Las Fuerzas de Defensa de Israel han iniciado una ofensiva terrestre a gran escala con el objetivo de ocupar por completo la Ciudad de Gaza, lo que ha provocado el desplazamiento masivo de civiles y generado una condena internacional.

A nivel interno, la operación militar enfrenta un escrutinio cada vez mayor. Una reciente encuesta de la Universidad Hebrea de Jerusalén revela una disminución en la motivación de los soldados para servir, mientras que los líderes militares advierten sobre el desgaste de las tropas. El plan del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de acelerar la ofensiva contradice las proyecciones de sus propios comandantes, lo que subraya las tensiones entre las ambiciones políticas y la dura realidad sobre el terreno.
Esta operación representa una escalada significativa en el conflicto, con consecuencias inmediatas y de gran alcance para la población civil. Tras días de intensos bombardeos y un persistente fuego de artillería, las tropas israelíes se han posicionado en las afueras de la urbe, hogar de más de un millón de palestinos, marcando así el inicio de una nueva y peligrosa fase de la guerra.
La escalada ha desatado una ola de desplazamientos masivos. Cientos de palestinos, procedentes de barrios como Zeitoun y Sabra, han sido vistos huyendo desesperadamente hacia el noroeste de la ciudad en busca de seguridad. Las imágenes de familias abandonando sus hogares con pocas pertenencias, bajo la sombra de la inminente operación, se han convertido en un recordatorio sombrío de la crisis humanitaria que se profundiza con cada avance militar.
La operación, que implica la movilización de decenas de miles de reservistas, busca desmantelar los últimos bastiones de Hamás en la ciudad, a pesar de las crecientes preocupaciones sobre una crisis humanitaria exacerbada y la seguridad de los rehenes.
Este éxodo forzado ha intensificado el llamado de la comunidad internacional a la moderación. El secretario general de la ONU, António Guterres, ha reiterado su demanda de un alto el fuego inmediato, advirtiendo que un asalto de esta magnitud “inevitablemente causaría muerte y destrucción” a una escala insostenible.
A pesar de la creciente presión internacional, Israel parece decidido a seguir adelante con su plan. La operación ha sido concebida no solo como una acción militar, sino como una demostración de fuerza y determinación. Para llevarla a cabo, el gobierno de Netanyahu ha aprobado una de las mayores movilizaciones de reservistas en la historia reciente del país. Con planes de incorporar a 60,000 miembros adicionales de reserva y extender el servicio de otros 20,000, los militares buscan reunir la fuerza necesaria para la toma de la ciudad más grande del norte de Gaza, que el propio Netanyahu ha descrito como uno de los “últimos bastiones de Hamás”.
Sin embargo, este plan ha provocado una creciente condena, no solo a nivel internacional sino también dentro de Israel. Las críticas se centran en el temor de que la operación agrave una crisis humanitaria ya de por sí catastrófica y que ponga en mayor peligro la vida de los rehenes que aún permanecen en manos de los militantes. La comunidad internacional y diversos grupos de derechos humanos han expresado su preocupación por el bienestar de los civiles atrapados en la zona de conflicto, que enfrentan una escasez crítica de alimentos, agua y suministros médicos.
Las tensiones también se han manifestado en el alto mando militar israelí. El Jefe del Estado Mayor de las FDI, Teniente General Eyal Zamir, había advertido al gabinete de seguridad sobre el “desgaste y agotamiento” que sufren las tropas tras casi dos años de guerra. Sus preocupaciones, sin embargo, fueron desestimadas por el primer ministro, quien ordenó acortar el plazo originalmente estimado para la operación, que se calculaba en cinco meses o más. Esta discrepancia subraya la presión a la que se ven sometidos los comandantes militares para cumplir con los objetivos políticos en un entorno operativo cada vez más desafiante.

La fatiga de las tropas no es solo un problema para los líderes militares; es una cruda realidad que se refleja en la moral de los soldados. Una reciente encuesta realizada por los Laboratorios Agam de la Universidad Hebrea de Jerusalén reveló que el 40% de los soldados están “ligera o significativamente menos motivados para servir”, una cifra preocupante que pone en evidencia la carga psicológica y física de la guerra prolongada. Esta falta de motivación contrasta con solo un 13% que se siente más motivado, subrayando la cruda realidad que enfrentan las Fuerzas de Defensa de Israel. La encuesta también reflejó el sentimiento público en Israel, donde la gran mayoría de la población apoya el fin del conflicto, una opinión que podría limitar aún más el número de efectivos disponibles para la próxima gran operación.
En resumen, la ofensiva terrestre en la Ciudad de Gaza marca un momento crítico en el conflicto. Mientras Israel avanza con una operación de gran envergadura, el mundo y su propia población observan con profunda preocupación el destino de la Ciudad de Gaza. La combinación de una crisis humanitaria en aumento, la condena internacional y los desafíos internos, incluyendo el desgaste de las tropas, convierte esta fase de la guerra en una de las más complejas y de mayor riesgo hasta la fecha, con un desenlace que sigue siendo incierto.




