Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.
El asesinato de Marcelo Pecci, fiscal paraguayo comprometido con la lucha contra el crimen organizado, sacudió a toda América Latina. Hoy, el lamentable homicidio de un testigo clave en este caso vuelve a poner de relieve no solo la fragilidad de los sistemas de justicia, sino también la necesidad urgente de transparencia y rendición de cuentas. En un gesto que parece digno de aplauso, la Fiscalía, en cabeza de su nueva lideresa, se reunió con la viuda de Pecci para informarle sobre los avances en la investigación.
Sin embargo, esta acción no deja de generar preguntas y reflexiones. Celebramos —con una dosis de ironía— que la Fiscalía, una institución tantas veces señalada por su opacidad, esté adoptando lo que podría parecer un nuevo enfoque de apertura y rendición de cuentas. Pero, ¿es este un cambio genuino o se trata de un caso aislado, protagonizado por una víctima visible, cuya situación ha sido amplificada por la opinión pública?
Este nuevo sistema de comunicación con las víctimas es, en teoría, un avance que merece reconocimiento. No obstante, nos preguntamos si será implementado con igual diligencia para aquellas víctimas que, lejos del escrutinio mediático, enfrentan la angustia de la desinformación y la incertidumbre. Son miles las familias que claman por respuestas sobre crímenes que parecen haber quedado en el olvido, atrapadas en un sistema que les da la espalda.
Si este nuevo enfoque es real, la Fiscalía debe demostrarlo ampliando estos espacios de rendición de cuentas a todos, especialmente a los menos visibles. Es fundamental que las víctimas del anonimato —aquellas cuyos nombres no ocupan titulares ni despiertan la indignación colectiva— también reciban respuestas claras y oportunas. Porque la justicia, para ser justicia, no puede depender de cuán conocida o influyente sea la víctima.
Esperamos que este sea el inicio de un cambio estructural. Que la rendición de cuentas no se convierta en un espectáculo mediático ocasional, sino en una práctica institucionalizada que abrace a todas las víctimas por igual. Solo entonces podremos hablar, con menos ironía y más convicción, de una Fiscalía que realmente trabaja para la justicia y no solo para los reflectores.