Por Antonio María Alarcón Reyna
Con motivo de la celebración del Día del Periodista, hacemos un homenaje a Carlos Campo con una nota que escribí hace unos años, además de las palabras de algunos colegas. Hoy Cate está retirado del oficio y comparte sus días con la bella familia que lo acompaña prodigándole mucho amor y dedicación.

“Catecampo se murió” fue la frase lapidaria que me disparó a quemarropa uno de los voceadores de periódico que vendía sus ejemplares frente a la entrada del Club de Leones de Popayán. “Usted que trabaja en El Liberal, avise para que consigan la foto y escriban algo, porque mañana se va a vender prensa a la lata” finalizó el vendedor, mientras acomodaba El Tiempo encima de los demás diarios.
Los segundos interminables que siguieron luego de recibir tan infortunada noticia, apenas me permitieron caminar torpemente hasta La Viña y con el peso de la tristeza, caer sentado en una de las sillas. No era posible esta desgracia. “Catecampo” para mí, no era solo el periodista de más trayectoria y reconocimiento de Popayán, el ganador de todos los premios posibles en el gremio, sino mi amigo y compañero de dolores cada domingo que perdía nuestro “Santafecito lindo” (que es casi todos los domingos).
Superada mi primera sensación de estupor, alcé la mirada para ver la cara de quienes a esa hora tomaban tinto y departían en la cafetería, que seguramente estarían igual de conmovidos, pero ninguno parecía saber nada.
Y obviamente ninguno sabía nada porque no había pasado nada. “Catecampo” sí había sufrido una tremenda recaída y se encontraba en cuidados intensivos en el Hospital San José, pero estaba vivo. Esto lo supe luego de llamar a varias partes y confirmar que efectivamente el hijo de doña Rosa Helena, el hombre que había nacido bajo la influencia de los arcanos de Géminis un 13 de Mayo de 1936, en pleno marco de la plaza donde queda actualmente el Centro Comercial Anarkos, nuevamente estaría con nosotros compartiendo su buen humor negro, su carcajada batiente y esa memoria prodigiosa que lo caracteriza.
Pocos días después salió del hospital y cuando lo volví a ver, pude apreciar la magnitud de sus dolencias, pero lo más impresionante fue la manera casi agónica con que me dijo “Varón, no puedo volver a tomarme un trago más. Me lo prohibió el médico y ahora sí me jodí”. Fue una frase arrastrada con dolor, con desasosiego y casi que con pánico… La vida de “Catecampo” se movía entre el trabajo como periodista, las tertulias con los amigos, su afición por el deporte y las legendarias noches de bohemia.
Carrera frustrada
Había intentado estudiar arquitectura en Quito, pero el conserje de la universidad, una vez comprobó que los estudiantes venidos de Popayán, (entre quienes Carlos Campo se destacaba como líder) eran toma-trago, mujeriegos y poco afectos al estudio, decidió cancelarles la matrícula y “Cate” debió volver a su tierrita, enarbolando desde luego las banderas del patriotismo pues “los ecuatorianos no querían a los colombianos, los rajaban y fue mejor devolverse a sufrir humillaciones”. Todavía piensa que nadie se creyó ese cuento.
Su vida en el periodismo la inició en el Diario El Liberal, bajo la orientación de Próspero Calvache y Rafael Fernández Cifuentes, donde ingresó como “saca pruebas” en el taller de tipografía que se usaba en esa época. Después pasó a escribir notas de obituarios (que todavía trasmite por la Voz de Belalcázar donde tiene su programa radial). Desde entonces es más fácil que falte el difunto, a que falte “Catecampo” a las misas de entierro de cualquier payanés.
Pasó más tarde a ser corresponsal del Occidente y del Espectador. En esos ires y venires tiene registrados 14 ingresos a El Liberal, recorriendo todos los pasos hasta llegar a ser Director. “Me echaban por alguna razón pero luego me volvían a llamar. Lo bueno es que cada vez que regresaba era con más sueldo”, expresa rematando sus palabras con una sonora carcajada.
Finalmente cumplió las funciones de corresponsal de El Tiempo, casa editorial donde se jubiló después de muchos años de destacar a Popayán y al Cauca en el panorama nacional, gracias a sus excelentes crónicas.
