Por Donaldo Mendoza
En esta reseña se intenta recoger algunas ideas del confucianismo reunidas en el libro «Los cuatro Libros Clásicos», (Ed. Biblioteca Bolsillo, 1998, 469 pp.). Originalmente, los diálogos de Confucio (China, s. VI a.C.) fueron reunidos por discípulos suyos en la obra “Analectas”. Y otros discípulos, incluso hasta la cuarta generación, al modo de los evangelistas cristianos, complementaron la doctrina de este sabio chino en los “Clásicos”. Su contenido, en formato de capítulos, son: La Gran Ciencia, Doctrina del Medio, Comentarios filosóficos y Meg-Tse / Hia-Meng.
Antes de referirme al corpus teórico de la doctrina confuciana, me permito sintetizar su fundamento. El confucionismo, en efecto, podría fungir de ‘religión laica’, dado que su reino es de este mundo; en tanto que, si bien habla de deidades, su narrativa no es la metafísica ni el dogma. Sus deidades son el Cielo o Señor de lo Alto (Tian) y la Tierra, representados en dos fuerzas universales: el Yin absoluto (femenino) y el Yan absoluto (masculino), que se complementan. Así mismo la sociedad, constituida por la “Autoridad administrativa” (el príncipe) y los ‘Subordinados’ (pueblo). En suma, un individuo ‘fuerte’, que es acatado por un individuo ‘débil’.
En consecuencia, el confucianismo es una propuesta de filosofía práctica, un sistema de pensamiento orientado hacia la vida y hacia la utopía del ‘perfeccionamiento de uno mismo’; en ese sentido, su objetivo no es la ‘salvación’, sino la sabiduría y el autoconocimiento. Un papel fundamental juega la educación en la familia; dado que, si en el hogar hay orden, el reino será rectamente gobernado. Porque si hay orden en la familia y hay buen gobierno, “el mundo entero gozará de paz y armonía” (otra utopía). Surgen de esa relación dos estimables virtudes: la justicia y la equidad. Y un anuncio de reveladora actualidad: “…todos los beneficiarios con la equitativa división y distribución de las tierras llevada a cabo por tan insignes reyes …serán recordados a través de los siglos”. Este pensamiento tiene tanto de ética como de estética universal: “El humanitarismo, es decir, la benevolencia hacia todos los hombres, es un sentimiento que se practica preferentemente en los campos”. Antítesis de la anterior sentencia es esta conducta de baja moral: “…los gobernantes no deben aumentar sus riquezas a base de las rentas públicas…”.
Cinco siglos antes de Cristo, Confucio ya sintetizaba la base de su doctrina en este principio: “Quien desea para los demás lo mismo que desearía para sí, y no hace a sus semejantes lo que no quisiera que le hicieran a él, …cumple la norma de conducta moral que la propia naturaleza racional impone al hombre”. Con razón esas temerarias especulaciones de que, en los años ‘perdidos’ de Jesús, éste anduvo por tierras del Oriente lejano, nutriéndose de las doctrinas de Lao-Tse, Buda y Confucio. No hay tal –me atrevo a decir–, lo que existe es un saber universal puesto en boca de iluminados de todos los tiempos.