Por: Cayo Betancourt
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La pasión por la lectura inició a temprana edad, recuerdo en la casa de la calle de las graditas (calle segunda entre carreras octava y novena) cuando mi padre me entregó una versión antigua de La piel de zapa de Honoré de Balzac, sus hojas suaves y aquella letra de imprenta de la primera mitad del siglo XX fueron un amor a primera vista, leí el libro varias veces hasta que llegó a mis manos Cien años de soledad, por la época que se anunció su premio Nóbel en 1982 cuando yo cursaba cuarto de primaria en el colegio Guillermo León Valencia. Desde ese momento creo que he leído la obra cerca de veinte veces y cada una de ellas es un explorar, descubrir e imaginar las diferentes escenas que describió el maestro García Márquez en su obra.
Siempre he pensado que un autor crea la realidad de acuerdo con su emoción y el contexto de los personajes, cuando un libro llega a las manos de un lector, la visión inicial se complementa con la imaginación y genera escenas que tal vez el autor no imaginó en su momento. Buscar recrear una obra en su totalidad es complicado porque a diferencia de un guión, un libro o un cuento dejan espacio para la imaginación y un ávido lector podría incluso pensar en los detalles del marco del Aleph cuando Carlos Argentino Daneri lo mostraba a Borges en el cuento que lleva su nombre. Por supuesto, es posible que un experto en Cien años de soledad (lo cual no soy ni pretendo serlo), encuentre diferencias inverosímiles tales como los detalles faltantes en el primer encuentro entre José Arcadio hijo con Rebeca o la descripción espectacular y detallada de las conversaciones en latín entre José Arcadio Buendía y el padre Nicanor Reyna cuando el primero estaba amarrado a un árbol y el segundo dudó de su fe por las aseveraciones de José Arcadio.
Aunque nunca me percaté de la crudeza de la obra, hace varios días una persona me comentó que la producción de Netflix no era para niños. Creo que la literatura es un mar donde cada persona puede nadar y abrazar los tiburones o decidir sentase en la playa para que las olas mojen sus pies.
Criticar la calidad de los actores y su emoción frente a las escenas es complicado, por el contrario disfrutar de una producción magistral que pretende condensar parte de una obra maestra en ocho capítulos de una hora cada uno. Es respetable la posición de cada crítico, lo importante radica en la expresión de las ideas y evitar convencer a los lectores para que tomen una posición favorable frente a estas.
Invito a los apasionados por el tema a tomar dos caminos, el primero en leer o re-leer la obra para ver la serie posteriormente y el segundo sería ver la serie y luego leer la obra, ambos los llevarán a deleitarse con una de las más puras y apasionantes producciones literarias llevadas a la pantalla chica.