Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.
Cuando Leonor González Mina cantó “Yo Me Llamo Cumbia”, dejó claro que no solo interpretaba un himno, sino que se convertía en uno. Con cada nota y cada palabra, su voz traspasaba las barreras del tiempo y del espacio, fusionándose con nuestra identidad como colombianos. Su interpretación de esta canción no es solo parte de nuestra historia musical; es un capítulo de nuestra esencia, de eso que nos hace vibrar al ritmo del tambor, al compás de nuestras raíces.
Leonor, la ‘Negra Grande de Colombia’, no solo cantaba cumbia: era cumbia. En cada escenario, en cada verso, representaba la fuerza y la alegría de un pueblo que, aunque golpeado por las dificultades, encuentra siempre motivos para celebrar su vida y su cultura. “Yo me llamo cumbia, yo soy la reina por donde voy”, decía la canción, y con ella, Leonor era la soberana de nuestra música, uniendo corazones y despertando en todos el impulso irrefrenable de bailar.
Es imposible escuchar su voz sin que algo dentro de nosotros se mueva. Es un movimiento que empieza en el alma, baja al corazón y termina en las caderas, porque su arte era eso: un llamado a conectar con nuestras raíces más profundas y con la alegría innata de ser colombianos. La interpretación de Leonor de esta obra maestra es, sin duda, patrimonio cultural de nuestra nación, una joya que no envejece, que no se desgasta, que sigue brillando con la fuerza de su talento.
Hoy nos despedimos de Leonor González Mina, pero su voz se queda con nosotros. Desde la eternidad, seguramente estará sonriendo al ver que su cumbia sigue viva, que su canto acompaña las fiestas, los recuerdos, las luchas y las esperanzas de un país que nunca dejará de bailar al ritmo de su legado.
Leonor no se ha ido; su voz y su cumbia están aquí, con nosotros. Descansa en paz, reina, porque, aunque nos dejes físicamente, tu espíritu y tu música seguirán siendo el alma, el corazón y las caderas de Colombia.