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Guardianas del saber – El rol de las mujeres indígenas en la preservación de la medicina ancestral

Hortensia Tombé Tunubalá, sabedora y médica tradicional Misak, ha vivido décadas de lucha contra el machismo y la exclusión social. Sin embargo, ha demostrado su valor a través de la práctica y la transmisión de saberes ancestrales y reafirma la importancia de las mujeres indígenas como pilares de la cultura y del conocimientos.

Hortensia Tombé Tunubalá, sabedora y médica tradicional perteneciente a la comunidad Misak del resguardo de Guambía, Municipio de Silvia. Foto: Sarai Tombé

Escrito por: Shinye Sarai Juagibioy Tombé

sjuagibioy@unicauca.edu.co – *Especial Co.marca/Alianza El Liberal

Está de pie. Toma con cuidado varios trozos de madera y algunas ramas secas de eucalipto organizadas en una esquina de su gran cocina, luego regresa nuevamente a su asiento junto al fuego para avivarlo. Con rostro tranquilo, Hortensia Tombé Tunubalá, observa el lugar mientras habla animadamente y deja que el calor y el humo de la hoguera inunde el interior de su cocina hecha de bahareque y guadua. En cuestión de minutos el humo envuelve toda su casa, ubicada en la vereda La Marquesa, del resguardo de Guambía, municipio de Silvia, al nororiente del departamento del Cauca.

Mama Hortensia, como suelen llamarla o Mayora Hortensia, es una mujer indígena perteneciente a la comunidad Misak. Suele tener una sonrisa serena y contagiosa. Sus ojos son de un color negro con tonos azulados grisáceos alrededor de la pupila. Lucen generosos, pero a la vez desafiantes.

Es de mediana estatura y de tez un poco pálida; tiene el cabello corto, de un color negro lacio sujetado en una coleta. Usa el traje tradicional de su comunidad Misak. En su cabeza, un tampalkuari o sombrero plano de un color beige que la protege del sol y del viento. En su cuello, un collar de cuentas de color blanco, y encima de este, otro collar en forma de rombo con los colores de la wiphala, el símbolo de los pueblos indígenas del Tahuantinsuyo,, y unos aretes en forma de colibrí, que cuelgan de sus orejas y que terminan adornando su terso rostro.

También usa un anaco o una falda, hecha con lana hilada de ovejo de color negro con franjas azules y blancas en los bordes; dos mantas o rebozos de algodón, uno azul oscuro y el otro morado, los cuales cubren sus hombros hasta la cintura. El ‘chumbe’, adornado de figuras de varios colores, se ajusta a su cintura, y en sus muñecas, varias manillas de colores.

A su lado, sentada en el suelo de cemento, una gata de color café con rayas negras como raíces y de nombre Coco ronronea mientras Hortensia le toca su lomo reluciente. El fuego mantiene cálido el interior de la cocina, donde en cada pared hay algo colgando: unas cuantas mochilas tejidas en lana de ovejo o hilo guajiro con algunos diseños de rombos y rayas en tonos negros, grises y azul oscuro; también hay costales y algunas plantas como la manzanilla y hojas de coca almacenadas en bolsas. En otra pared, un cuero color café extendido de par a par de una enorme vaca, y en la otra, la sección de tapas de ollas puestas en varias cuerdas templadas, entre algunos otros manojos de maíz colgandos en un palo para que se puedan secar.

Adentro, el humo gris azulado disperso que huele a plantas llena el lugar y sube lentamente hacia el techo, como una nube. Afuera cae la tarde y el frío comienza a colarse entre las puertas; en el horizonte, observando a través de las grandes ventanas de la cocina de bahareque, nubes pesadas e imponentes empiezan a teñirse de tonos grises y naranjas, mientras el sol oculta su último fulgor e invita a las gallinas a retornar a sus nidos y a los pájaros a buscar refugio en medio del sonido del viento, la melodía de una canción en la radio y las imponentes y vastas montañas que rodean el paisaje.

