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InicioESPECIALES¡A mí, que me lleve el diablo!!!

¡A mí, que me lleve el diablo!!!

Cada dos años se celebran los Carnavales del Diablo en el municipio de Riosucio, Caldas, y es la disculpa para que sus habitantes reciban a paisanos y a miles de turistas nacionales y extranjeros, que se dan cita para congraciarse con Satán.

“Salve, salve placer de la vida,

salve, salve sin par carnaval

de Riosucio la tierra querida

eres timbre de gloria inmortal.

Nuestros padres por este gran día

encontraron en ti su placer

cuando alguno de diablo llovía

vejigazos a mas no poder”.

Himno del Carnaval de Riosucio

Textos y fotos: Antonio María Alarcón Reyna

¡Se los vaaa a cargaaaar el diablo si siiiguen mataaando paaaajaros!… era la sentencia favorita que Rosa, mi abuela paterna, deletreaba arrastrando cada sílaba, en medio del rosario obligatorio al que nos sometía tarde a tarde, en tiempos de nuestras vacaciones escolares. Y lo decía con tanta seguridad, que esa frase nos helaba los huesos mientras entrecruzábamos miradas de susto contenido.

Éramos una cofradía de nietos inmisericordes, que traíamos insuflado en la sangre el espíritu cazador de Pablo Emilio, mi abuelo materno. Nuestra costumbre era cargar en los bolsillos, un arsenal de piedras, badanas, horquetas de palo de guayabo y caucheras de todos los modelos, listas para disparar al primer aleteo que viéramos. Eso y una puntería criminal capaz de atinarle una pedrada a un azulejo a veinte metros, fue lo que me acercó al desconocido mundo de ese personaje que mi “nona” llamaba el diablo.

Desde esas tardes entregadas en plegarias al Dios que mi abuela intentaba inocularnos para ganar el cielo, siempre el diablo, era su gran enemigo. Era el malo que atravesaba su tridente para encaminarnos por los torcidos senderos de la ignominia, la maldad y la inmoralidad.

Por eso, cuando supe que en Riosucio, Caldas, se le hacía un carnaval al Señor de las Tinieblas, contagiado por la costumbre de mi abuela, lo primero que hice, fue santiguarme las tres veces reglamentarias para espantar la posibilidad del infierno en mi camino. Ya había cometido tantos pecados terrenales, que seguramente me ubicarían como candidato directo a cualquiera de las calderas donde me encontraría inexorablemente con el viejo satanás. Pero como dicen que la curiosidad mató al gato, decidí que lo más justo con este tipo que nos acerca al mal, era asistir a los carnavales en su honor, para buscar la posibilidad de conocer al ángel que cayó en desgracia, y que tantas veces, supongo, me ha seducido para llevarme de bruces a la tentación. Tal vez, conociéndolo y sabiendo más de sus intenciones malignas, podría buscar una manera de liberarme de sus embrujos y allanar mi camino por el lado más difícil y de este modo, lograr un rinconcito en el cielo, para alegría de mi “nona” Rosa.

Viaje a Riosucio

Así que, como una promesa decembrina para el año bisiesto, decidí ir a Riosucio a contagiarme con las festividades del maligno, que cada dos años hacen que esta población enclavada en el Eje Cafetero, se vea invadida de miles y miles de parranderos que llegan a pasar el primer fin de semana del año rindiéndole culto al engendro enemigo de Dios. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando al llegar al pueblo, lo primero que me dijeron es que “este diablo es un bacán, nada que ver con la imagen distorsionada que los enemigos de la cultura les intentan vender para que nadie venga a su parranda, acá el diablo es el símbolo de unión y alegría… es un diablo bueno, alegre, fiestero y burlón, acá no hay satanismo ni nada parecido”

Un riosuceño me explicó que la fiesta tuvo su génesis en las celebraciones de las tradicionales y católicas fiestas de Reyes Magos, introducidas por los españoles que llegaron a estas tierras desde 1492, y evangelizaron a los indígenas pobladores de La Montaña, los cuales habitaban esta región desde tiempos ancestrales y pertenecían a los Turzagas, Pirzas y Chamíes. Sus costumbres incluían el culto a la tierra, al sol, a los jaguares y su mayor símbolo, estaba en el calabazo y su etílico y espirituoso contenido: el guarapo.

