Hoy hablamos con el eterno reportero de a pie y cronista natural, que ha transitado los caminos periodísticos de la región y ha escrito varios libros llenos de historias, relatos y crónicas.

Por Antonio María Alarcón Reyna
Familia
Nací en Popayán, el 27 de julio de 1955, soy el segundo de cinco hermanos: Alfonso, Mauricio, Diego y Bernardo. Mi padre, Alfonso León Solarte. Hurtado, abogado graduado en 1936 en la Universidad del Cauca, quien en Santander de Quilichao pasó por todos los juzgados: Municipal, del Circuito, Superior, de Instrucción Criminal, Etcétera, etcétera.
Después de jubilarse cuando volvimos a vivir en Popayán en 1979, y yo estudiaba medicina en la universidad del Cauca, fundó el periódico El Caucano, en el cual hizo varias investigaciones y denuncias y del que asumí la dirección cuando murió en el hospital San José, el 13 de enero de 1985, un día después de cumplir 68 años, al reventársele un aneurisma en la aorta.
Recuerdo que era liberal simpatizante de Gaitán y después que lo mataron el 9 de abril de 1948, del Movimiento Revolucionario Liberal, MRL, que en iniciando los 60 lideró López Michelsen. Era bonachón, de buen humor y su mayor defecto era la bebida que le alteraba su comportamiento, aunque no era violento, pero sí, de esos borrachos cansones… de noche le daba por hablar sólo como si estuviera con sus amigos en una mesa de cantina, sin dejar dormir, o se metía en problemas cuando en la calle o algún bebedero, se encontraba a algún delincuente de cuello blanco, al que estaba o había investigado y le cantaba la tabla.
Fue muy cumplido en su trabajo, mantenía los juzgados con las investigaciones y procesos al día, lo que le sirvió para que no lo echaran cuando llegaban las visitas de la Procuraduría después que le habían acusado sus enemigos y por escándalos en las borracheras. Lo chistoso es que finalizada la visita de los procuradores la despedida era con bebeta incluida. No aceptó sobornos de sus investigados y cuando le enviaban regalos condicionantes los devolvía. Al morir ni casa propia teníamos. Le gustaba mucho leer, a diario compraba El Espectador, periódico en el que cuando enviaba le publicaban columnas sobre temas jurídicos.
Apenas llegaba con el periódico al mediodía yo esperaba las páginas de tiras cómicas, deportiva, y a medida que crecía empecé a leer las otras secciones recordando las frecuentes noticias y fotos de masacrados después de las incursiones de Desquite, Chispas, Sangrenegra, Efraín González y otros bandoleros que se desprendieron de las guerrilla liberales y de los pájaros y chulavitas conservadores, que a finales de los años 50 e inicios de los años 60 se dedicaron a asaltar haciendas, buses y la Caja Agraria de pueblos aislados. De esas guerrillas liberales también nacieron las Farc en 1964. También comencé a leer los magazines literarios, incluidos los de El Tiempo y más tarde del Pueblo, de Cali que compraba los domingos.
De mi madre. Ana Beatriz Nates Comba, recuerdo su gran amor por los hijos y las angustias que le tocó vivir al no poder tener siquiera una hija y resignarse a criar 5 varones callejeros, -mi hermano mayor y yo, tirando a gamines-, con pocas diferencias de edad y, además, tener que soportar las continuas borracheras de mi padre, al que se le plantaba. Añoraba los 6 primeros años de vida en Guayaquil, Ecuador, donde su padre Guillermo tenía un negocio de importación y exportación y al morir su madre, la trajeron a Quilichao, a vivir con su tía Angélica Nates Tello. No terminó el bachillerato, aunque leía bastantes novelas, revistas y le gustaba llenar crucigramas como el del Magazín Dominical de El Espectador.

Recuerdo que mi padre y mi madre se quejaban del matrimonio y añoraban la soltería, lo que me influyó para no convivir junto con las parejas en las pocas relaciones amorosas serias que he tenido, reuniéndonos para compartir reuniones familiares, de amigos, fiestas, viajes, aunque en gran parte de mis largos años de bohemia fui muy putañero. En la actualidad tengo una buena relación con Ana Cecilia Sanín, una caleña que vive en Estados Unidos y con la que he compartido en varias ocasiones que ha regresado al país.