***

Hortensia Tombé nació en el mes del sol y del viento del año de 1974, en la vereda La Marquesa de la zona Gran Chimán, que pertenece al resguardo indígena de Guambía. Segunda hija mayor de seis hermanos y madre de tres hijos. Estudió hasta el grado cuarto de primaria en la escuela bilingüe La Marquesa para después, junto a su familia, dedicarse al trabajo de la agricultura y la ganadería. Ahí, entre las montañas, las labores del campo e influencia de sus abuelos comenzó a despertar su curiosidad por aprender la medicina tradicional.

—Yo comencé a interesarme por la medicina ancestral a la edad de cuatro años. Yo veía a mis abuelos utilizar plantas para curar, hacer limpiezas, para ayudarse ellos mismos, pero también para ayudar a los demás. Al igual que ellos quise aprender. Trataba de imitar eso. Me gustaba seguirlos y aprender —dice mientras sonríe con su rostro tranquilo y reposa sus brazos en las rodillas. Continúa hablando.

—Y aunque ya tenía algunas visiones aún no lograba entender. No había quién me orientara o no sabía qué es lo que me estaba pasando —dice. Su mirada se ilumina, pero vuelven nuevamente a la calma, a la seriedad implacable de su rostro terso y rasgos redondeados.

Según los relatos que se cuentan de generación en generación en las comunidades indígenas, la persona que sea jueteada por un rayo será poseedor de una gran sabiduría, es el indicio de la elección espiritual y ancestral. El empujón o refuerzo al don concebido desde el nacimiento. En ese momento el trueno otorga fuerza y movimiento a cualquier habilidad que desarrolle y potencie la persona jueteada.

Así, un día irrecordable a la edad de catorce años, Hortensia experimentó de primera mano la caída de un rayo muy cerca de donde ella se encontraba. El día, encapotado de nubes negras, era la señal de una fuerte y brava tormenta. Y aunque esa tarde hubo fiesta: la celebración de las clausuras en la escuela bilingüe donde estudiaba, el rayo cayó sin ningún problema en medio de los presentes. Ese día la jueteó un rayo.

—Esa vez yo estaba en la ventana con otro compañero mientras llovía y tronaba, entonces de un momento a otro cayó un rayo que se escuchó fuertísimo, aunque no sé exactamente dónde. El otro compañero sí se cayó al piso, en el agua, mientras que yo alcancé a agarrarme de las varillas. Ese día sentí cómo esa energía recorrió mi cuerpo y desde ahí comencé a ver y a sentir de una manera diferente —menciona y mueve sus manos simulando la escena.

Poco a poco su don comenzó a fluir. Empezó a percibir las energías y a aprender por medio de sueños. También las visiones se hicieron presentes. En ellos los espíritus mayores le indicaban qué hacer y qué no, qué plantas debía utilizar y sus usos. Progresivamente, la fuerza y el despertar de su don por la medicina ancestral se iba desarrollando.

—En un sueño se presentó mi abuela de nombre Antonia Tumiñá, la mamá de mi papá, unos dos años antes de que ella falleciera. Ella me decía que yo practicaría la medicina, que ayudaría a los demás, pero yo nunca le puse mucho cuidado. Me daba como pereza. —dice, mientras pone sus brazos sobre sus rodillas.

—Pero un cierto día, antes de que ella se fuera de este espacio, nuevamente en un sueño me entregó de manera espiritual una chonta. También los remedios principales, como es la yacuma blanca, el maíz capio, la hierba alegre y la orejuela. Ella me entregó esa sabiduría. Así fue mi primer paso, pero esta vez hacia la práctica.

Los sueños fueron su otro lugar de aprendizaje. En ellos se concentraba la sabiduría y las enseñanzas de aquellas raíces ancestrales, precedidas por sus abuelos y abuelas que permanecían en el tiempo. Estas se empeñaban en enseñarle negándose a desaparecer. Aprendió en ellos a hacer lo mismo que su abuela. El manejo de las plantas y sus beneficios, también el uso de la chonta y el arreglo del pulso en niños y jóvenes. Buscó y absorbió aquella información, como el musgo absorbe el agua de las piedras y los árboles.