Sus vecinos más cercanos eran del pueblo Quiebralomo, conformado por los dueños de las minas de oro y sus esclavos mineros desarraigados a la fuerza de las tribus africanas. Obviamente los esclavos traían entre sus danzas y rituales religiosos, el uso de las máscaras para sus fiestas y ceremonias. Eran fabricadas con vejigas de toro secas y amarradas con cabuyas, se las ponían en la cara y salían a la calle persiguiendo a las personas para pegarles con sus látigos y fuetes. Dada su cercanía y sus enormes diferencias étnicas, culturales y religiosas, siempre vivieron conflictos de vecindario. Además, la pelea por apropiarse de las tierras donde hoy está asentada Riosucio, fue el alimento que mantuvo la discordia. En medio de estas luchas intestinas entre Quiebralomeros y Montañeros, fundaron a Riosucio, desde la premisa de estar juntos, pero nunca revueltos.

Crearon una especie de guetos con sus fronteras constituidas por una cerca y las restricciones propias de sus culturas y tradiciones. Ubicaron una imagen de Jesucristo como señal de frontera invisible para separar sus territorios. Sin embargo, de todas maneras, siempre se cruzaban y eso generaba trifulcas con muertos y heridos. Decidieron cambiar la estatua de Jesús por una del diablo, buscando que, por miedo al maligno, ninguno se pasara de sus linderos. Es decir, Riosucio se convirtió en un pueblo partido en dos. Por eso es tal vez, la única población colombiana que tiene dos plazas con sus respectivas catedrales separados por escasos cien metros de distancia.

Los provenientes de Quiebralomo ocuparon la parte alta de la población y allí crearon su propio territorio con tenderetes, cantinas, plaza y desde luego su templo, que fue construido a la usanza de los pueblos ibéricos y consagrado a San Sebastián, mártir italiano. Por su parte, los Montañeros también construyeron su espacio y levantaron el templo en honor a la Virgen de la Candelaria.

Luego de muchas diferencias y peleas con muertos incluidos, celebraron hacia 1846, un pacto de convivencia y tumbaron la cerca que los separaba territorialmente. El párroco de San Sebastián, José Ramón Bueno (proveniente de Popayán) y el párroco de La Candelaria, José Bonifacio Bonafont (proveniente del Socorro, Santander) unieron los dos pueblos enfrentados a muerte y celebraron ese pacto con un carnaval. Los sacerdotes ofrecieron el diablo a quienes se portaran mal y alteraran la paz conseguida. El evento se cumplió el 6 de enero, pues era el día de los Reyes Magos y era la única ocasión en que los esclavos quedaban libres un par de días para dedicarse a la rumba y el alboroto.

Se llamaron inicialmente las “Diversiones Matachinescas” con normas estrictas que ordenaban la reconciliación entre los dos pueblos enemigos. Desde 1915 se hace una imagen en representación del diablo a quien se le considera como el rey de la alegría. No es una fiesta de connotación religiosa, ni mucho menos satánica. Es una herencia cultural donde la figura del diablo es el elemento integrador y el curador de la fiesta. Hoy Riosucio tiene una fiesta sinigual cuyos eventos principales son los decretos, el convite, el saludo al diablo y las palabras de las cuadrillas donde se expresan mágicamente los “matachines” que cada dos años, regresan de los rincones más lejanos del mundo a encontrarse con sus paisanos, sus amigos, su familia. Es el encuentro con sus raíces y su esencia riosuceña.

Todo arranca en junio del año anterior, que debe ser un año par, cuando se instala la República del Carnaval. El acto incluye el desentierro del calabazo, el oráculo donde está contenido el guarapo y se le da la resurrección al Carnaval del año siguiente. Ese es el inicio formal del evento que irá desde el primer viernes del año impar, hasta el miércoles de la semana siguiente, en seis días de eventos que incluyen un sinfín de actividades carnestoléndicas, musicales, deportivas y culturales.