Mis hermanos son: Alfonso, el mayor, gran lector de “Cien años de Soledad” con carácter de aventurero al estilo de Aureliano Buendía. Estudio algunos semestres de Zootecnia en la Universidad Nacional de Palmira y actualmente vive en Popayán, donde aprendió a curtir cueros en el Sena y sobre pergaminos con alquitrán pintó varios paisajes. Ahora está más dedicado al montaje y retoque de vitelas sobre lienzo.
Mauricio vive con su familia en Estados Unidos hace como 30 años, como la mayoría de inmigrantes le tocó trabajar duro en New York y ahora con está organizado allá con su familia y vive en Miami, y viene de vez en cuando al país.
Diego, hace más de 30 años vive en Cali con Myriam Bolaños, payanesa con la que tuvo a su hija Ingrid. En el barrio San Fernando montaron un negocio que principalmente ofrece tamales y empanadas de pipian y vallunas, con buena clientela entre la colonia patoja y numerosos caleños que demandan sus productos.
Bernardo el menor, fue un brillante estudiante de Derecho, en la universidad del Cauca, donde alcanzó a estudiar 4 años, pero desgraciadamente, las adicciones y un cáncer se lo llevaron cuando tenía 40 años.
Infancia
De mi primera en Popayán infancia tengo pocos recuerdos. Según me contó mi madre, vivimos en una casa arrendada, en la carrera 4ª, entre calles quinta y sexta frente a la casa de Otón Sánchez, donde hoy queda la universidad Autónoma del Cauca. Mi madre era muy amiga de su hija Olga y recuerdo que en un paseo a la finca de ellos conocí las primeras vacas y probé los nísperos del Japón. Después nos pasamos frente a la Ermita, al lado de la casa de doña Anita Quiñonez y solíamos jugar con su hijo o nieto, no recuerdo bien. También jugábamos al interior de la Iglesia y en los alrededores dónde había abundante vegetación, como las matas de ortiga que por primera vez me enroncharon. Nunca me puedo olvidar de esa ocasión, como tampoco la primera vez que en el patio de la casa vi un sapo y salí corriendo aterrado a avisarle a mi mamá.
De dónde tengo mayores recuerdos de Santander de Quilichao, adonde nos trasladamos, cuando yo tenía cuatro años, y a mi papá lo nombraron de juez en Puerto Tejada, antes de trasladarlo a Quilichao.
Después del largo viaje en una flota Magdalena por la carretera vieja, sin pavimentar, llegamos al pueblo tranquilo de entonces, que poco a poco me fue deslumbrando no solo por el calor y el brillo del sol. También por la bullanguería y amabilidad de la gente y la naturaleza exuberante de clima caliente, abundante tanto en el patio de la casa como en los gigantescos solares llenos de árboles frutales de las casas de Julio Luis Orozco y otros vecinos, que llegaban hasta la otra calle, frente al río Quilichao, a dos cuadras de la casa y el que, represado frente al Instituto Técnico, el colegio donde estudié el bachillerato, formaba la piscina que cuando fue alcalde en 1937, construyó el payanés y “alcayata de oro” Otón Sánchez, y en la que a los siete años aprendí a nadar.
En las aguas cristalinas de ese río además de los renacuajos y arañas se podían ver las sardinas, sabaletas, guabinos, y agarrados a las piedras con sus ventosas, a los roños, semejantes a pequeños tiburones y en la noche bajaban las nutrias de río.
Como era de moda en esa época y al estilo del Daniel El Travieso de las tiras cómicas, cada muchacho tenía su cauchera o resortera para dispararles a tres especies de torcazas, perdices y la gran variedad de pájaros para coleccionar sus pecheras como trofeos caza. En esa época ni se hablaba de la preservación del medio ambiente, ni de ecología, y todavía abundaban los peces en los ríos Quilichao, Quinamayó, Agua sucia, Mandivá y en cualquier quebrada, cuando en la agricultura no masificaron el uso de plaguicidas y agroquímicos que arrastrados por las aguas lluvias envenenaron las aguas y para pescar no utilizaban dinamita y petacas de pólvora.
