martes, octubre 28, 2025
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Pozo Azul: un mágico lugar escondido en el corazón de Kokonuco

Pozo Azul está situado en el Resguardo Indígena de Kokonuco, municipio de Puracé, en el departamento del Cauca, a pocos kilómetros de Popayán. El acceso es por carretera, con tramos pavimentados y algunos caminos rurales.

Textos y foto: Antonio María Alarcón Reyna

El recorrido empieza en el barrio Bolívar de Popayán, donde se ubican los vehículos particulares que de manera informal hacen el recorrido Popayán-Coconuco por un valor de diez mil pesos por persona. Existe el servicio formal de busetas que tienen un costo de ocho mil pesos por persona, pero su frecuencia de salida es un poco mayor.

El recorrido a la cabecera municipal de Coconuco se hace en unos 30 minutos, pero en estos tiempos en que se consturyen obras en la carretera, hay un tiempo de pare y siga, que implica unos 20 minutos más. Al llegar a Coconuco es necesario tomar un nuevo transporte a Pozo Azul, Salinas, las termales que quedan a unos 5 km de la cabecera y cuyo costo es de 10 a 15 mil pesos por persona. Se puede subir caminando en un recorrido que dura entre una hora y hora y media, según la capacidad física del caminante y depende de si sube por la carreta o se va por los caminos ancestrales tradicionales.

El mismo carro que nos trajo a Coconuco, nos ofrece el servicio de llevarnos a Salinas a las termales de Pozo Azul y emprendemos el ascenso. La carretera sube serpenteando entre verdes montañas, el aire se vuelve más fresco con cada curva. Es la primera vez que me aventuro hacia Pozo Azul, un tesoro escondido en el Resguardo Indígena de Kokonuko, en el departamento del Cauca. Me han hablado maravillas de este lugar, pero nada me preparó para la majestuosidad que me esperaba.

Al llegar, el primer impacto es visual: una serie de piscinas de aguas termales de un intenso color azul turquesa. No es una exageración; el nombre le hace justicia. El vapor asciende suavemente, mezclándose con el frío aire de la montaña que nos recibe con un silencio que parece antiguo, como si guardara la memoria de quienes han pasado antes. Entre senderos de tierra húmeda y el aroma limpio del bosque, escucho el suave canto de las aves y el murmullo lejano del agua.

El primer vistazo a las piscinas termales es como abrir una ventana hacia otro mundo. El vapor asciende lentamente, dibujando velos sobre el agua cristalina que, a diferencia de otros lugares con termales en Colombia, no tiene ese aroma intenso a azufre. Aquí, el agua parece más dulce, más amable, como si invitara a quedarse para siempre.

Ingresamos respetando las normas del sitio que están escritas en unos tablones de madera que recomiendan no llevar bebidas embriagantes ni comida al lugar, no correr, no hacer ruido, no llevarse las matas, no tener relaciones sexuales en las piscinas, ni en el sauna, y tampoco se aceptan mascotas. El costo de ingreso por persona es de 25 mil pesos para el uso de los servicios que ofrece el lugar. Si quiere hospedarse en una cómoda cabaña, con baño y ducha, su valor es de 140 mil pesos por noche para dos personas, 190 mil para cuatro personas y 290 mil para seis personas.

Luego de las normas de rigor, de guardar mis pertenencias en la cabaña que será mi espacio estos dos días, de revisar que mi cámara está cargada y de hacer un recorrido de observación por el lugar, decido sumergirme en una de las piscinas. La primera experiencia es el baño obligatorio en el chorro de agua fría antes de ingresar a las piscinas. Al principio, la sensación es de un choque brusco en todo el cuerpo, como si miles de agujas me pincharan la piel y el frío es tan fuerte que me quita el aliento por unos instantes. Después de esos primeros segundos de impacto, mi cuerpo comienza a adaptarse y siento un hormigueo y una sensación de vigor y euforia que me despiertan por completo.

Me sumerjo de una vez en el agua tibia, casi caliente, que contrasta con el clima gélido del exterior, creando una sensación de relajación y bienestar instantánea. Me siento en armonía con el entorno y observo cómo las nubes bajan a acariciar las copas de los árboles mientras el contraste entre el frío del aire y el abrazo cálido del agua es un regalo para mi cuerpo y mi alma.

