aportarlos elementos de una “teoría” que de cuenta de las situaciones y de alguna manera haga comprensible la utilización de ese repulsivo terror, como instrumento que sirva a los fines esclarecidos por esa supuesta teoría, en la medida en que es en si mismo la aniquilación irracional de todo pensamiento.

El terror puede tener hasta motivaciones emocionales y sentimentales, pero carece por completo de elaboraciones conceptuales. No así la violencia que puede – y de hecho ha tenido- elaboraciones teóricas que la definen y la sitúan como una categoría dolorosa pero objetivamente incorporada en las estructuras delo real y de la historia; por eso, su incidencia es también objetivamente manifiesta en las respuestas políticas que diversos sectores sociales han elaborado para acometer las tareas políticas que debe conducir el desmantelamiento de esa realidad que incluye y genera la violencia.

Pero el terror y el terrorismo van más allá de la violencia misma, pues son actos amparados únicamente por una desesperanza enloquecida, que no reclama respuesta ni aspira a formular preguntas. El acto terrorista se agota en su propia consumación. El terror no plantea ningún dialogo, pues no puede y no quiere sostenerlo. En el terror como en el suicidio, todo “antes” o todo “después” es inútil por ello, el acto terrorista esencialmente es mejor entenderlo como la perturbada manifestación de un individuo enfermo y acorralado, que solo espera y aspira en un acto sin lenguaje que se convertirá en la expresión angustiada y anarquizada de una soledad incomprendida que se destruye destruyendo.

El terrorista, antes que un militante político, es un militante de lo absurdo y de la desesperanza. Usualmente alguien que tiene claro que la vida no merece la pena vivirse. Se trata casi de un resentimiento existencial, que presupone un odio por la vida y por el mundo. El terrorista sabe que su acción, casi siempre y necesariamente exige, su autodestrucción. Su muerte esta exigida por la aventura, y ese riesgo suicida afirma, no solo su soledad sino la negación de toda esperanza. El acto político aspira y convoca al dialogo, el acto terrorista es un monologo trágico.

Tanto Fedor Dostyesky, como Albert Camus, ambos escritores Y lucidos pensadores y exploradores de la dimensión existencial de la condición humana, acabaron considerando en sus estremecedoras y descifradoras obras literarias. Que el supuesto “héroe terrorista” como la encarnación mas sofisticada e irracional del hombre absurdo, del que no busca y no logra encontrarle algún sentido positivo a su propia existencia. Los consideran seres humanos donde se dan cita todos los vértigos y todos los abismos que con tanta frecuencia y como destino de fatalidad, tortura y acosa la frágil condición humana.

Cuando veo las fotografías o escucho los relatos de los muchos jóvenes terroristas, cuando veo sus despojos mutilados, por su puesto no tengo pensamientos de alegría, sin duda si de reproche comprensivo; solo siento un extraño estremecimiento que me recorre supongo que ele alma, para hacerme intuir que los hombres casi de cualquier época o de cualquier sociedad están de alguna manera condenados a vivir y a escoger entre el terror y la lógica para enfrentar esas tormentosas tentaciones que nos regala un demonio que por lo general no tiene ni historia ni sentido: la propia existencia humana.

Y pensar que, en Colombia, que muchísimos pueblos y en muchísimas ciudades y en muchísimas noches los atentados terroristas se suceden con una frecuencia intimidante. No está por demás de pensar en las motivaciones y en las intensiones que motivan la acción de estos sujetos, que tal vez no aman ni entienden la vida y mucho menos pueden amar y comprender la historia.

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