Atendiendo los consejos de quienes ya conocen estas fiestas, viajé desde el miércoles 4 de enero, pues me habían dicho lo difícil que es conseguir hospedaje. Efectivamente, y pese a que hay una gran oferta hotelera y que muchas de las casas ofrecen el servicio de hospedaje para estos días, no encontré habitación disponible.

Luego de recorrer los 420 km aproximados saliendo de Popayán y haciendo tránsito por Cali, Palmira, Buga, Tuluá, Cartago, Pereira, Manizales, Irra y Supía, llegué en la tarde a Riosucio y prácticamente conocí todo el pueblo ese primer día, buscando donde hospedarme, pero fue imposible. Luego de mucho buscar me ofrecieron una pequeña habitación para el viernes, sábado y domingo y a un precio exagerado, pero miércoles y jueves me tocó ir a dormir en un hotel de camino en Supía, a unos 45 minutos de Riosucio.

El jueves 5 de enero, asistí a la ceremonia religiosa en la plaza de la Candelaria, donde se le rinde tributo a la memoria de los matachines desaparecidos. Es un acto de gran relevancia espiritual pues es básicamente la apertura formal de las fiestas. A esta hora ya están en Riosucio propios y visitantes listos para la parranda. El pueblo ya está totalmente decorado con los símbolos del carnaval: las puertas, portones, balcones y sitios representativos, se engalanan con banderas, flores, calabazos, tridentes y arreglos alegóricos a este bello carnaval que desde 2006 fue declarado Patrimonio Cultural, Oral e Inmaterial de la Nación del Ministerio de Cultura. La rumba inicia a la media noche del jueves, con el desfile que se consagra al alegre despertar del viernes 6, se hace por las principales calles del pueblo y termina en el tablado del parque San Sebastián en una verbena a la que asisten todos hasta el amanecer.

En la mañana se hace el desfile de las cuadrillas infantiles que remata con la inauguración del pueblito carnavalero. En la noche se celebran las verbenas populares en las dos plazas, San Sebastián y La Candelaria.

Entre tanto se cumplen otra serie de eventos y los riosuceños se engalanan con máscaras, capas y adornos alusivos al diablo. Olga Beatriz Trejos, presidenta de la Junta del Carnaval, hizo la imposición del Cordón de Oro a Rodrigo Zuluaga Navarro quien durante 45 años se ha desempeñado como cuadrillero, matachín, coordinador de cuadrillas infantiles, alcalde del carnaval, integrante de la junta del mismo y hoy por hoy miembro honorario, en una ceremonia sobria y elegante donde don Rodrigo, bajo su máscara y una capa azul, lució radiante y feliz de ser un bastión de la tradición riosuceña que va dejando el camino abierto a las nuevas generaciones. Esa noche recorrí todos los sitios de rumba del pueblo, música popular, vallenatos, reguetón y mucho licor se consume en estos días. Obviamente no falta el lugareño que lleva su calabazo lleno de guarapo repartiendo en una totuma a los que le quieran recibir.

El sábado 7 se cumplió la primer gran alborada desde las cinco de la mañana y su recorrido terminó en la plaza de San Sebastián donde se hizo el conjuro del amanecer mientras escuchábamos el grito repetido de “¡Ju ju carnaval!”. A la una de la tarde empezó el gran desfile de colonias provenientes de muchas regiones del país y del mundo, donde los paisanos recibieron el saludo de bienvenida de sus coterráneos y parientes durante el desfile que terminó en la plaza de La Candelaria disfrutando de un tablado popular en una rumba hasta las seis de la tarde cuando se celebró el conjuro del atardecer.

A esas horas la expectativa era general pues eran muy pocos quienes sabían de dónde iba a salir la figura del diablo, cuya imagen sería develada a las siete de la noche y se revelaría el misterio de sus formas ya que es un secreto bien guardado para los 27.000 habitantes que tiene el municipio en su zona urbana y los casi 100.000 que llegan a disfrutar de su majestad el diablo en carnaval. Ese sábado a las siete de la noche comenzó a llover, pero los acompañantes del desfile no desistieron de su deseo de seguir en el evento. Sin embargo, luego se desató un torrencial aguacero que hizo peligrar la salida de una imagen de más de 4 metros de alto que estaba ubicada en un local contiguo a la plaza de mercado. Todos terminamos guareciéndonos de la borrasca en los aleros de las casas aledañas y en la plaza de mercado mientras esperábamos con paciencia que amainara el aguacero.