Siempre combinó su trabajo en prensa con la radio. Ha laborado en todas las emisoras de Popayán. Actualmente mantiene su programa de opinión “Atalaya” en la Voz de Belalcázar de Todelar.
De todo un poco
De sus años mozos recuerda que fue árbitro de baloncesto en varios torneos nacionales, árbitro de fútbol, entrenador de baloncesto femenino en algunos colegios de Popayán, bombero voluntario, jefe de prensa de algunas instituciones oficiales, en cierta ocasión le tocó oficiar de torero y fue fundador de la Asociación Colombiana de Periodistas.
El apelativo de “Catecampo” fue una herencia que le dejó José Dolores Ramos, a quien en el ejército llamaban “Catecismo”, pues dedicó horas y horas a enseñar esta materia a los reclutas que pelearon en la famosa guerra contra el Perú a mediados del siglo pasado.
Hoy “Catecampo” con su caminar cansino, su eterna carpeta bajo el brazo y la tranquilidad del deber cumplido, recuerda los mejores momentos de su vida y en las evocaciones de sus “años bien bebidos” todavía pasa “tragos amargos” en los cocteles y reuniones sociales a las que eventualmente asiste y donde apenas puede tomar jugo de piña.
Se ríe recordando las dos veces que en Popayán ha corrido la noticia de su muerte y la cara de espanto de sus amigos cuando se lo han encontrado en la calle. Por ahora prepara la edición de un libro con la inclusión de los cuentos de espanto recopilados de la tradición oral del Cauca que relató en la sección “El Martes del Terror” de Radio Mil.40 hace algunos años.
En sus cuarteles de invierno dedica más tiempo a Cleotilde, la mujer de su vida, quien lo ha sufrido y lo ha gozado en las diversas etapas de su existencia y es su eterna cómplice y compañera. Se siente satisfecho de su labor como padre pues sus hijos Germán, Carlos Eduardo, Julio César, Patricia Helena y María Isabel son su mayor orgullo.
Como hincha de Santafé que se respete, tiene fe de carbonero, un corazón a prueba de derrotas y la seguridad absoluta de que por fin esos 11 varones vestidos de rojo y blanco, le darán la oportunidad de salir con la camiseta de su equipo del alma, para gritarle a los payaneses y especialmente a los hinchas de Millonarios, que Santafé es Campeón! Juro que lo acompañaré.
OTRAS VOCES
Ismenia Ardila Díaz
“Catecampo” representa a una generación de periodistas hechos a pulso, por amor a las letras, la búsqueda y el relato de las historias cotidianas surgidas del “corre ve y dile”, la vida política y social de la Popayán tradicional, con sus contradicciones y viejas glorias. Notario de la historia local, con su pluma testimonia una narrativa valiosa del acontecer y la visión de las generaciones que protagonizaron la segunda mitad del siglo XX.
Reportero de a pie, libreta, grabadora, teléfono fijo y máquina de escribir, constituye un referente sin igual del periodismo caucano ad portas de la modernidad, cuando las escuelas de periodismo se forjaban en la redacción y las cabinas de los noticieros de radio y los linotipos del diario local, al fragor de la conversa con un buen café o un aguardiente.
Sus historias fuera de las cuartillas leídas y publicadas, salpicaban gracejos, historias simpáticas y tristes, de secretos y hasta misterios, en un rico y diverso relato de las contradicciones de la sociedad payanesa y caucana, desfilando con todos sus roles en la diversidad e inequidad de los tiempos. Su legado inspiró e inspira el buen colegaje y la pasión que nutre e impulsa al buen reportero en la búsqueda de verdades y conquistas cotidianas, tomando como propia, con valentía y firmeza, la voz de sus protagonistas.
Jesús Alberto Aguilar
Hace aproximadamente cincuenta años conocí y congeniamos en una magnífica amistad con Carlos Campo, “Catecampo ” o “Catecismo”, que engrososaba la burguesía de coldeportes Cauca, mientras yo me desempeñaba como secretario de la junta de deportes de mi municipio Bolívar Cauca; bella época donde el mencionado “cate”, también se desempeño como árbitro en la disciplina del baloncesto y jurado en el concurso de carrozas haciendo pasar un trago amargo para los habitantes del barrio centro al otorgarles una baja calificación.
