En la tarde del sábado pasado y por decisión salida directamente de mi alma, acudí hasta la hermosa población de Tunía para acompañar en fecha especial a mi entrañable amigo Gonzalo Enrique Delgado López.


Por Carlos Horacio Gómez Quintero
En la tarde del sábado pasado y por decisión salida directamente de mi alma, acudí hasta la hermosa población de Tunía para acompañar en fecha especial a mi entrañable amigo GONZADO ENRIQUE DELGADO LOPEZ, quien, convencido de haber llegado el momento apropiado para colocar a consideración de la ciudadanía, los frutos de la inspiración que le ha acompañado durante toda su estupenda vida, había formulado gentil y abierto llamado a todos cuántos quisieran compartir las emociones que surgen cuando concretamos nuestras aspiraciones de entregar lo que dicta el corazón.
Igualmente sabía que era la oportunidad propicia para el reencuentro con amigos, de esos que marcan indeleblemente el paso acompañado por la vida y a los que debemos buscar para compartir los logros de quienes con persistencia absoluta han concretado los frutos de sus gustos y habilidades, en procura de dejar para siempre la huella del espíritu engrandecedor: Pintura y palabras, mágica combinación de arte, de grandeza, de habilidades, de profundidad, de sosiego, del deber cumplido, de la certeza de haber sido un ser pensante y sintiente como efectivamente todos deberíamos procurar.
Y no me traicionaron las sospechas. Encontré lo que buscaba y se me presentó en forma totalmente prodigiosa. Era un escenario, obscuro sí, pero lo suficientemente claro para que brillara la luz de la inteligencia y el valor de la escritura transformada en versos hermosos y de total trascendencia. Era un espacio para el arrullo de la música que acompañó con delicias los entretiempos que permitieran ir abordando la agenda trazada.
Era un espacio abierto de manera permanente, para que las miradas se chocaran con los trazos magistrales y multicolores que denotaban los gustos por los caballos, por las mujeres, por las flores, por el sexo, por la naturaleza y era además una concha acústica para escuchar los múltiples versos, algunos jocosos, otros rigurosos, otros llenos de lascivia, otros futuristas, otros de añoranzas y otros que permitían conocer las propias convicciones y principios de hombre universal y de estilo único.
Hice presencia en la histórica población, acompañado de mi esposa María del Socorro y de mi hermana Liliana, quiénes sabían del riguroso compromiso conmigo mismo puesto que a ellas les constan los afectos y la admiración que profeso por El Gonza y todo cuanto se deriva de una existencia, en la que por fortuna he contado con su gratísima compañía en momentos claves, como por ejemplo los transcurridos por allá en el año 1988 cuando gracias a su empuje y permanente entusiasmo, logré convertirme en el primer alcalde popular de mi patria bolsiverde, que él emocionadamente recordó y resaltó en el acto de ofrecimiento de su efemérides especial.

Fue igualmente la oportunidad para satisfacer mis inquietudes guardadas durante mucho tiempo, cuando leía y leía sus publicaciones y quedaba hechizado, en especial imaginándome a las aves arrechas que abundan en sus decires expresados en rimas y provocativas invitaciones para imaginarnos el amor. El vino fue complemento ideal para el abrazo y el apretón de manos y para ratificar que, a esta altura de nuestras existencias, también nos sentimos atraídos por los gustos y los placeres que depara el producir para dejar legado y entregarlo a los demás.
Fuimos los testigos y depositarios del momento en que sus poemas dejaron de ser su patrimonio único y pasaron a ser parte del nuestro, que sobra decirlo, guardaremos con admiración, con respeto y con celo para aprender de una vida brillante y comprometida siempre con lo mejor.
Gracias viejo Gonzalo por recibirnos con el mismo cariño y deferencia de siempre. Solo me lamenté de una entendible situación: Los males de sonido propio que te aquejaban con garganta rota y casi insonora, nos privaron de escuchar de tu propia voz y en la elocuencia que ha caracterizado tu acrisolada vida pública, ese MANIFIESTO que le canta a todo, incluida tu propia existencia y que dejo en clara evidencia que eres un hombre comprometido con las promesas de estirar tu linaje con inteligencia y aplomo; de aportarle con denuedo a la sociedad; de servirle con pasión a quiénes demandan de tus servicios; de defender tus más íntimas convicciones y, de privilegiar las relaciones de acercamiento con las personas que estimas, entre las cuales por fortuna me encuentro.
Mucha suerte, muchos abrazos y que EL VIAJE POR EL JARIDN DE TU VIDA sea un referente para seguir, para imitar y para gozar. Albricias.