Juventud
Recuerdo que con cañas extraídas de los rastrojos hacíamos las varas de pescar. Cuando nos colábamos en el lago de la hacienda San Julián, de los Caicedo Lenis de Popayán, que tenía hasta pista de aterrizaje, para pescar tucunares y mojarras, también usábamos una botella vacía de gaseosa para enrollar el nailon. En la casona de esa gigantesca hacienda colonial, que hasta capilla tenía, años después filmaron la película “La mansión de la Araucaima”, dirigida por el director caleño Carlos Mayolo a partir de un cuento de Álvaro Mutis.



Aprendí a leer en la escuela pública Rafael Tello, con el profesor Eliecer Viáfara que era muy apreciado por sus alumnos y padres de familia por su bonhomía y habilidades pedagógicas. En esa escuela donde hice la primaria completa y después en el Instituto Técnico donde hice el bachillerato, compartí salones con Ambuilas, Ararat, Aponza, Carabalí, Amú, Ocoró, etc, que se caracterizaban por su estatura pues a muchos, en la escuela primaria los matriculaban en primero con 9 o 10 años de edad pues habían sido criados en las fincas de sus padres, donde cultivaban de todo y criaban animales. También compartí con indígenas de apellido Guasaquillo, Escué, Chagüendo, fuera de los mestizos como yo con apellidos de origen español.
Además de asistir a clases, gran parte de la infancia transcurrió entre jugar fútbol en las calles, por las que circulaban escasos vehículos, y en la cancha del colegio Instituto Técnico, que de técnico sólo tenía el nombre, pues su pensum académico era de bachillerato clásico.
Cuando no teníamos clases o mi padre nos llevaba a varias veredas a diligencias del juzgado para resolver pleitos por linderos de fincas. Esa experiencia fue muy importante para conocer cómo vivían en el campo y en los pueblos de entonces, cercanos a Santander.
Era una vida muy al aire libre, llevando sol, a veces montando a caballo, cazando pájaros, torcazas y perdices, cogiendo guayabas, mangos, naranjas, mandarinas, toronjas, piñuelas, zapotes, guanábanas, etc, pescando en ríos y lagos, en medio de la naturaleza, llevando sol mañana y tarde, un poco al estilo de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, pero sin navegar por el Mississippi.
En esa época no habían tumbado tanto bosque y existía gran cantidad y variedad de árboles, arbustos, animales de monte y pájaros. En medio de la ganadería y algunas fincas donde tenían cultivos variados, con parcelas de plátano, yuca, maíz, café, cacao y frutales. También en la planicie del valle se veían extensos sembrados de arroz, de soya, sorgo y millo. En ese entonces no se había extendido el monocultivo de la caña, que se concentraba alrededor de Puerto Tejada, antes de llegar a Villarrica y en la actualidad copar tierras que rodean a Santander de Quilichao, incluso hasta Timba, por donde se extendieron después que estuvieron los paramilitares desde el año 2000.
Por estar a 40 minutos de Cali, la influencia del Valle era mayor que la del departamento del Cauca. Entraban todas las emisoras de Cali y desde entonces aprendí a escuchar música tropical colombo venezolana y la avalancha de sones guarachas, charangas, pachangas y salsa que llegó de Cuba, Puerto Rico y Nueva York.
También me hice hincha del Deportivo Cali y llevado por mi padre fui al Pascual Guerrero a varios partidos. Recuerdo que en 1964 o 1965, vimos al River Plate que tenía a media selección argentina, con Carrizo en el arco, Perfumo y Matosas en la defensa, Artime, el “Pinino” Mas, el peruano Loayza, el mago y el uruguayo Luis Cubilla en la delantera. En el Cali tapaba el “indio” Toledo, en la defensa estaban nuestro Beckenbauer, Oscar López y Miguel Escobar, en el medio Cuca aceros, el maestrico Arboleda,en la delantera el negro “Gallegol, el uruguayo Álvarez y el Pipa Solarte, entre otros. Ese domingo, en el primer partido preliminar la selección Cauca, le ganó a Antioquia y por primera vez, quedó de campeona nacional de futbol aficionado.