Fue el primer periodista en el cubrimiento de la noticia sobre el asesinato de las monjas en el oriente caucano que relató con lujo de detalles desde su telex, narrador de baloncesto y de grandes narraciones como “los martes del terror”, conocedor y coleccionista de música, amante a los caninos de quien alardeada que todos eran sus amigos, hincha foribundo del Santafe, equipo capitalino de sus amores por el que siempre apostó, no dinero sino un buen almuerzo o una suculenta cena.
Con Campo, tuve el honor de compartir micrófonos en Radio Super Popayán y en la Voz de Belalcázar de la cadena Todelar; siempre se ha distinguido como un hombre a carta cabal, pues con Antonio Palechor Arevalo (qpd), siempre aportábamos cuota para comprar o preparar el desayuno después de la primera emisión. Nuestro dilecto amigo “Catecampo ” dentro de la profesión que combinaba con su buen humor, resaltó por realizar los resúmenes amplios y abarcando en la noticia y comentario la retransmisión de diferentes eventos, además de redactar noticias, reportajes y textos para periódicos, basados en fuentes fidedignas o de digna credibilidad, siendo un sinónimo de fidelidad a la realidad y debidamente contrastados.
Me basta decir que fui un alumno o hice pinitos al lado de este eminente personaje, que figura dentro de mis dilectos amigos, a quien agradezco sus enseñanzas y la transmisión de ellos. Larga vida estimado Carlos Campo, Dios te bendiga, un abrazo fuerte y fraternal.
Felipe Solarte Nates
Cuando lo conocí con su andar patojo, mirar bisojo y la bonhomía y simpatía que inspiraba entre los que lo trataban, Carlos Campo, más conocido como Catecampo, ya era una verdadera institución del periodismo local.
Con sus sustanciosas, descriptivas y amenas crónicas y con las noticias clásicas, ya había pasado por las corresponsalías del El País, de Cali, El Espectador y El Tiempo, de Bogotá, colaborado en la mayoría de emisoras y cadapuedarios de Popayán y en 1980 se desempeñaba como jefe de redacción de El Liberal de Popayán, que desde la sede de la carrera 3ª con calle 3ª, dirigía Francisco Lemos Arboleda, quien en ese año me invitó a colaborar como columnista, después que Alice Pouget de Rodríguez, profesora de Taller Literario en el programa de español y literatura de la facultad de Humanidades de UNICAUCA, me motivó a llevarle un comentario que puso a escribir como ejercicio.
Cuando los periódicos se imprimían en la gigantesca Heilderberg de linotipos con reciclados tipos de plomo que se posaban sobre el papel para registrar las noticias, comentarios y publicidad, el texto lo era todo y las imágenes, a diferencia de hoy en la era digital, eran secundarias, pues para imprimir las fotos que salían borrosas, tocaba hacer los llamados “clises”, con las caras inmutables al paso del tiempo de los personajes más conocidos, que se repetían una y otra vez cuando en la información se nombraba al presidente, senador, representante, alcalde o gobernador del turno.
En el ametrallamiento de teclas que varios periodistas hacían en la sala de redacción, Catecampo era el jefe del batallón orientando amablemente a los novatos y escribiendo febrilmente noticias principalmente de Popayán, los municipios del Cauca sobre todos los temas: (políticos, administrativos, deportivos, culturales, sociales, etc) y a la hora del cierre de edición multiplicándose para copar los espacios de las páginas que no habían alcanzado a llenar los periodistas de turno.
Eran los años cuando todos éramos empíricos, pues apenas empezaban a fundar facultades de periodismo en las grandes ciudades y sólo se trabajaba en la prensa escrita o en la radio, pues los dos canales de la televisión nacional todavía estaban en blanco y negro y apenas se anunciaba el paso al color.
Eran los años de un oficio en el que se conjugaban la reportería, con la creación literaria y la labor artesanal, pues para hacer las pruebas había que ir a los linotipos a colaborar en la corrección de los errores para en la madrugada poder imprimir el periódico que los trabajadores debían doblar a mano para llevarlo al amanecer a los suscriptores y a los puestos de venta.
