Papa León XIV firma decreto para beatificar a la religiosa

La religiosa colombiana, nacida en Medellín, el 6 de abril del año 1937 y muerta en la selva ecuatoriana alanceada por los indios Tagaeri el 21 de julio de 1987, fue reconocida por su entrega misionera y el sacrificio de su vida en defensa de comunidades indígenas en Ecuador.
Por Antonio María Alarcón Reyna
Familia
Inés Arango nación en el Barrio Belén de Medellín. Sus padres fueron Fabriciano Arango y Magdalena Velásquez, descendientes de raza antioqueña, con fervientes principios cristianos, practicantes y defensores de su fe que dejó en ella una huella imborrable y fue la impronta que los guió y definió en sus decisiones ante la vida y como cristianos.
El ambiente familiar de Fabriciano y Magdalena, fue un ambiente “levítico”. En su árbol genealógico hay hermanos, tías y tíos sacerdotes, misioneros y sobre todo una familia muy enraizados en el árbol franciscano
En cuanto a su hogar, Cecilia su hermana dijo: “Nuestro hogar podemos decir que fue modelo de piedad, fervor y religiosidad, ya que mis padres fueron verdaderamente cristianos. Con un gran amor a la Virgen Dolorosa, todos los problemas eran colocados en sus manos… todas las noches se rezaba el rosario y antes de ir a la cama cada uno pedía la bendición y recomendaba se le llamara para ir a la Misa al día siguiente”
Inés recibió, el bautismo a los pocos días de nacida, en la Iglesia Parroquial Nuestra Señora de Belén, La Confirmación la recibió el 6 de octubre de 1940 de manos del entonces Arzobispo de Medellín, Monseñor Joaquín García Benítez.
La Primera comunión la recibió en el Colegio de la Presentación de Medellín cuando cursaba el Infantil, apenas abriéndose a la vida, y con el entusiasmo y la limpieza de quien en la flor de la inocencia se acerca a recibir al dueño de la vida desde siempre y para siempre. En 1944 Inés ingresó al Colegio de la Presentación y luego pasó a la Escuela Normal de la ciudad.
Como su hermana Fabiola, Terciara Capuchina, había sido trasladada a la Normal La Mercede Yarumal, dirigida por esta comunidad religiosa, Inés se fue a su lado a continuar sus estudios; ahí termina el primero de Bachillerato que había iniciado en la Normal Antioqueña cursa además el segundo e inicia el tercero. Esto hasta 1953, cuando su hermana es trasladada nuevamente y entonces Inés también emprende viaje de regreso a Medellín.

Al regresar de Yarumal, en su casi obsesión por realizar su sueño misionero, resuelve entrar de aspirante a la Comunidad de las Hermanas Misioneras de la Madre Laura, donde solo permaneció por escasos meses. Al salir del aspirantazo en 1953 se matriculó en el Colegio María Auxiliadora dirigido por las Hermanas Salesianas.
Cuenta una prima salesiana que cuando recibió la primera comunión le dijo: “Yo seré monjita para entregarme a las misiones”
Ingresó en la comunidad de las “Hermanas Misioneras de Maria Inmaculada y de Santa Catalina” comúnmente conocidas como Misioneras de la Madre Laura o más familiarmente, Lauritas.
Al retirarse del aspirantazo de la Madre Laura, continúa estudiando el 3er. Año de bachillerato en el colegio de María Auxiliadora dirigido por las Hermanas Salesianas. Corría el año 1953.
Las Hermanas Terciarias Capuchinas fueron para Inés como un ambiente natural desde su infancia, puesto que su Hna. Fabiola ya pertenecía por aquel entonces a esta comunidad y así tuvo desde pequeña la oportunidad de familiarizarse con las hermanas, conociéndolas poco a poco.
El año del noviciado transcurrió normalmente; alegre como era, la infundía diáfana y ampliamente a sus compañeras, sorteando con valentía las inevitables dificultades, convencida de que la fe no las
Desde siempre y por siempre Inés soñó con ser misionera entre indígenas, pues en el sentido amplio de la palabra, todos somos misioneros al cumplir cada día la misión que Dios nos encomienda.
