Hoy charlamos con Horacio Dorado Gómez, uno de los patojos mas comprometidos con Popayán que semanalmente nos brinda una columna en El Liberal,
Por Antonio María Alarcón Reyna

A dos cuadras del parque de Caldas, precisamente allí donde hoy funciona la Lotería del Cauca, existió el Pabellón Primo Pardo, que era un puesto de salud para gente del populacho, atendida por monjas, médicos, enfermeras y personal asistencial de mucha calidad humana. En ese establecimiento, donde socorrían a gente de menos recursos, allí nació Horacio Dorado Gómez, por allá en el siglo pasado, el 5 de enero de 1943, día de negritos.
Me contaba mi venerada madre que, desde el balcón, aquel día en que vi por primera la luz, ella podía observar la entrada triunfal de la “familia Castañeda” que desfilaba desde el Callejón (Barrio Bolívar) rumbo al parque Francisco José de Caldas.
En medio de los pujos de parto que realizaba mi progenitora durante la fase expulsiva, como un soplo de Dios, se alegraba al son de flautas, tamboras, charrascas y el triángulo. Eran tiempos de festejos y alegría, celebrando las fiestas de Pubenza, al grito de vivas, entonando aires caucanos el día de negritos.
Tanto mi padre Gilberto Joaquín como mi madre Josefina habían llegado de Bolívar, Cauca en 1939. Él, un sargento mayor del ejército, -Batallón Junín No. 7- acantonado en Popayán. Varias veces trasladado durante su carrera militar en la época de la violencia y, como tal, había ejercido alguna alcaldía en un pueblo norteño. Mi madre Josefina, al morir tempranamente la suya, fue internada y educada en un convento de misioneras religiosas de Bolívar, Cauca por parte de mi abuelo Pedro Pablo.
Por ese motivo, en honor a tantos sacrificios y desvelos por mi crianza y a mi formación como hombre de bien, resolví al cumplir los 18 años al obtener mi cédula de ciudadanía, en un arranque de soberbia, en sentimiento de valoración de mí mismo, por encima de las heridas, resolví tomar los apellidos de mi madre y quitarme los de mi padre. Satisfice mi orgullo, optando por un orden diferente al tradicional, mediante un trámite legal ante la notaría 2ª del Dr. Viveros. Mi padre me perdono lo imperdonable. Y pese al desagrado por la comprensible irritación de mi padre y al asombro de mis hermanos, la vida continuó con la hermandad de sangre que persiste y se afianza con el paso de los años hacia Nora, Víctor, Yolanda y Adolfo; sin dejar de recordar a Elsa y Gilberto, quienes se adelantaron en la entrada a la Casa del Padre Eterno.
Una historia de amor comienza.
Apenas había cumplido 18 años cuando la conocí. Desde el primer instante tuve la sensación de que era la mujer que debía llevar al altar para guardarla en una urna de cristal. Su inocencia y, fragilidad parecía que no encajaba en este mundo; sin embargo, con el transcurrir del tiempo, me demostró que era más fuerte que yo.
Era invisible para la lujuria mundana, para mí fue un embrujo del amor, desde que mis ojos se posaron en ella. Había encontrado la mujer de mis sueños. Sentí tan dentro de mí ese sentimiento de apego, que perduró 52 años. Compartimos una relación matrimonial maravillosa, porque era una mujer cristiana.
Me faltan palabras para expresar tantas virtudes que la adornaban. Dios, la puso en mi camino para esta historia de amor que superó la prueba del tiempo, sin sentir el transcurrir de la vida. Fue un verdadero amor, construido despacio y con mucho cuidado. Siempre conservamos el diálogo diario, respeto, confianza y paciencia mutua como llave del amor.