Eran otros años, estilos y modos de hacer periodismo, cuando el texto lo era casi todo, las noticias de afuera enviadas por los corresponsales tocaba copiarlas desde los teléfonos de cable, no existían los celulares que se convirtieron en computadores portátiles y sus pantallas acabaron con los periódicos en papel, dándole a través de las redes sociales, -que amenazan con quebrar a los medios tradicionales-, más importancia a los influencers, a la imagen y a la información emotiva, manipulada, y sin confirmar, que al trabajo riguroso de reportería.
Mi sentido homenaje a CATECAMPO, decano de los periodistas caucanos, en este día del periodista.
Miller Fernando Arias
En los pasillos de la casona en la carrera tercera, la eterna sede del diario El Liberal, entre los sonidos de los linotipos, en medio de las galeras, el olor a tinta y tecleo de las máquinas de escribir, conocí a Catecampo. Con su andar lento, acompasado, encorvado, siempre pensativo, dueño del más exquisito humor patojo y excesivamente saludable.
Catecampo ha sido uno de los periodistas mejor informados, almacenaba en su discreción todos los chismes de la ciudad y se sabía la vida de todas los personas y familias importantes de la capital. Todo eso, lo recogía en el dialogo diario con la gente, porque ha sido un excelente conversador, ameno, con tiempo para detenerse en las esquinas a conversar, a tomarse un café, a destapar botellas de licor, para ambientar largas jornadas de bohemia con los personajes de la ciudad. De su labor periodística, hay que destacar la constante preocupación por escribir bien, con estructura, con ortografía, con contenido, exigencia que hacía constantemente, a quienes con él trabajamos.
Catecampo fue un periodista con criterio, que defendió siempre las ideas liberales, desde sus editoriales, desde sus tribunas periodísticas. No le importó asumir las consecuencias de esas posturas políticas y libró grandes confrontaciones ideológicas con dirigentes y autoridades de turno en la ciudad, a quienes criticó cuando fue necesario y reconoció, con la entereza que lo caracterizó. No le tembló la pluma, ni la voz, para decir las cosas como son, por eso ganó amplio reconocimiento desde Mi Esquina y la inolvidable Atalaya. Para Cate, el periodismo debía estar siempre al servicio de la comunidad, como elemento constructor de una mejor sociedad, con la posibilidad de brindarle a los lectores y oyentes herramientas informativas necesarias para que forjaran su propia opinión.
Catecampo debe ser un referente del periodismo regional y nacional, patrimonio de la ciudad, personaje de Popayán, un gran maestro, quien merece tener un espacio en la historia de la ciudad. Aún hoy puedo escuchar la voz de Catecampo diciendo: “Cuéntame, algo de la vida tuya” o saludando a las mujeres con fina coquetería y galantería, a quienes decía “Hola, Poderosa”, riendo a carcajadas en el chiste o el chisme del momento en los pasillos de El Liberal, su casa, la que llevó siempre en su corazón.
Eli Alegría Peña
En una de las tertulias habituales, en esquinas del parque de Caldas, un grupo de periodistas indagaba por la suerte, de uno de los afamados y conocido colega de Popayán y el Cauca, ¿Qué es de la vida de Catecampo? Musitaban los participantes. De ahí nació la idea de lograr, entrevistarlo, conversar con el personaje, que es recordado cada nueve de febrero, celebración del día del periodista, la iglesia la Ermita, era el epicentro de encuentro de cada año con el popular comunicador.
De esta forma en mi imaginario emprendí la aventura de entrevistar al gran: Luis Carlos Campo, “Catecampo”, me preparé de la mejor manera, pensando en que afrontaría un espectacular clásico capitalino, entre Santa Fe y Millonarios, que mi táctica tendría que ser la mejor para golear al veterano periodista, por ser hincha del león. Cerca al lúgubre molino de Moscopan reside, “cate”, como lo llamamos cariñosamente, al llegar a su casa, me recibió su abnegada esposa, El me atendió desde su silla de ruedas, donde se encuentra postrado, debido a una lesión de columna, a lo mejor por su peso, porque como periodista, comía todo lo que le ofrecían, muy buena cuchara, como se dice en el argot patojo.