Como hasta los 9 años la vinculación con Popayán fue muy esporádica. Solo cuando nos visitaron primos como el escritor Fernando Solarte lindo, quién en alguna de sus farras se apareció con una mujer despampanante y Diego Ante Solarte, que un fin de semana llegó y como estábamos en vacaciones escolares me llevó a Popayán, donde recuerdo muy bien la impresión que me dejó ver al volcán Puracé con su cima nevada.
Como al año regresé, pero al hospital San José, después de quemarme con pólvora en Quilichao un 24 de diciembre de mi 1965. Tenía 10 años y estuve internado 3 meses en el Hospital Universitario San José, con una especie de iglú encima del colchón de la cama para ponerle encima las cobijas y evitar que se pegaran en la herida abierta. De ahí me llevaron a la casa de mi tía Emma Solarte y su esposo y mi padrino Roberto Ante Mosquera, donde me adecuaron una habitación y me cuidaron muy bien mientras continuaba el tratamiento de varias inyecciones diarias y me hacían las torturantes curaciones en casa para que continuara el proceso de cicatrización, que duró como 8 meses más.
Como permanecía acostado casi todo el tiempo, en un pequeño radio transistor escuchaba noticias, a los Chaparrines, la Escuelita de doña Rita, a Montecristo, el show de Heber Castro y radionovelas como Kalimán.
Literatura
Como me había gustado leer desde pequeño me leí casi toda la colección de revistas de Reader’s Digets, que conservaba don Roberto y especialmente las secciones de libros donde presentaban fragmentos de novelas de autores famosos y extensos reportajes sobre las grandes batallas de Segunda Guerra Mundial que había terminado 20 años atrás. Recuerdo que leí sobre el sitio de Stalingrado, el Dia “D” o desembarco a Normandía, ¿Arde París? Sobre el que también hicieron una película, el ataque a Pearl Harbour, la batalla de Iwo Yima, del Guadalcanal, la de las Ardenas, en fin, me especialice en esa guerra, aunque con tanto tiempo que tenía, me leía todas las secciones de la revista, como la “Risa remedio infalible,” sobre temas de salud, e incluida la propaganda antisoviética que no faltaba.



De la lectura me gustaron las historias desde que en la escuela nos leían cuentos como los de los Hermanos Grim, las fábulas de Esopo y los de Rafael Pombo, además de las que venían en el libro de Historia sagrada que a manera de cuentos nos presentaba historias como las de: David y Goliat, Sansón y los filisteos, Las 7 plagas de Egipto, José vendido por sus hermanos, Daniel en el foso de los leones, etc, etc.
Las primeras novelas que me atraparon, después que me recuperé de la quemadura fueron las de Julio Verne que me leí casi todas y de Emilio Salgari. Novelas de ciencia ficción y aventuras qué coparon mi interés por ahí hasta los 13 años.
Después recuerdo que en la biblioteca del Colegio me encontré a la Metamorfosis, de Franz Kafka que causó gran impresión y empecé a leer el periódico ya no sólo en las secciones deportiva y de comics llamándome la atención los especiales que hacían en el Magazine sobre historias como el asesinato de Gaitán y otras lecturas que me recomendaba mi padre.
No tanto porque un hombre amaneció convertido en una especie de cucarrón, sino. por la simbología que manifestaba al mostrarnos el destino de un hombre instrumentalizado por el sistema capitalista y además de sus patrones también en su familia esencialmente lo ven como un animal productivo que sólo tiene valor si madruga a marcar tarjeta y a trabajar para producir dinero con el que se sostenga la familia.
También me impresionaron obras como los hermanos Karamazov, novela de Dostoiesvky que se me hizo en algo muy parecida a nuestra casa, pues también éramos 5 hermanos con un padre alcohólico. Encontrando similitudes como a veces nos sucede cuando leemos una gran obra literaria que en determinados pasajes nos da la impresión que se refiere a nuestras vidas o hemos vivido situaciones parecidas a las narradas.
En esa época leía de todo y hasta algo de psicoanálisis y de Freud lo que me abrió la visión a entender la importancia que sobre nuestros pensamientos y las acciones diarias ejerce nuestro cerebro primitivo que gobierna lo instintivo, esencial para la supervivencia, reproducción y lo común que tenemos con las demás especies animales y que la “civilización occidental” nos induce a ignorarlo o esconderlo por considerar al hombre como el “rey de la creación” que no tiene que ver con los demás animales, a no ser, para someterlos y servirse de ellos hasta tenerlos al borde de extinción como sucede en nuestra época.
