Por: Alejandro Zúñiga Bolívar, El Liberal.
Me costó muchísimo trabajo escribir este editorial, tenía tanto en la cabeza que, realmente, no sabía por dónde comenzar. Y sí, quedé plop, como Condorito. Transité por el pesimismo apocalíptico, por el terco optimismo y hasta por el nadaísmo. En cada uno de los tránsitos que hice, la voz que se tomaba las palabras que iba imaginándome tenían tonos muy distintos. Y, al terminar de escribirla, no supe bien qué sentimiento la inspiraba. Ojalá ustedes me ayuden a identificarlo.
Sería muy fácil decir que la transmisión de ayer del Consejo de Ministros fue una vergüenza. Pero la verdad, nada aportaría porque eso fue evidente. Lo que quiero decirles es que lo que pasó anoche es grave, no solo por la forma, sino por el fondo. La gestión de gobierno quedó al mismo nivel de los protagonistas de novela, La Casa de los Famosos o cualquier otro reality en donde la intriga, los comentarios y las discusiones internas son la comidilla del entretenimiento.
No está mal que existan programas como esos para alimentar el morbo de quienes disfrutan viendo los conflictos, las peleas o las discusiones ajenas. Lo que está mal es que el Gobierno Nacional lo parezca. Y es que de estas secretísimas y misteriosas reuniones deberían salir estrategias, métodos y, sobre todo, soluciones que necesita el país. Sin embargo, lo que presenciamos anoche fue otra cosa: un espectáculo innecesario, cargado de tensiones y lealtades mal entendidas.
Hoy, ese reality llamado Consejo de Ministros no solo perderá el foco de su tarea misional, sino que, además, destruye la base de la legitimidad en el ejercicio de gobierno. Porque no se gobierna con escándalos, ni con espectáculos, ni con fidelidades ciegas. Se gobierna con rigor, con responsabilidad y con resultados. ¿Y por qué? ¿Por defender a Benedetti? ¿Por cumplir con un pacto de inmolación al unir la suerte del presidente con la de Benedetti?
Plop.