Quienes la conocieron, saben la calidad de compañera con quien construí mi refugio de ternura. Con Alix Quintero Bolaños, beso a beso, ladrillo a ladrillo edificamos un hogar donde el sol brilló más brillante y con la brisa que soplaba más fresca y pura. Llegaron los hijos y, con ellos, los nietos y últimamente, los bisnietos, Matías y Margareth, haciéndome aliviar las penas del alma. A todos nuestros herederos, les impartimos desde nuestro nido, la educación en valores como objetivo primordial de la vida, la misma que recibimos de nuestros progenitores. Siempre, la intención ha sido la de conservar y usar el término ilusión en este sentido. Alimentamos la ilusión para referimos a un sueño conectado con nuestro sentir. Nos resultaba agradable y estimulante soñar despiertos, con el bienestar que producía llevar a cabo un determinado proyecto o actividad. Bienestar, que se cumplió porque nos obligamos a seguir un deseo nacido de lo más profundo de nuestros corazones.
Embelesado por la belleza espiritual que engalanaba a mi esposa Alix, logramos entender la dualidad de la vida que radica en los pequeños detalles que ella nunca dejaba pasar por alto. Con extraordinario corazón altruista, se encaminó por el bien de las personas de manera desinteresada, incluso a costa del interés propio. Sin dar a conocer su nombre, entregó el bien sin esperar nada a cambio.
Pero, esa inmensa felicidad que nos acompañó durante tantos años (52) se vio comprometida constantemente por complicaciones clínicas intercurrentes que afectaron su salud, en especial la función renal. Gracias a los avances médicos, tanto en la clínica R.T.S, en Popayán, como en el Valle de Lili, continuamente el personal médico y asistencial, le suministraron la atención y el seguimiento clínico necesario durante largos y penosos años, a quienes presuroso siempre acudí para cuidar esa porcelana que Dios me había regalado.
El padecimiento renal crónico, relacionado con la enfermedad cardiovascular, se había logrado controlar. Pero sin duda, el nerviosismo y, la tensión física, llenó su pensamiento de angustia e impotencia ante el terrible peligro del virus del año 2020 y la velocidad con que contagiaba al mundo. A última hora, un paro cardiaco, la llevó al lugar donde se vive para siempre.
Alix era todo corazón, amó a sus tres hijos, Cristina, Claudia, Horacio Enrique y a cuatro nietos: Camila, Pablo, Juan Sebastián, Manuel José. Ahora a mí me corresponde irrigar el mismo amor a la última nieta, Alicia y, a mis dos bisnietos, Matías y Margaret. Tal como ella consagró su vida a descubrir y afrontar el mundo por ellos y por mí. Su amor cambió mi vida, la cambió para bien. Su amor me hizo tener esperanzas y ser siempre feliz.
Logró hacer todo aquello que era capaz de hacer: manualidades y habilidades, enseñando a pintar, a leer, a hacer las tareas escolares, como legítima guía para sus chiquitines que le daban ilusión a su existencia. Ella quería que todo su amor quedará grabado en la personalidad de sus pequeños para toda la vida. Eran experiencias que le imprimían las bases para lo que sería el resto de sus años. Alix, fue una santa mujer. En su rostro y su dulce mirada, nunca reflejó los padecimientos del cuerpo. Tenía la ilusión de vivir largos años, no para sí, sino para sus retoños a quienes adoraba entrañablemente. Por ellos, resistió con serenidad sus padecimientos.
Para olvidar los males, bailábamos y cantábamos al ritmo de nuestros corazones. Año, tras año se repitieron las reuniones familiares que nos brindaron mucha felicidad, la armada del pesebre y el árbol de navidad, enseñando las tradiciones y sabores. Con cariño y entusiasmo, en sesiones de karaoke entonábamos, el bolero “Nuestro juramento”. Por eso, cumpliendo esa promesa, repito escribiendo aquí en su honor, la historia de nuestro amor. Le saqué sonrisas, ella me robó el aliento. Ahora siento un vacío existencial, tan grande y profundo que me quema por dentro. Yo le enseñé a vivir, ella me mostró la muerte. Hoy ese vacío no solo se manifiesta por la ausencia de mi amada Alix, sino por la falta de su presencia, su apoyo y la alteración del ritmo diario con dificultad para adaptarme a la nueva realidad.
Mi educación siempre fue en establecimientos públicos, escuelas: Rafael Pombo y Antonio Nariño, con excelentes notas, que aún conservo mi libreta de calificaciones para conocimiento de mis vástagos. En mi última escuela Antonio Nariño, me vi precisado a validar toda mi primaria ante el cambio de apellidos.