La medicina ancestral, en el ensayo “Medicina tradicional y gobierno Misak” de la Universidad de Zulia del año 2020, menciona su importancia en el gobierno espiritual y en las formas de resistencia que por siglos han contribuido a la pervivencia del pueblo originario. El médico tradicional está comprometido políticamente a salvaguardar las voces de los ancestros […] para actuar pacíficamente, pero con determinación en la defensa del territorio.

El trabajo de la medicina tradicional o ancestral ayuda a promover y fortalecer la cosmovisión indígena, el pensamiento, el sentir y el actuar de cada persona. Pero muchas veces, también limita el caminar de quienes no cumplen ciertos criterios, el pensamiento machista donde el hombre se sobrepone en la práctica y enseñanza de la medicina tradicional o “chamanismo”. En medio de prejuicios, hostilidades y limitaciones no solo en la comunidad sino también en otros territorios y espacios.

—La verdad me sentía feliz, pero a la vez me daba miedo. Me preocupaba, porque eso ya no era un juego. La abuela decía que ella no había podido ejercer la medicina solo por el hecho de ser mujer y por la época difícil en la que había nacido —dice con evidente tristeza en su rostro.

—Aunque había decidido mantenerlo en secreto, ella no pensaba llevarse esa sabiduría, iba a dejarlo con alguien y al final, me escogió a mí para seguir practicando y preservando esa herencia, esas raíces. Yo decidí alzar mi cabeza y continuar—habla con voz fuerte y sin vacilaciones.

La mayoría de médicos tradicionales habían sido hombres, y las mujeres se limitaban a ejercer la importante labor de la partería. Pero no médicas. Y si lo hacían, caía en sus hombros no solo el señalamiento de las personas, sino también, la desconfianza y el desprecio de la familia, ligada a pensamientos machistas. Hortensia no desistió, al contrario, tomó las riendas de su camino y se vió en la misión de luchar por su valor y creer en sus capacidades.

Hortensia recorre con una mirada su cocina en busca de un trapo de tela para bajar de la hornilla una olla humeante. Después, se levanta de su asiento y se dirige a una esquina de la cocina donde se encuentran organizadas sobre un gran costal de color verde extendido en el suelo, una amplia variedad de plantas medicinales completamente secas. Al moverlas el olor característico de algunas de ellas envuelven en lugar: el aroma de la yacuma negra y blanca, la hierba alegre, la rendidora, la coca, entre otras. Toma entre sus manos una que otra planta, revisándola, murmurando alguna que otra frase en su idioma materno, el Namtrik.

—Ay, inchawai srønape palap pupene tsilømeran lantrap yamik køn, warameran ashchap pa… (Ay, cierto, mañana debo subir a la montaña a buscar las plantas que me faltan y de paso, debo ir a ver las vacas también…).

Voltea y sobre una mesa acomoda una mochila de figuras de rombos con colores del arcoíris. Dentro, y de casi 50 centimetros de largo, asoma su llamativa figura, un “bastón espiritual” de color negro azabache con tonos cafés claro y con forma puntiaguda. Está adornada por un gran rayo tallado de color dorado en el medio, los ocho caminos de la luna y los cuatro caminos del sol. La saca y la pone sobre la mesa junto a una piedra del tamaño de una mano un hacha de piedra, la cual tiene un vistoso color gris azulado, también con una gran figura de rayo en forma de raíces.

Esos son los instrumentos que utiliza Hortensia para la realización del ritual de la armonización o pishimar∅p, en complemento con las plantas medicinales y otros elementos, como lo son: la orejuela, la hierba alegre o kasrak, maíz capio molido, el pachipi o chirrincho (aguardiente) y el uso del tabaco, le permiten la conexión espiritual para poder llevar a cabo su labor medicinal. “El bastón espiritual”, elaborada en madera de chonta y el hacha de piedra se fortalecen mutuamente. En ellos se encuentran la sabiduría y la fuerza ancestral.

*Espere la segunda parte en la próxima edición. Co.marca es el Laboratorio de Medios Periodísticos del programa de Comunicación Social de la Universidad del Cauca.

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