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Los grandes que cantaron a la Ciudad Blanca: Rafael Pombo (1833 – 1912)

Se estarán preguntando por qué “La poesía en Popayán” hace referencia a Rafael Pombo, quien, desafortunadamente, no “alcanzó a nacer” en el hermoso Valle de Pubenza.

Por Maria Isabel Hoyos-Bustamante

Como decía mi abuelo: La poesía en Popayán

La respuesta es muy sencilla y justifica su inclusión en esta magna obra: es “casi patojo” y, además, como muchos de los grandes de nuestra historia, le cantó a “la ciudad blanca”.

El personaje que nos ocupa hoy fue el poeta de los niños quien, con sus relatos mágicos, puso al alcance de ellos el mundo de los adultos que, en otra época, era prohibido. Cuando llegaba una visita se les decía a los menores: “saluden y se van”; así que ellos no tenían oportunidad de escuchar a los mayores ni, mucho menos, de saber cómo pensaban.

En sus fábulas, creó diálogos como el de “Rinrín renacuajo” y el “ratón vecino” con “doña ratona”; o el de “Simón el bobito” con “el pastelero”, entre otros; que hacían posible la interacción entre chicos y adultos en el mismo plano. También le hizo creer al universo infantil que la tercera edad era maravillosa, que los mayores vivían mucho tiempo para disfrutar de la opulencia en manjares y bienes materiales, rodeados de lujos y servidumbre, y que, al final, morían de “mal de arrugas”.

El inolvidable verso que era lectura obligada en los primeros años del colegio y que algunos, más osados, recitábamos en los eventos culturales de la institución decía en sus primeras estrofas:

“Érase una viejecita

sin nadita que comer

sino carnes, frutas, dulces,

tortas, huevos, pan y pez.

Bebía caldo, chocolate,

leche, vino, té y café,

y la pobre no encontraba

qué comer ni qué beber”.

Y así transcurre la poesía hasta el final, mostrando los beneficios de los que gozaba la protagonista que, según lo que podemos deducir, no sufría de colesterol, azúcar, hipertensión, artritis, ni de ningún otro quebranto, de salud ni económico, que le impidiera vivir su vida plenamente; lo que nos hacía envidiarla, y hasta preguntarnos “cuándo seríamos viejos” para pasarla tan bien como ella.

Pero esta era solo una faceta del excepcional escritor y poeta que incursionó en muchos ámbitos de la literatura, la filosofía y la poesía. Dejemos que sea el propio “Maese”, autor de la obra mencionada, quien nos deleite con el relato de algunos de los detalles más relevantes de su meritorio paso por el mundo de las letras.

“Para sorpresa de muchos, hemos mencionado el nombre de Rafael Pombo, colocándolo en la galería de poetas payaneses. Fueron sus padres don Lino de Pombo, oriundo de Cartagena y doña Ana María Rebolledo, distinguida dama payanesa.

El matrimonio Pombo-Rebolledo se radicó por varios años en esta ciudad, y aquí nacieron sus tres primeros hijos: don Manuel, doña Beatriz y doña Felisa. Cuestiones de orden económico obligaron a la familia a trasladarse a Bogotá, por cuya circunstancia hubo de nacer don Rafael en la capital, no obstante haber sido engendrado cuando aún sus progenitores estaban en Popayán, donde ya vivía en el regazo materno.

Atendiendo a este detalle muy significativo, sin duda, no pocos de los críticos que se han ocupado de su vida y de su obra lo reputan, con justicia, como poeta payanés, el segundo que conquistara para esta noble ciudad de las rimas, el trono de las nueve musas.

Nosotros, sin pretender restarle un ápice de sus títulos intelectuales a la patria de Silva, rescatamos ese nombre de sus fastos gloriosos; porque si ella le dio la cuna y lo nutrió en sus ágoras, aquí nació primero a la luz de la sangre, y de aquí llevó el espíritu armonioso con que luego habría de llenar los ámbitos de la literatura universal.

Del campo épico al epigrama y a la sátira, la lira de Pombo conoce todos los pentagramas de la inspiración. Poeta místico, rivaliza con san Juan de la Cruz, con san Juan de Ávila y con Rivadeneira, si no en el corte clásico y severo de las estrofas, sí en la emoción profunda, sincera y espontánea. Elegiaco, sobrepasa a Tibulo en el éxtasis lírico y se coloca a la altura de Rioja y de Hugo Fóscolo por el depurado sentimiento filosófico y moral, que les da a sus elegías un raro sabor de duda y esperanza.

Romántico, entra con paso firme al sagrado recinto donde pindáricas arpas y dantescos laúdes acompañan, bajo la dirección del dios selvático, la eterna sinfonía de los cantares olímpicos. Allí, a la derecha del dios Hugo, ocupa puesto de honor al lado de Espronceda, Zorrilla y Lamartine.