Cursé el bachillerato en el Colegio José María Córdoba, cuando la pensión costaba 200 pesos mensuales, suficientes para sufragar la nómina de auténticos y esplendidos educadores. Me gradué como Contador Público en la Universidad del Cauca, cuando los computadores ocupaban un espacio tan grande, casi, como el salón de clases. Además, hice tres especializaciones: Especialista en Docencia Universitaria. Especialista en Administración Hospitalaria. Especialista en Revisoría Fiscal y Auditoría Externa. Diplomado en Relaciones Industriales en la Universidad de Cornell en Ithaca, New York.
Me vanaglorio de mi educación, diciendo con modestia y humildad con respecto al nivel educativo alcanzado, que la formación recibida en los planteles educativos de carácter público, la considero motivo de orgullo o superioridad sobre otros. Después de todo, desde mi infancia, mis padres, ambos quisieron que fuera a una universidad específica, al alma mater, fundada por Francisco de Paula Santander, en 1827. Mi Universidad del Cauca, simplemente la mejor para formar ciudadanos que han contribuido al desarrollo de la nación.
Siempre me propuse ser el mejor estudiante, porque sabía y quería que mis padres, nunca se sintieran algo decepcionados. Durante mi paso por la Universidad, me desvelé estudiando, pues durante la ausencia de los profesores, me dejaban como monitor del curso para suplirlas. Años después de mi graduación, mi padre me llamó para decirme que se alegraba de mi decisión de haber elegido el camino al que él esperaba. Sonreí.
A mi madre le agradezco haberme heredado su inagotable amor al trabajo y la enseñanza con su ejemplo que todo es alcanzable con el esfuerzo propio. Mi venerable madre, Josefina, la “Doña Chepa” del siglo XIX, quien en su encierro conventual había adquirido vastos conocimientos de culinaria. Por ese paso monacal de mi madre, se abrieron las puertas de familias notables de la ciudad. En la historia y la sociedad de Popayán, ciertas familias habían alcanzado renombre y reconocimiento por diversos motivos, ya sea por su riqueza, poder, influencia política, o por su legado cultural y artístico. Esas familias notables dejaron en mí, una marca perdurable en mi existencia y están asociadas con ciertos apellidos importantes por quienes guardo especial afecto y cariño.
Su demostración de afecto, a través de expresiones verbales, contacto físico o acciones de cuidado, fortalecieron nuestros lazos familiares y contribuyó, sin duda a la construcción de mi persona con relaciones saludables basadas en la confianza y el respeto. Allí en esos caserones fui tratado como un hijo de esas familias, quienes pusieron en mis manos sus bibliotecas, desempeñando un papel fundamental en mi alfabetización y el amor por la lectura. Mi tiernísima madre, cumplía sus labores de la alta cocina; que, por sus saberes y sabores, de ricos manjares para banquetes y fiestas de gran pompa en la aristocrática Popayán que la contrataban con frecuencia.
Mientras tanto, yo me entretenía leyendo los clásicos de la literatura para mis tareas escolares. Allí disponía de los periódicos nacionales y claro, de “El Liberal”, que me formaron como lector y que aún sigo siendo lector, hasta de periódicos internacionales que Rodrigo Dueñas me dispensa a diario. Siempre los periódicos han cumplido el papel informativo, aunque se comentaba en aquellos tiempos, que la prensa sembraba el desorden, generando reacciones incendiarias, hasta que la violencia se hizo realidad.
Durante las largas horas esperando que mi madre cumpliera sus quehaceres, me deleitaba leyendo la revista Cromos, literaturas costumbristas, novelas y hasta revistas de comics, que domingo a domingo a la entrada de los teatros intercambiaba. Mi amor por las letras, y por el esmero en mis estudios, y mi comportamiento en todo momento, fue motivo de comentarios que elevaban el ego a mi madre, manifestándole: “su hijo va a tener futuro”. Mi madre me educaba con filosóficos proverbios para enseñarme, no solo a ser honesto, sino a decir la verdad, a actuar con integridad en todas mis acciones y decisiones. De ella aprendí, que la honestidad en un valor esencial para fortalecer las relaciones para vivir con rectitud y en paz. Estas reflexiones sobre recuerdos bonitos nunca se me olvidan.