El diablo estaba tapado con un gran trapo negro y no le habían terminado de poner la parte superior. Mientras llovía y los operarios bajaban las luces para evitar un cortocircuito, pudimos ver sus ojos en señal de burla por lo que estaba pasando. Con mucha dificultad y bajo el mando de Gustavo Carmona, el artista encargado del diseño y elaboración del satán, finalmente quedó listo para el desfile. Fue descubierto totalmente con la aclamación del público asistente acompasando sus aplausos con la música y la oración.

El aguacero duró dos horas, pero ahí estaba el “divino putas” rojo, imponente, con sus ojos de fuego, la barbita alargada, una enorme garra en su mano izquierda que terminaba en uñas verdes, calabazo de guarapo al mismo lado mientras en la mano derecha sostenía un trozo de palo, alas de murciélago y en posición de cuclillas, agazapado sobre su pierna izquierda, como amenazando a saltarnos encima en cualquier momento. En su hombro izquierdo traía tatuados varios escorpiones. Definitivamente impactante la figura del Maligno que integra en un bello sincretismo, la evocación indígena del jaguar, los cuernos de toro de la mitología africana y los murciélagos aportados por las creencias europeas.

Y entones, sonó la culebra, una sarta de pólvora que estalló con mucho ruido y sirvió para dar comienzo al desfile del diablo. Pensé que, por esas calles empinadas y resbalosas, más el peso de la imagen aumentado con el agua que le ha caído encima, era casi imposible que lo pudieran arrastrar.

Mucha gente estaba ubicada a lado y lado de las calles mientras los demás esperaban en la plaza. Más de 120.000 fieles que disfrutábamos y solo 24 valientes tiraban dolorosamente de las cuerdas que hacían mover lentamente la infernal figura demoniaca, serpenteando en medio de aplausos y aclamaciones. 24 miembros de la cofradía satánica cubiertos con máscaras y arropados con capas rojas iban arrastrando con mucho esfuerzo al Maligno. Algunos descamisados arrojaban fuego por la boca, mientras miles de acompañantes con capas y llenos de cuernos de diferentes formas y tamaños, recorrieron la senda procesional que está definida para llegar a la plaza, donde la Junta del Carnaval aguarda, para leer el decreto con las peticiones y coplas que han preparado durante los dos años de espera con textos en los que se burlan de la alcaldesa, los políticos, los gobernantes, chismes de pueblo y todo lo que genere risa y alegría.

La sátira camina de la mano de Satán

Ya es la media noche y el ritual de los versos y decretos ha llegado a su fin, el diablo queda encerrado entre unas vallas que impiden mayor cercanía del público que ya ha tomado todas las fotos posibles. Algunos quieren tocarlo porque trae buena suerte, otros quieren abrazarlo. Pero finalmente queda solo, la rumba sigue y dentro de dos años nuevamente aparecerá para los festejos. Al lado del parque está el Museo del Carnaval y su cabeza será llevada para conservar su recuerdo, pues el man nunca se muere y en el museo conservan las caras de varios de los diablos que han hecho en años anteriores.

Al parque principal llevan una réplica pequeña, rellena de pólvora que será quemada para despedir la fiesta, y todos nos lanzamos a bailar y gozar la parranda. Veo al final, un grupo de personas con pinta de metaleros, vestidos de negro, con chaquetas de cuero, cabello largo, botas con taches; duermen al aire libre en un sector del parque y conforman un grupo que en otras circunstancias asustaría, pero que acá, al lado de satán solo me generan una sonrisa. Esa es la magia del festival. Casi al amanecer me voy a dormir pues todavía está pendiente otro evento de vital importancia: el desfile de las cuadrillas de mayores del domingo 8.

Las cuadrillas son los grupos familiares que cada dos años y en una de las mayores reservas, preparan sus atuendos, tocados, máscaras y disfraces, que saldrán a hacer el recorrido desde el Pueblito Carnavalero hasta el tablado de San Sebastián, intentando ser la sensación del desfile. Son grupos que se integran arropados por la tradición y escenifican temas por medio de coreografías y atuendos bellamente trabajados al ritmo de un grupo musical o chirimía que los acompaña en su recorrido.