Además de las novelas me atrajeron los textos de historia y los especiales que publicaban en los Magazines de los periódicos sobre distintos eventos históricos y cuando en el bachillerato estudiamos la historia de Colombia y contemporánea con el profesor Progenio Vargas y otros egresados de la Santiago de Cali que nos daban geografía y ciencias sociales, estudiando a autores como Nieto Arteta, Indalecio Liévano Aguirre, Álvaro Tirado Mejía, entre otros. Sin olvidar que en Filosofía estudiamos sobre los presocráticos y los materialistas que sentaron las bases para los estudios de Marx y Engels. Recuerdo que en 5º de bachillerato, en español y literatura, cuando el boom de García Márquez, el profesor Ernesto Villegas, nos puso a leer y escribir un trabajo basado en “Historia de un deicidio”, el análisis de “Cien años de Soledad”, recién publicado por Mario Vargas Llosa.
Estudios
Desde 5º de bachillerato fui representante del salón en el Consejo estudiantil y por esa época fundamos el grupo de trabajo y estudio revolucionario “Manuel Quintín Lame”, en homenaje al líder precusor de la lucha por la tierra, sus costumbres y lengua, que empezaban a desarrollar los indígenas.
En 5º y 6º de bachillerato las lecturas fueron más de temas históricos, filosóficos, de economía política y lectura de revistas como Alternativa y las Pekín Informa que quincenalmente enviaban de China. Recuerdo que con Jairo Gironza y otros compañeros publicábamos una cartelera semanal en el colegio y yo era el encargado de redactar los comunicados y las chapolas, cuando hacíamos eventos y participábamos en movilizaciones de apoyo a los indígenas que en esos años empezaban sus luchas por la tierra, y en el primer paro cívico por la mejora en el servicio de acueducto de Quilichao, y que en 1973, ayudamos a organizar, con Rodrigo Medina Abella, recién graduado de abogado en la universidad Nacional, como máximo líder.
La evaluación que hice sobre el paro para el grupo de estudio, años después sería la base para construir el primer relato con intentos literarios, al estilo de un cuento largo, que empecé a escribir cuando vivía en Popayán y no seguí estudiando en la facultad de medicina, donde hice 4 semestres, que también estuvieron marcados por la política desde el Consejo y el movimiento estudiantil, muy activos y combativos en esos años.
Recuerdo que cuando me matriculé a primer semestre de Español y Literatura, después que me balancearon de 4º semestre de medicina, en la materia Taller Literario I, orientada por la francesa Alice Pouget de Rodríguez, ella nos puso como evaluación práctica el escribir un corto ensayo sobre determinado tema y al leer y corregir mi trabajo me recomendó que se lo llevara a don Francisco Lemos Arboleda, quien era el director de El Liberal, me lo publicó como columna de opinión y me dijo que le siguiera llevando.
A mitad de semestre la facultad fue cerrada después que echaron a varios dirigentes del Consejo estudiantil de Humanidades y un grupo de Antropología se tomó la catedral. En esa época también me junté con varios estudiantes y jóvenes de la época, como Carlos Fajardo, Cristóbal Gnecco, Jaime Cárdenas, Mario Delgado, Rafael Albán, Rubén Darío Guerrero, Gonzalo Buenahora, Gustavo Wilches, Germán Mendoza Diago, Oscar Garces, Tololón Paz, a los que les gustaba el cine-club, el teatro, la poesía y la narrativa y empezaron a reunirse en la Casa de la Cultura situada al lado del Banco de la República, donde hoy está en Colegio Mayor y quienes publicaron varios números de la revista La Rueda. En esa época por primera vez leí “El Atravesado” de Andrés Caicedo, libro que me mostró que los jóvenes en sus pueblos y ciudades, en sus ambientes y con su lenguaje podían escribir sobre sus vidas e historias saliéndose de los moldes predominantes.