Lo salude efusivamente, me miró fijamente, con su gesto adusto, que inspira miedo, por su cara agria y brava, lentes semejantes a una lupa, pero realmente es un ser con una chispa y humor fino, lo primero que me dijo a manera de saludo fue, “no me vengas a fregar con entrevistas que no estoy para eso, todos conocen mi vida”, ahí fue que le metí el primer gol, saque mi grabadora digital, -valga decir que el no conocía- claro que me preguntó que era ese aparato, respondiendo, “que era el celular, que lo tenía en la mano, en caso de una llamada”.
Inicié el dialogo, -grabación de más de una hora- sin que el santafereño, lo supiera. Conocí que, “Catecampo”, es un seudónimo, fue famoso, en medios de comunicación, como prensa, radio, y escritor de libros, una firma personal, que por más de 50 años encabezó cuartillas, mordaces, críticas ácidas, políticas, deportivas, de terror, llenas de historia y verdad, generaba opinión entre los jerarcas, conservadores y liberales del momento, los cuales le tenían aprecio y respeto. Llámense, Víctor Mosquera Chaux, Aurelio Iragorri Hormaza, Mario S. Vivas, Edgar Orozco, para nombrar unos, de esa época.
Me comentaba, que su virtud, siempre permanecer con una sonrisa, plena y agradable, aunque algunos consideraban que tenía un rostro tosco y a la vez tierno, me aseguró, con su buen sentido de humor, que “Catecampo”, no es un seudónimo, un apodo, como se acostumbra en Popayán a colocárselo a todo el mundo, sobre todo a las familias más tradicionales de la ciudad, todo por ser un hombre creyente, que dirigía el catecismo en una de las iglesias de la capital caucana, donde comenzaron a llamarlo con el remoquete de “cate”, confiesa que le gustó, pero le faltaba algo, lo completo con campo, es decir desde hace más de 60 años lo reconocen como, “Catecampo”, firma autorizada según el personaje.
En medio de carcajadas, expresa que si va por la calle, y alguien le grita, ¡Luis Carlos! seguramente no los atiende, aduce que se acostumbró a que le digan, “cate”, igualmente en tono orgulloso, expresa que, “su pasión es el periodismo, surgió, cuando transitaba por la sede del periódico El Liberal, ubicado en la Pamba, rumbo a su colegio, el famoso Liceo, donde estudiaba bachillerato, al pasar frente a este diario, -suspirando-, “que lo atrapaba un delicioso aroma, sujetándolo dulcemente”, su idea y mayor ilusión siempre fue, que tenía que escribir en este medio de comunicación, lo cual cumplió a cabalidad, hasta dijo que fue su director.
La entrevista en bastante extensa y queda mucho por contar de este profesional del periodismo, aunque empírico, de la más hermosa profesión, aunque muchos la desconozcan, como el la describe, que no hay cosa más estimulante y satisfactoria, “que ser periodista”, se siente orgulloso de serlo, lo cuenta con gran regocijo, aunque sus ojos grandes y saltones, brillaron más de lo normal cuando me recitó con fuerte voz, bien pronunciado y modulado, y en medio de risa irónica: “deciles a los que me pregunten, que no quiero más homenajes, ni medallas, que me manden plata, no con vos, que a buena hora me retire del periodismo, antes que digan que soy colega de algunos seudo periodistas delincuentes”, fue una despedida triste y melancólica, al expresar que su, “chofer de silla ruedas”, “había partido hacia el cielo, dejándolo solo”, en ese momento pause la grabadora. Lo único para animarlo que pude expresar fue que ojalá el Santa Fe, no se vendiera al Nacional, respondiendo irónicamente, “lárgate mejor, la próxima vez trae, pan o pandebono para brindarte café”
A lo largo de su carrera, Luis Carlos Campo, “Catecampo”, ha cubierto algunos de los eventos más importantes de nuestra historia, siempre con un ojo crítico y un corazón comprometido con la justicia. Su trabajo ha sido reconocido con numerosos premios y distinciones, pero más importante aún, ha sido el respeto y la admiración de sus colegas, lectores y oyentes. “cate”, en su retiro, deja un vacío que será difícil de llenar. Sin embargo, su legado permanecerá con nosotros, inspirándonos a seguir su ejemplo de integridad, honestidad y pasión por la verdad.