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Una ley para honrar a las víctimas del ruido y la intolerancia

Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.

Colombia, un país que tantas veces ha visto cómo la intolerancia se lleva lo mejor de nosotros, hoy da un paso histórico con la promulgación de la Ley contra el Ruido. Esta nueva normativa, impulsada con compromiso por el representante Daniel Carvalho Mejía, no solo busca regular la contaminación acústica, sino que también lleva implícito un mensaje de respeto, convivencia y empatía que, como sociedad, debemos interiorizar.

El ruido, ese intruso que se cuela en nuestras vidas cotidianas, ha sido durante mucho tiempo una forma invisible de agresión. No es solo un problema ambiental, sino una fuente constante de conflictos, de angustias que se acumulan y, en demasiados casos, de tragedias irreparables. Esta ley, que busca armonizar normativas y fortalecer acciones, llega como un reconocimiento tardío pero necesario a todas aquellas víctimas que, al intentar defender su tranquilidad, pagaron con sus vidas.

¿Cómo olvidar los casos de quienes se atrevieron a tocar la puerta de un vecino para pedirle que bajara el volumen de su música, sólo para enfrentarse a una respuesta violenta? Personas que simplemente buscaban proteger a sus familias de noches interminables de ruido que afectaban el descanso, la salud y la dignidad. Este editorial es, también, un homenaje póstumo a esas voces silenciadas, a quienes la intolerancia y la falta de una legislación adecuada les arrancaron la oportunidad de vivir en paz.

La Ley contra el Ruido no es solo una herramienta legal; es un llamado a la reflexión colectiva. Nos invita a entender que el respeto por el otro comienza por reconocer que nuestra libertad termina donde empieza la de los demás. En un país con tantas heridas, aprender a convivir en armonía debería ser una prioridad nacional. Esta ley nos da una oportunidad para empezar a sanar una de esas heridas, para demostrar que somos capaces de construir una sociedad más respetuosa y solidaria.

La normativa también envía un mensaje claro a las autoridades: ya no hay excusas para no actuar frente a una queja por ruido. Con responsabilidades definidas, multas más estrictas y un sistema de vigilancia claro, se les ha entregado las herramientas para intervenir, mediar y garantizar el derecho de todos a un entorno saludable. Pero más allá de las sanciones, lo que esta ley busca es sembrar conciencia. Que cada ciudadano entienda que el ruido no es inofensivo, que tiene consecuencias físicas y emocionales, y que sus efectos trascienden el momento en que se emite.

Es importante recordar que esta ley incluye medidas específicas para proteger a las personas más vulnerables, como aquellas en el espectro autista, para quienes el ruido no es solo molesto, sino una barrera insalvable para su bienestar. Este enfoque humanitario es un recordatorio de que las leyes deben estar al servicio de la vida en todas sus formas, promoviendo la inclusión y el respeto.

Colombia, que tantas veces ha sido un país de gritos y estruendos, empieza hoy a escribir una nueva historia: la de una nación que quiere aprender a bajar el volumen, a escuchar y a convivir. Que este sea el inicio de un cambio profundo, donde la ley sea más que un papel firmado, donde se convierta en la puerta hacia un futuro más respetuoso y menos ruidoso.

A quienes ya no están, a quienes dieron la vida por reclamar algo tan básico como el derecho a la tranquilidad, este es nuestro reconocimiento. Que esta ley sea su legado y un recordatorio de que, aunque tardíamente, sus voces fueron escuchadas.

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