Algunas cuadrillas preparan en familia los tocados, las máscaras y atuendos que lucirán orgullosos, pero otras, contratan a los expertos artesanos del pueblo para que ellos le den forma y color a la idea que tienen para expresar su amor por la tradición; por eso hay muchas familias que se dedican a construir el entramado satánico de antifaces y tocados para darle ese bello colorido a los eventos. También salen los matachines que son personajes solitarios que van disfrazados bailando incansables durante todo el trayecto.

A las once de la mañana arrancó el desfile de las cuadrillas acompañado de un sol radiante y fue un emotivo recorrido lleno de música y color. Miles de fotografías y videos capturaron la magia de una cultura que traspasó los límites locales y se convirtió en un evento de importancia universal. Las fotos irán para los álbumes familiares, periódicos, revistas, afiches, libros. Los videos serán enviados por las redes sociales y las páginas web, para magnificar unas festividades que son orgullo del patrimonio cultural colombiano. Luego de más de cuatro horas de recorrer las calles de Riosucio, el desfile terminó en el tablado de San Sebastián. Desde ese momento las cuadrillas se retiran a sus residencias para continuar la fiesta de integración a un nivel más íntimo y familiar. Los demás mortales nos quedamos en la plaza disfrutando de una verbena aligerada con unas cervezas frías.

El lunes 9 y martes 10 nuevamente la gran alborada para darle paso a las comunidades rurales que traen sus muestras culturales a desfilar por las calles del pueblo y en la tarde las corralejas populares. Por la noche el desfile de diablos y faroles, paralelo a las verbenas populares. Finalmente, el miércoles 10 en la mañana se hizo el desfile del calabazo y la oración al guarapo. A estas alturas mi organismo no pudo recibir una gota más de algo etílico y solo me limité a observar a la sombra la alegría de un pueblo que se enseñorea con su tradición.

Esperé hasta las diez de la noche para asistir al entierro del calabazo, escuchar el testamento y ver la quema de la pequeña réplica del diablo que nos acompañó en estos ocho días de integración, rumba, cultura, deporte y pasión por nuestro folclor nacional. Para tristeza de mi abuela Rosa, me fui suplicando que ojalá me cargara este señor de las profundidades riosuceño, para bien de mi espíritu dionisiaco y andariego. En dos años repetiré de nuevo el grito frenético: “¡Ju ju carnaval!”… “¡Ju ju carnaval!”….

Riosucio

Riosucio está situado en el sector norte de la zona occidental de Caldas a una temperatura promedio de 17° C. y una población de unos 70.000. La economía fundamental de Riosucio, acicate principal para su colonización española a mediados del siglo XVI, fue la minería de oro en las zonas de Quiebralomo, La Montaña y Bonafont. Las ricas minas de Gavia y Vendecabezas , contaron con grandes montajes, molinos de pisones y cuadrillas de obreros hasta mediados del siglo XX. Ahora en Quiebralomo, el oro se explota en un mínimo nivel y de forma artesanal. En los siglos más recientes se ha explotado la minería del carbón en la vereda de El Salado; pero Riosucio se manifiesta como predominantemente agrícola con el café como producto principal. El cultivo de la caña de azúcar tiene una tradición de cuatro siglos, y conserva toda su importancia folclórica en la producción de excelente panela y sus derivados.

Riosucio además es una de los municipios colombianos con mayor riqueza gastronómica típica. Los chiquichoques son de masa de maíz blanca y salada rellenos con fríjoles con hogao y comino, y van envueltos en hoja de bijao. La bebida típica es el guarapo, que en la vereda Sipirra tiene el más famoso centro de producción, aunque se elabora en la mayoría de las veredas que cultivan caña de azúcar. Riosucio fue construido arquitectónicamente bajo la colonización antioqueña con sus balcones, puertas y detalles en madera como cielorrasos y ornamentación propias de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Está relativamente cerca de Medellín, Manizales y Pereira, tiene excelentes vías carreteables y cuenta con una buena infraestructura hotelera.

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