Desde siempre me gustó escribir. Siento que al escribir abro mi alma y mi imaginación, que, al convertirla en letras, me desahogo sobre el papel. Cuando se asoma una idea a mi mente, la convierto en realidad. Creé mi primer pasquín elaborado en mimeógrafo que titulé: “Lux”. Lo circulé en las oficinas de Cedelca, para reprochar o felicitar a funcionarios de Cedelca; por ejemplo, al Tesorero Gerardo Silva, porque no pagaba la nómina si la fecha caía un viernes, bajo la sana disculpa de evitar que el trabajador, gastara su quincena en bebidas embriagantes el fin de semana. Escribí, en el periódico escrito con humor de propiedad de Ricardo Román (Q.E.P.D); también, en Proyección del Cauca de Oscar García, (QEPD), Meridiano del Cauca de Edgar Campos y, en la Revista Popayán Positiva, de Antonio Alarcón.
En el Diario “El Nuevo Liberal”, escribo hace más de veinticinco años, sin dejar de publicar dominicalmente un solo día. Cinco lustros como columnista hasta lo presente, desde cuando el ingeniero Guillermo Alberto Gonzáles Mosquera me brindó un espacio seguro en el periódico para expresar, lo que a menudo suelo comunicar con moderado espíritu crítico, variedad de temáticas de mi amada Popayán. El Dr. González Mosquera, me motivó a escribir para el periódico local. Desde entonces, decidí que esa era una manera de corresponder a la ciudad que me vio nacer, la que me ha dado todo para ser la persona que hoy soy. Cuando Dios hizo el primer jardín, pensó en Popayán.
Por eso, dominicalmente, siempre creo que es la forma de corresponderle a la ciudad de mis amores. Desde luego, pensando en los leyentes con respeto para redactar las columnas sobre históricos relevantes desde su fundación, su papel como capital noble y señorial, su influencia en la independencia de Colombia, y su arquitectura colonial, hasta nuestros días. Escritos que reflejan la rica historia de la ciudad, su importancia en el desarrollo regional y hasta el aplazamiento en que la someten sus gobernantes, desde luego, lo hago con mensajes impregnados de profunda consideración hacia los demás.
Me cabe la inmensa satisfacción, de que mis escritos, generan en la opinión pública a través de la persuasión, y el cuestionamiento que, en forma de mensajes constructivos, sugieren cambios de comportamiento de la ciudadanía en pro de la ciudad. En eso, no doy brazo a torcer: Uno que me lea, entienda y ponga en práctica, lo que digo, me basta para decir, que es un logro como columnista. He escrito varios libros, entre ellos: “Cuentos parroquiales para todo el mundo”, “Popayán en columnas de Papel” y “Personajes Típicos de Popayán”; coautor de “El rastro de las ideas” y “La escritura sobrevive”
Siempre encontré la felicidad en el trabajo. Desde muy joven empecé mi vida laboral. Como profesional y como servidor público alcancé cargos de mayor jerarquía con funciones de dirección y toma de decisiones. Orgullosamente salí de todos los cargos, sin cargos que enturbiaran mi trayectoria laboral. Desde luego, englobando en el amplio quehacer como trabajador raso. Trabajé como obrero de pala y azadón, en la granja experimental de la Secretaría de Agricultura. Tan productivo era ese trabajo, que me sacaba sangre y ampollas en mis manos.
Gracias a mi caligrafía y como mecanógrafo, me reubicaron del campo a la oficina, tan pronto demostré mis cualidades administrativas. El segundo trabajo en mi juventud, recomendado por mi gran amigo, Mario Ledezma alias el suizo, ante el gerente de Avianca, español José Luis Vela, fue como cartero con vestimenta de paño azul turquí, corbata negra y kepis para repartir el correo aéreo y cartas por las calles de la bien amada “Ciudad de paredes Blancas”. Poco tiempo bastó, para escalar posiciones de oficinista, ya como encargado del área de Correos Nacionales, ya como jefe de encomiendas en Avianca.