Esto me llevó a reconstruir la historia del paro cívico y los demás relatos que empecé después y que finalmente, 30 años después fueron publicados en mi primer libro: “Relatos en busca de título”, 2011, con gran acogida entre los lectores y especialmente entre los jóvenes estudiantes de Español y Literatura en Unicauca, y que también escribían poesía, cuentos y novela. Fue editado por Popayán Positiva, y en 2023, agregándole 15 personajes en otro plano narrativo, se convirtió en la novela corta “Entre samanes”, publicada por la gobernación del Cauca en 2023.
Libros
Después de “Relatos en busca de título, con Popayán Positiva, de Antonio Alarcón, autofinanciados publiqué: “El jardín de los sicópatas”, 2015, con varios cuentos, “Como corcho en remolino”, 2017, una selección de artículos de prensa publicados en diferentes años y periódicos y “Cantaleta al difunto”, 2017, con una crónica larga acerca de la llegada de los paramilitares al Cauca, en el año, 2000, cuando entraron por la vereda Lomitas, de Santander de Quilichao, donde se apoderaron de dos fincas y después se extendieron por el norte y centro del departamento.
Tengo pendiente, con material adelantado, el trabajar una novela que recoja mis años en Popayán desde 1975 hasta antes del terremoto de 1983.
En realidad, es difícil vivir de los libros y con mayor razón cuando se empieza a publicar por su cuenta y tarde, como yo que publiqué el primero “Relatos en busca de título”, cuando tenía 55 años, después de superar varios años de adicción al alcohol y eventualmente el consumo de otras sustancias, lo que no me permitió disciplinar mi trabajo, tanto en el periodismo con en la creación literaria.
En una época donde el uso adictivo de celulares y las redes tiene arrinconados a los periódicos y libros en papel, es difícil vivir de las publicaciones, como antes. Con mayor razón en un departamento donde no existe ni Secretaría de la Cultura, ni apoyan la creación literaria, a diferencia de departamentos como el Valle, Huila y Nariño, donde hay premios de poesía, cuento y novela y también mediante convocatorias y fondos financian la publicación y difusión de obras.
Sólo por una convocatoria que hicieron en 2023, en la gobernación de Elías Larrahondo, logré que me publicaran la novela “Entre samanes” y me estimularan con $5 millones de pesos, pero eso fue algo eventual, como cuando en la gobernación de Guillermo Alberto González publicaron obras de 12 autores caucanos y en las siguientes no continuaron con el proyecto.
No existe una política pública de apoyo a la publicación de obras de autores caucanos y menos cuando el presupuesto para la oficina de cultura en el departamento del Cauca, dependiente de la Secretaría de Educación Departamental, no supera los $3.000 millones anuales para repartir en 42 municipios y para cubrir las necesidades de todas las artes. Mayor presupuesto para la cultura tiene el municipio de Popayán, en el que en la pasada administración crearon la Secretaría de Cultura, que cuenta con un presupuesto cercano a los $11.000 millones anuales y tiene un programa de estímulos a los creadores en las distintas artes.
Entre los proyectos en marcha tengo la publicación de un libro, más de carácter periodístico, recopilando artículos que escribí desde hace varios años sobre diversos problemas generados en el municipio de Popayán, por las deficiencias en la planeación derivadas de la no actualización del Plan de Ordenamiento Territorial, POT, vigente desde el 2003 y que en sus estudios y formulación inició desde la alcaldía de Francisco Fuentes, pasando por las de Cesar Cristian, Juan Carlos López y que el actual gobierno de Juan Carlos Muñoz se ha propuesto someterlo a aprobación del Concejo Municipal después de recibir el visto bueno de la CRC, en su componente ambiental y aprobarlo antes que termine su periodo. El libro también incluiría una serie de entrevistas a profesionales y funcionarios y dirigentes comunitarios que han participado en el proceso de actualización.
Otro proyecto pendiente, más de carácter literario, es la continuación de la escritura de una novela, ambientada en el Popayán de finales de los 70 e inicios de los 80 del siglo pasado y, que empecé a escribir antes del terremoto de 1983. Lógico que a lo que tengo escrito tengo que darle un giro para ver que se puede reciclar después tantos años y de encontrar el o los puntos de vista y el tono para narrarla, teniendo en cuenta, que el envión inicial, escrito casi que compulsivamente, en poco más de 100 páginas tamaño oficio y a doble espacio, lo inicié hace casi 40 años, al estilo de una descarga de percusión sobre una máquina de escribir portátil.




