sábado, septiembre 13, 2025
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Un periodo de resistencia y contención

Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.

El discurso de investidura de Donald J. Trump dejó claro un cambio de rumbo en las prioridades políticas y culturales de los Estados Unidos. Entre las agendas que seguramente enfrentarán una transformación profunda destaca la llamada agenda “Woke”, una narrativa que ha polarizado a la sociedad estadounidense y cuya relevancia trasciende las fronteras del país.

La agenda “Woke” es, según sus defensores, un movimiento orientado a promover la equidad social, racial y de género, así como la inclusión y la justicia en múltiples ámbitos. Desde esta perspectiva, es un esfuerzo por reparar históricas desigualdades y construir una sociedad más justa y respetuosa de las diferencias. Sin embargo, en su versión peyorativa, la etiqueta “Woke” ha sido empleada por sus críticos para señalar lo que consideran una corrección política extrema, una imposición ideológica y un dogmatismo que no admite disidencia, con efectos negativos sobre la libertad de expresión y los valores tradicionales.

La influencia de esta agenda ha sido palpable en la política exterior y en las contribuciones de Estados Unidos a organizaciones multilaterales. Como uno de los principales financiadores de iniciativas globales en derechos humanos, el país ha apoyado proyectos que promueven principios asociados a esta narrativa. Estas inversiones han permitido que la agenda “Woke” se expanda globalmente, respaldada por recursos y estructuras institucionales que potencian su impacto en diversas regiones.

Sin embargo, con el retorno de Trump, parece inevitable una contracción en este apoyo. El discurso del presidente muestra una clara intención de priorizar políticas internas de corte conservador y reducir el alcance de las agendas progresistas que, según él, socavan los valores estadounidenses tradicionales. En este escenario, la agenda “Woke” pasará de un periodo de expansión a uno de resistencia y contención, donde sus logros dependerán más de esfuerzos locales y comunitarios que de los recursos federales o internacionales.

Este nuevo contexto plantea un desafío existencial para el movimiento. Enfrentará no solo un panorama económico restringido, sino también un entorno cultural y político menos receptivo. Será un periodo donde mantener lo conquistado requerirá una reconfiguración estratégica, con menos apoyo financiero y probablemente menos legitimidad institucional.

Cabe preguntarse si la agenda “Woke” encontrará aliados en otros actores globales. Es poco probable que potencias como Rusia o China, cuyas posturas se distancian abiertamente de estos ideales, se interesen en promover o siquiera tolerar una narrativa que consideran incompatible con sus propios sistemas de valores. Por el contrario, la narrativa conservadora que emana de Estados Unidos podría incluso resonar en estos países, reforzando un bloque de resistencia a los ideales progresistas.

En este periodo de transición, el destino de la agenda “Woke” no está sellado, pero sí se enfrentará a una batalla cuesta arriba. Sus defensores tendrán que demostrar la capacidad de adaptar sus estrategias a un entorno más hostil, reconstruyendo su base de apoyo en una sociedad profundamente dividida. Lo que está claro es que los próximos años marcarán un giro importante en la lucha cultural y política dentro y fuera de Estados Unidos.

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