Hice tránsito laboral en la gran empresa Cedelca, por espacio de 15 años. Alternado mis labores, conjugué mi carrera administrativa con mis estudios nocturnos, en la Universidad del Cauca. Ocupé varios cargos ejecutivos en dicha empresa, sociedad anónima, como: sub-almacenista, secretario del área técnica, jefe de compras, jefe de facturación y cobranzas. Con ese bagaje de conocimientos empresariales adquiridos allí, un día fui llamado por el Dr. Fabio Grueso Arboleda quien había sido Almacenista de Cedelca y yo su subalterno, para entrevistarme con el gobernador, su tío, Jorge Grueso Arboleda, quien quería nombrar como secretario administrativo, a una persona que fuera trabajador, estudiante y líder sindical. Como yo tenía ese perfil, fui nombrado como tal.
De allí en adelante, durante los cambios de gobernadores, fui reelegido por el médico Gilberto Cruz, luego en otro cambio, el Dr. Andrés Arroyo Cajiao, y otro más por el Dr. Fernando Iragorri Cajiao y finalmente el Dr. César Negret Mosquera. En dichos cargos, adelanté gestiones, en bien del Cauca, solicité apropiaciones presupuestales como secretario administrativo para dotar de máquinas de escribir (predecesora de la computadora) y contraté personal idóneo para poner al día la oficina, desatrasar la expedición de certificados para profesores y personal solicitante; además, de realizar el inventario de bienes, muebles e inmuebles del departamento del Cauca. En la Secretaría de agricultura, además de poner a funcionar la maquinaria abandonada, tractores para arar gratuitamente las tierras de agricultores con máximo tres hectáreas de terreno; adquirimos sementales (equinos, porcinos, mulos de pedigrí) para que los campesinos pudieran llevar a sus animales-hembras a fin de mejorar sus razas.
Fui gerente de la Caja de Compensación del Cauca, haciéndola funcional financieramente, organizando y actualizándola como una empresa en desarrollo. Una vez liquidada el IDEMA, puse en marcha vehículos, adquiridos por la Caja de Compensación, furgones con mercaderías básicas para el hogar, recorriendo los barrios populares para el alcance presupuestal de las familias más pobres de la ciudad. Durante el terremoto de marzo de 1983, no solo prestamos auxilios a gentes necesitadas con el aporte de las Cajas de Compensación del país, sino que se reconstruyeron las instalaciones del centro (frente a San Francisco) que había derruido por cuenta de la catástrofe. El mayor logro, en dicha institución es haber construido y puesto en funcionamiento, desde la compra del lote del Centro Recreativo con todas las comodidades para las prácticas deportivas y la recreación de las familias de Popayán. Dichas instalaciones siguen y seguirán ocupando el primer lugar para la sana distracción de las juventudes.
Además, durante mi período como director de la Caja, se construyeron supermercados en las poblaciones de Santander de Quilichao y Puerto Tejada. Resaltando que, en Popayán, en la parte trasera del Hotel Monasterio funcionaba en un cobertizo el Cuerpo de Bomberos de Popayán. Para cumplir un doble propósito, hice posible la compra de ese lote para construir la edificación, donde hoy funciona una IPS de Comfacauca y para que el Cuerpo de Bomberos adquiriera y edificara sus instalaciones frente a la Terminal de Transporte donde hoy funciona para bien de Popayán.
He contado aquí, mis recuerdos en blanco y negro que no son engañosos porque están coloreados con los hechos del presente durante largos 60 años de vida laboral. Nunca aspiré a ganar premios por lo que hacía. Tampoco he hecho el menor esfuerzo por obtener merecimiento alguno. Y mucho menos, en el otoño de mi vida. Mi único anhelo, es que Dios Todopoderoso me conserve con salud física y mental, mientras llega la oportunidad del maravilloso reencuentro con mis seres queridos que avanzaron para alcanzar la vida eterna.