Poeta amoroso, camina al lado de Bécquer y Campoamor, entre sonrisas de mujeres increadas y desengaños de amores imposibles y puros. Un día se ofrece a sus ojos la majestad insólita del Niágara, y con asombro del mismo Pegaso, se remonta a cumbres ignoradas por Heredia.

Escéptico, se atreve contra el misterio de la humana existencia, y en un supremo arranque de olímpica neurosis interroga a Dios, y el eco de sus imprecaciones trastorna los cielos y la tierra, abriendo abismos más hondos que la Nada, desconocidos aun para la duda teológica de Leopardi, “el poeta del dolor y la desesperación trascendentales”. Fabulista, nuestro bardo se pasea por el Olimpo disputándoles el primer puesto a Fedro, Samaniego y La Fontaine. Polígloto y “rey de los traductores”, como le llamara algún crítico, traduce a Byron y a otros como Homero, Virgilio y Horacio, de cuyas odas hace una traducción que, en concepto de Menéndez y Pelayo, no tiene rival en lengua de Castilla.

De esta manera, Rafael Pombo realiza en forma insuperable la concepción emersoniana del poeta: “del hombre que excede el límite ordinario de nuestro pensamiento y que aparece ante nuestros ojos como un monte gigantesco cuyos pies están cubiertos de una flora tropical, y al que todos los climas del globo rodean sucesivamente con su vegetación, formando en sus rugosos flancos un cinturón de hierbas de todas las latitudes.

Don Antonio Gómez Restrepo ha coleccionado las obras de Pombo en cuatro grandes volúmenes, con los siguientes títulos: “Poesías originales” (Tomo I y II); “Traducciones” (Tomo III), y “Fábulas y verdades” (Tomo IV)”.

Según las biografías de don José María Samper y de Isidoro Laverde Amaya, alusivas al poeta, hizo sus primeros estudios en el Seminario Conciliar de Bogotá, pasando al Colegio del Rosario, y de este al Colegio Militar, de 1848 a 1851, año en que obtuvo el título de Ingeniero Civil, siendo, por ese mismo tiempo, profesor de matemáticas del Colegio San Buenaventura.

Publicó sus primeros versos en “El Día”, en el “Filotémico” y otros periódicos esporádicos de la época. En 1852, en asocio de don José María Vergara y Vergara, fundó “La Siesta”, donde aparecieron sus primeras traducciones de Byron: “A María Chaworth” y “Farewell”. Tomó parte activa en la guerra civil de 1854, combatiendo en las batallas de Puente Bosa, Tres Esquinas y La Sabana. Terminadas sus actividades bélicas, siguió para Nueva York como secretario de la legación granadina a cargo del general Pedro Alcántara Herrán, hasta 1872, año en el que, con el carácter de encargado, pasó a ocupar el puesto de este último. Sirvió otros cargos diplomáticos de importancia, regresando después a la patria.

Posteriormente, se desempeñó como secretario perpetuo de la Academia de la Lengua, en la capital de la república, donde en una máxima apoteosis sin par en los anales literarios de América, fue coronado al estilo de Petrarca en el teatro Colón de Bogotá el 20 de agosto de 1905, siete años ante de su muerte. Con ocasión del citado homenaje, Guillermo Valencia escribió, en su honor, el soneto que conoceremos a continuación.

TELEPATÍA

(A Rafael Pombo en su coronación)

Estoy lejos, muy lejos de tu fiesta encantada,

pero lleno mi espíritu de tu ser, de tu gloria

y de tus versos, música de una flauta ilusoria

que arrulló muchos sueños de amor con su tonada.

Estas horas propicias son la nube dorada

de tu ocaso, una chispa vivaz sobre la escoria

de tu vejez y el broche de luz que ata una historia,

meta de oro en la tarde final de tu jornada.

Te coronan. Y, lejos, pienso en ti bajo un roble

cuyas hojas el agua se las lleva cantando

de onda en onda hasta el límite más ignoto del mundo;

les consagro a tus glorias este símbolo noble

del árbol y del agua y las hojas de blando

rumor, del mar, del polo y el misterio profundo…

Y como otro de los grandes nacidos o concebidos en la comarca, razón suficiente para ser bendecidos por esta tierra fecunda, Pombo se inspiró en la gran ciudad de los caserones viejos que hoy sigue en pie, gloriosa, a pesar de haber sido lacerada, sin piedad, por la violencia del hombre y de la naturaleza.

A POPAYÁN

¡Niobe colombiana, madre augusta

de Caldas y de Torres; la primera

en heroísmo y gloria; la postrera

al cruel encono de la suerte injusta!

Corte del rayo, do en perenne justa,

los nervios acerando, arde la esfera,

y el trueno y del volcán la hirviente hoguera,

son grato arrullo de la infancia adusta!

¡Reina del Cauca! del sulfúreo abismo

que hay a tus pies, brotaron las tres furias

escándalo y horror de nuestra historia.

Mas, aún podrá tu excelso patriotismo

borrar de nuestra faz tantas injurias

y ahogar la execración de su memoria.

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