Hay muchas personas en las piscinas: la familia reunida, los niños jugando y sus madres pidiéndoles que tengan cuidado, que no se vayan a golpear con las piedras, las parejas que amorosamente se abrazan recostadas en las paredes de las piscinas cuya profundidad máxima es de 1.60 ms, cada uno disfrutando a su manera de esta maravilla de lugar. Luego pasamos al sauna, totalmente natural, levantado a un lado de las piscinas, donde pueden caber unas 6 personas cómodamente; Al entrar, siento una ola de calor que me envuelve por completo, mi piel se calienta y mi temperatura corporal comienza a subir. Luego de unos 10 minutos siento que el calor es mas fuerte que mis ganas de estar bajo los efectos del vapor natural y salgo a sumergirme en la piscina para cambiar el impacto sobre mi cuerpo y mi cabeza.

Luego del baño, me voy a disfrutar de la hospitalidad de los anfitriones: Nimada Ordóñez es la administradora del lugar que es propiedad del Resguardo de Kokonuco y me explica que su misión es coordinar todo para que el sitio esté siempre limpio, ordenado y dispuesto para los turistas que vienen en busca de relajación y descanso. Su periodo y el de los trabajadores del lugar, es de un año y se va rotando entre los miembros de la comunidad, que los define el cabildo. Los ingresos que se perciben por los diversos servicios que prestan son para pagar los gastos de administración y lo demás se reinvierte en el mismo lugar para cada día tener mejor servicio. Los arreglos locativos como aseo, pintura y demás labores son realizados con mano de obra de la misma comunidad. Me cuenta Nimada, que cuando van personas que tienen problemas de salud y necesitan terapia con las aguas termales, su ingreso no tiene costo pues es una manera de retribuir socialmente. Así mismo, cuando los grupos incluyen personas mayores de la tercera edad, también tienen acceso gratuito, siempre y cuando vengan acompañadas.

Esa hospitalidad también es un pilar fundamental de la experiencia y me voy a la cocina. La gastronomía local es deliciosa y reconfortante. Pruebo una trucha fresca, cultivada en la zona, acompañada de mi infaltable plátano maduro frito y remato con agua de panela caliente. Es comida simple pero sabrosa que nos llena de energía para continuar explorando. Subimos a la parte alta del lugar donde instalaron unos cables de acero suspendidos entre plataformas aprovechando el declive o pendiente natural del terreno, desde donde se deslizan practicando el deporte del canopy, en un recorrido que a mis ojos puede ser de unos 500 metros. Siento un leve vacío en mi estómago, de solo pensar que sentiría lanzándome en esa tirolesa y concluyo que lo haría, pero hoy no.

Tomo las fotos que necesito y volvemos a descender poco a poco mientras disfrutamos la tarde que cae lenta, tiñendo de naranja las montañas, de regreso a la cabaña. Desde la ventana veo cómo el vapor de las piscinas se confunde con la neblina, y cómo el frío se cuela para obligarme a buscar calor en un abrazo. Ver el cielo estrellado y sentir el suave rumor del río que se desliza eternamente, es una postal inolvidable.

Esa noche, envuelto en mantas gruesas, siento que Pozo Azul no es solo un destino, sino una pausa necesaria en la prisa del mundo que me tiene corriendo todo el día y todos los días en busca de hacer mi trabajo con todas las ganas. Esa noche siento que todos necesitamos siempre un lugar donde el amor, el agua y la montaña se conjuguen para recordarnos que, a veces, lo más valioso del viaje no es el sitio al que llegas, sino la persona con la que decides recorrerlo.

Pozo Azul es más que solo sus aguas termales, es un santuario de la naturaleza. El aire puro, el canto de las aves y el murmullo de un riachuelo me envuelven en una experiencia sensorial única. Me cruzo con otros viajeros, principalmente extranjeros. Veo sus rostros de asombro y fascinación, una reacción que comparto por completo. Ellos, al igual que yo, se han maravillado con la belleza simple y cruda de este lugar.

Esta visita a Pozo Azul ha sido un encuentro con la paz, la naturaleza y la autenticidad. Es un recordatorio de que los tesoros más grandes a menudo se encuentran fuera de las rutas más transitadas. Es un lugar para desconectarnos del ruido del mundo y reconectarnos con nosotros mismos.

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