En 1960 se fue a la Norma “Nuestra Señora del Carmen” en Cereté (Cordoba), donde además obtuvo su título de Normalista Superior en 1964. Continuó laborando en el mismo establecimiento hasta cuando al finalizar 1967 fue trasladada al Colegio “Sagrada Familia” en Armero (Tolima)
Los años 1969 – 1971 los vivió en la Normal “La Merced” de Yarumal y pasó después al colegio de María de El Peñol (Antioquia), en 1974 fue trasladada al Colegio La Inmaculada de Puerto Berrío donde regresó en 1976, después de estar en el colegio La Inmaculada de Medellín y nuevamente en Armero en 1975.
“Yo me entré para ser misionera y me han dejado de maestra, ayúdeme usted que puede”, decía a la Hna. Ana Dolores Rojo en diálogo con ella, Superiora provincial de entonces. El Evangelio invita a estar abiertas a eventualidades dispares y opuestas.
Cuando la Hna. Beatriz Arbeláez (q.e.p.d.) se le solicitó hacer un flash acerca de Inés, escribe:
“Una mujer dinámica, entusiasta, activa, emprendedora, destacaría especialmente su dinamismo y su sentido de responsabilidad, su inquietud por la evangelización. Yo la conocí en Armeo, y además desde su trabajo como educadora con Amelia Echeverri se iban después de terminar las clases del colegio a una hacienda a dar catequesis a los niños que se preparaban para recibir los sacramentos; yo admiro mucho ese trabajo, porque el clima de Armero es muy fuerte, demasiado caliente, ellas no conocían la fatiga… Dentro de la comunidad era muy diligente y ágil poco paciente para acostumbrarse al ritmo de los otros, un poco colérica y tajante, cuando tenía que decir las cosas, su dinamismo la llevaba actuar así. Esto aunque pudiera verse como negativo es también muy positivo depende de uno según con quienes uno viva; personas así ayudan a despertar una comunidad a dinamizar un grupo”.
Misionera de verdad
Fue su único ideal, como lo repitiera meses antes de morir, sueño al que hubo que esperar para verlo realizado, pero no porque ella no lo hubiera buscado y tocado en muchas puertas sin obtener respuesta inmediata. Cuando la provincia de la Inmaculada empezó una misión en el Zaire. Inés pensó que también ella podría ser misionera en Africa, como 5 hermanas de esa provincia que en 1971 llegaron a Kansenia.
En 1973, cuando se hablaba de la misión en Mitú a cargo de la Provincia del Sagrado Corazón en los Llanos orientales de Colombia, Inés presentó una petición escrita para formar parte de la misma, pero esta solo se inició en 1978.
A petición del Superior de la Misión de Aguarico en el Ecuador y Prefecto Apostó lico de entonces Monseñor Jesús Langarica, las hermanas Terciarias Capuchinas llegaron a Ecuador en 1977 y en esta ocasión Inés fue designada para ir a trabajar en esa misión.
Al fin se cumplió su sueño tan acariciado, anhelado y esperado, ahora sí ¡misionera de verdad! Ahora sí tiene ante ella el inmenso horizonte y las selvas tanto tiempo deseadas y añoradas.
“Tuvo que esperar 20 años para que al final la mandaran a las misiones. Llegado el momento no vaciló. Tenía muy claro en su mente y corazón las características de un buen misionero: pobreza absoluta, desprendiéndose de sus seres más queridos, su patria y hasta de su lengua, ya que tenía que aprender algunos dialectos, pero feliz marchó, sin tener en cuenta la enfermedad de mi mamá y también su edad avanzada. Marchó con el mayor entusiasmo y alegría sin límites… en todo lo que hacía y admiraba, contemplaba la presencia de Dios como lo hiciera San Francisco de Asís”.
Ofrenda de vida
El reconocimiento vaticano de su entrega fue calificado como “ofrenda de vida”, una categoría particular dentro del proceso de beatificación reservada para quienes, impulsados por una caridad heroica, mueren aceptando voluntariamente un riesgo mortal para proteger la fe o a otros. León XIV, quien conoce de cerca la vida misionera tras décadas de servicio en Perú, fue quien avaló este paso.
Además de Arango y Labaka, el papa también reconoció las virtudes heroicas del obispo indio Matteo Makil, en un conjunto de decretos que marcan su intención de priorizar la memoria de aquellos que han llevado el Evangelio a las periferias del mundo, en condiciones extremas.
Tras ser declarada venerable, el siguiente paso en el proceso será el reconocimiento de un milagro atribuido a su intercesión, lo que permitiría su beatificación. Más adelante, un segundo milagro abriría la puerta a su canonización.