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Recordando a Fernando Dorado

Al verlo en la foto en Facebook sentado en la silla de ruedas acompañado de Amadeo Cerón y leer que acababa de morir en Bogotá, fui golpeado por la sorpresiva pena de haber perdido a un gran amigo e interlocutor.

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Por. Felipe Solarte Nates

Al verlo en la foto en Facebook sentado en la silla de ruedas acompañado de Amadeo Cerón y leer que acababa de morir en Bogotá, fui golpeado por la sorpresiva pena de haber perdido a un gran amigo e interlocutor, con quien, a diario, por medio de WhatsApp, intercambiamos noticias y artículos publicados en diferentes medios, nuestras columnas de prensa y opiniones sobre temas de actualidad que serían tenidas en cuenta en futuros textos, caracterizándose los suyos por la rigurosidad y claridad en sus análisis, propios de un dirigente e intelectual con su mente acostumbrada a la lectura, pensamiento crítico y alejada del dogmatismo cerrero y simplista que afectó a sectores de la izquierda que no superaron el culto a la personalidad y el apego incondicional y acrítico a mesiánicos caudillismos tóxicos.

Fue un dirigente nato, comprometido con los procesos educativos y organizativos de los trabajadores, comunidades barriales y campesinas, fue presidente de la Asamblea Departamental del Cauca, hasta hace poco vivió en Popayán, en el barrio La Paz, estuvo un tiempo en Cali y antes de su muerte, a pesar de las limitaciones físicas posteriores a un accidente, había iniciado un trabajo con jóvenes y sectores marginales de barrios como el Santafé, en Bogotá.

En reciente mensaje me decía: “Hola Felipe. Con alguna gente estamos tratando de juntarnos, plantearnos preguntas y “actuar” y ayudar por ahora en el campo de las ideas. La verdad es que no hemos construido una propuesta (un relato, una narrativa, dicen ahora) que haga soñar a los colombianos. Sólo derechos y pocos deberes para un sector de la población… ¿Cuál es la propuesta en términos sencillos para que Colombia y los colombianos salgamos adelante?

En realidad, era una inquietud compleja de abordar, más en un país con una histórica desigualdad estructural en sus clases sociales y una corrupción administrativa y clientelismo, que creímos sólo patrimonio de los políticos de la derecha, factores que amalgamados por el centralismo han condicionado el contrastado desarrollo económico y social de las diversas regiones y pueblos, qué en el mapa, más no en la realidad, están unidos en lo que llamamos Colombia.

País de odios y guerras heredadas desde la conquista y colonia, pasando por la conformación de la república desde el siglo XIX, con una vida política llena de sobresaltos y problemas que en el momento que creemos resolver vuelven a reaparecer con más fuerza y complejidad como sucedió cuando creímos alcanzar la Paz después del Frente Nacional de 1958, cuya firma garantizó la alternación en el gobierno entre liberales y conservadores, excluyendo a otras tendencias políticas; o cuando entre los gobiernos de Barco y Gaviria, sentaron las bases para la desmovilización de las guerrillas del M-19, el EPL, el Quintín Lame y el PRT y la elección de la Constituyente para discutir y redactar la Constitución del 91 que coincidió con la implantación del neoliberalismo privatizador.

O cuando en el gobierno de Uribe anunciaron la desmovilización de los paramilitares de las AUC que habían sido sus aliados en su ascenso a la presidencia y después reciclaron en el Clan del Golfo y otras “marcas” que desde el noroeste vienen disputándose territorios con los elenos y otras guerrillas; o como sucedió en el segundo gobierno de Santos cuando firmaron el acuerdo de paz con las FARC, que a pesar de la gran cantidad de desmovilizados que se desarmaron, respetaron lo firmado y se aguantaron los incumplimientos de los gobiernos de Santos, Duque y Petro, algunos fueron asesinados, y con los que no se sumaron al proceso dieron pie para que surgieran “tres sucursales de las FARC: EMC o disidencias: las que siguen a Iván Mordisco y las de Calarca y la Nueva Marquetalia de Iván Márquez”; sin olvidar la terca persistencia del ELN que también aprovechó las negociaciones y el “cese al fuego de la Paz Total” ofrecida por el gobierno del Pacto Histórico, para extenderse y fortalecerse en varias regiones del país.

País en continua erupción, donde a mayoría de los llamados grupos armados autocalificados de izquierda, derecha o delincuencia común, coinciden en reclutar menores, eliminar lideres sociales que se les oponen, asegurar los cultivos de coca, laboratorios para su procesamiento, fincas para la ganadería, sitios para la explotación del oro y otros metales, extorsión o “cobro de impuestos”, además de extender su influencia a más municipios y departamentos del país, donde pretenden reemplazar a las autoridades estatales, censar a la población, ejercer labores de policía y resolución de conflictos al interior de las comunidades que controlan, liderar la construcción de infraestructura (vías, colegios, etc), manejo de los recursos naturales y repartición de tierras.

Todo este panorama en momentos en que ganó la presidencia de la república una coalición liderada por la izquierda que por su origen veía posible asegurar la desmovilización de los diferentes grupos armados, e inicialmente se asoció con sectores de los partidos tradicionales con algunos de sus senadores y representantes condicionando sus apoyos a recibir contratos, puestos y sobornos que estallaron al destaparse la olla podrida de la UNGRD, y al entrar sus jefes veteranos en discordia, cuando el gobierno intentó acelerar reformas propuestas al Congreso que afectaban sus intereses clientelistas y cuotas de poder entrelazadas con los de los principales grupos económicos y alianzas políticas que son mayoritarias manipulando el Congreso, sus trámites de leyes y se han turnado en el manejo de los distintos gobiernos poniendo los presupuestos y planes de desarrollo a su servicio y de las principales ciudades y departamentos del país.

Por su trayectoria política liderando procesos de organizaciones campesinas en El Tambo, Cauca y en otras comunidades urbanas y rurales del Cauca, Fernando Dorado consideraba que para que el proceso liderado por el Pacto Histórico tuviera éxito y continuidad tendría que fortalecerse desde las bases estimulando la movilización y cualificación de la juventud y los líderes en medio de la lucha, siguiendo el ejemplo de coherencia en sus vidas enseñado por dirigentes como Pepe Mujica y no el de tantos trepadores oportunistas disfrazados de revolucionarios, que desacreditan la causa popular al confabularse con dirigentes de los partidos que integraron la coalición de gobierno y asumieron las riendas desplazando a lideres de izquierda y agenciando viejos métodos y triquiñuelas propias de los partidos tradicionales y de curtidos y camaleónicos depredadores de los recursos públicos.

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