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Consejos de Juventud: la oportunidad que no podemos desperdiciar

 Por Juan Cristóbal Zambrano López

  En diciembre de 2021, Colombia celebró por primera vez en su historia la elección de Consejos Municipales y Locales de Juventud, un mecanismo que buscaba abrir espacios reales de participación política para las nuevas generaciones. La idea era sencilla, pero poderosa: permitir que jóvenes entre 14 y 28 años eligieran a sus representantes, generando un puente directo entre las administraciones y quienes serán los líderes del mañana.

  Sin embargo, a casi cuatro años de su implementación, la experiencia muestra un panorama mixto. En muchos municipios, los Consejos han funcionado como espacios de diálogo y gestión, mientras que en otros se han convertido en órganos decorativos, sin voz ni incidencia efectiva. Popayán es un ejemplo claro: el actual Consejo Municipal de Juventud ha sido, en gran medida, una figura simbólica, con muy poca capacidad real de incidencia y hasta con consejeros que renunciaron al poco tiempo de ser electos. La falta de articulación con la administración y la ausencia de un plan claro de trabajo han limitado su impacto, convirtiéndolo en una oportunidad desperdiciada.

Vale la pena recordar que, además de los Consejos Municipales y Locales, existen también Consejos Departamentales y el Consejo Nacional de Juventud, instancias que permiten articular las agendas juveniles a nivel territorial y nacional. Sin embargo, su eficacia depende directamente de que la base municipal funcione de manera sólida y propositiva.

 

  Lo cierto es que los Consejos de Juventud no fueron creados para figurar en la foto o para engrosar un organigrama institucional. Su misión es incidir en la formulación, seguimiento y evaluación de políticas públicas de juventud; ser interlocutores válidos de la administración; y convertirse en plataformas de liderazgo para quienes, en unos años, puedan aspirar a alcaldías, concejos, asambleas y hasta el Congreso.

 
Pero para que eso ocurra, es indispensable que tanto los gobiernos locales como los propios jóvenes se tomen en serio este instrumento. Por un lado, las alcaldías y gobernaciones deben garantizar que las propuestas y pronunciamientos de los Consejos sean escuchados y tengan efecto real. No se trata de darles un papel consultivo simbólico, sino de integrar sus ideas en los planes de desarrollo y presupuestos. Si un Consejo de Juventud identifica una necesidad en educación, empleo o cultura, esa voz debe ser considerada en la toma de decisiones.

 
Por otro lado, los jóvenes electos también tienen la responsabilidad de capacitarse, entender el funcionamiento del Estado y presentar propuestas sólidas, viables y argumentadas. No basta con llegar a ocupar un puesto; hay que llenarlo de contenido. La credibilidad de estos espacios depende, en buena parte, de la capacidad de sus miembros para demostrar que la juventud no solo protesta, sino que también propone y gestiona.

  El reto adicional es evitar que los Consejos se conviertan en escenarios de cooptación política. Es legítimo que los jóvenes militen en partidos (yo mismo lo hago), pero el espíritu de estos órganos exige que las banderas partidistas no ahoguen el interés general. El pluralismo y la diversidad de ideas son precisamente lo que da fuerza a este mecanismo. Si los Consejos terminan siendo simples extensiones de campañas políticas, perderán su razón de ser.

  También debemos reconocer que, para muchos jóvenes, este es el primer contacto con la política institucional. Por eso, la experiencia debe ser formativa: aprender a deliberar, a llegar a consensos, a defender ideas con argumentos y, sobre todo, a entender que la política es un medio para servir, no un fin en sí mismo. Quien sale de un Consejo de Juventud con estas lecciones aprendidas está mejor preparado para asumir cargos de mayor responsabilidad.

  En departamentos como el Cauca, donde la juventud enfrenta desafíos como el desempleo, la violencia y la falta de oportunidades, estos espacios cobran un valor aún mayor. No son un lujo ni un capricho institucional: son una herramienta para que los jóvenes incidan en las decisiones que afectan su presente y su futuro. Y en contextos donde muchas veces las soluciones se deciden sin tener en cuenta la voz de quienes más las necesitan, eso puede marcar la diferencia.

  El verdadero peligro no es que los Consejos de Juventud fracasen por falta de recursos, sino que mueran por indiferencia. Si eso ocurre, habremos desperdiciado una oportunidad histórica de formar liderazgos comprometidos, de abrir canales de comunicación entre la juventud y el Estado, y de demostrar que la política puede renovarse desde abajo.
 
Hoy, más que nunca, necesitamos que los Consejos de Juventud sean más que un título bonito en una ley. Necesitamos que se conviertan en trincheras desde donde se defiendan los derechos juveniles, se propongan políticas públicas de impacto y se construya un país donde las decisiones no se tomen sin escuchar a quienes, en pocos años, tendrán la responsabilidad de dirigirlo. El futuro no se improvisa: se construye. Y los Consejos de Juventud son una de las herramientas más valiosas para hacerlo.

  

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