domingo, junio 8, 2025
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InicioOPINIÓNMónica MossoComo si fuera la primera vez

Como si fuera la primera vez

Popayán se transforma en Semana Santa. Lo sabemos. Lo hemos vivido. Las calles blancas se llenan de café, música, colores y la inevitable congestión del centro. La rutina se detiene. El ritmo cotidiano se rompe. Aparecen flores en balcones olvidados. El aire se vuelve más antiguo, como si cargara siglos de tradición. Hay una vibración distinta, más viva. Y, sin embargo, muchas veces se nos escapa.

Esta mañana, mientras cruzaba el Parque Caldas, vi a una viajera caminar con calma, detenerse, sonreír con emoción mientras fotografiaba una pared blanca cualquiera. Nada especial para nosotros. Todo especial para ella. No era un monumento ni una procesión. Era simplemente la ciudad. Su luz. Su forma.

Y me pregunté: ¿qué ve ella que nosotros no? ¿Cuál es la imagen inmediata que se lleva del lugar que llamamos casa? ¿Y cuál es la que nosotros hemos dejado de percibir?

Tal vez la Semana Santa sea también una oportunidad para eso: para ver de nuevo desde lo espiritual. Caminar sin prisa, sentarse en el Parque Caldas, dejarse sorprender por balcones, sabores, sonidos. Volver a ver lo nuestro con el asombro del visitante y la calidez de quien recibe.

Popayán en Semana Santa es una invitación abierta. Cada quien la vive a su manera, y cada forma es válida.

Está quien la transita desde la fe, encontrando consuelo en el silencio de las procesiones. Quien se deja envolver por los sonidos del Festival de Música Religiosa y asiste a un concierto con el alma abierta. Quien viene de paso, compra artesanías, degusta carantantas con su familia o pregunta por qué suenan campanas al atardecer.

Y estamos los de aquí. Nosotros. Que, aunque caminamos distraídos por el hábito o molestos por el tráfico, aún podemos detenernos, mirar con otros ojos y recordar que esta ciudad también es nuestra para redescubrirla.

Popayán no se reduce a una palabra. Es el olor a pan recién horneado, el zumbido de motos, el saludo entre vecinos que se conocen de toda la vida, el atardecer naranja cayendo sobre las cúpulas, la vista desde el Morro y los faroles encendiéndose antes de tiempo, como si la ciudad supiera que hay algo que necesita ser observado

Recibir al turista con amabilidad es parte del espíritu de estos días. Pero también podría serlo recibirnos a nosotros mismos con más recogimiento. Tratar al que llega y al que permanece con la misma calidez, con el deseo de compartir lo que tenemos. Porque al abrir la ciudad, también abrimos algo de nosotros.

Quizá no todos creemos lo mismo o no sepamos con certeza qué significa “resucitar”. Pero hay algo especialmente humano en la idea de renacer. Y esta semana, nos lleva hacia ese símbolo: morir a lo antiguo y renacer en algo más consciente.

Lo espiritual no tiene que estar solo en los altares. También puede habitar los gestos: detenernos, acompañar, mirar. Darnos una tregua. Cuidar. Compartir lo bello que tenemos. Hacer del paso por la ciudad un acto de presencia, respeto, amor silencioso.

“Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje.”Calvino, Y Popayán, contiene tantos que a veces olvidamos que sigue viva. Que respira, cambia. Y, si afinamos la mirada, podemos verla de nuevo.

Semana Santa puede ser una pequeña resurrección. No necesariamente teológica, pero sí íntima. Un renacer en la forma de existir. Un recordatorio de que no hay que creer en todo para dejarse tocar por algo.

Volver a mirar Popayán como si fuera la primera vez es una práctica de renovación. Es elegir el asombro por encima de la costumbre. Hacer del día a día algo sagrado, espiritual aunque no usemos esas palabras.

Que esta semana nos permita ver lo espiritual en lo cotidiano: en cómo nos hablamos, en ceder el paso, en la paciencia con que escuchamos al otro y la compasión con la que nos miramos a nosotros mismos.
En el intento —torpe, constante— de reaccionar menos y comprender más.
En el abrazo que no se da por costumbre, sino por presencia.
Porque lo sagrado habita en lo cotidiano.

Y si esta Semana Santa puede darnos algo, que sea la posibilidad de vivir con más conciencia, gratitud y luz en cada cosa pequeña que hacemos…
Como si fuera la primera vez.

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