martes, junio 17, 2025
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No es solo Sara: somos todos

Por: Alejandro Zúñiga Bolívar

¿Te has preguntado alguna vez cómo sería vivir con miedo de salir a la calle, de mirar a alguien a los ojos, de hablar como eres, vestirte como eres, amar como eres? ¿Te lo has preguntado de verdad? Porque eso es lo que vivió Sara Millerey. Y lo que viven, todos los días, muchas personas trans en Colombia. Personas que solo quieren ser eso: personas. Y no tener que pagar con su vida por serlo.

La tortura y el homicidio de Sara no son un hecho aislado, ni un crimen pasional, ni un caso más. Es un acto de odio. Uno que nace y crece en una sociedad que no ha querido, o no ha sabido, mirar de frente a su propia transfobia. En los chistes, en los comentarios que parecen inofensivos, en las miradas que juzgan, en las puertas que se cierran, en los cuerpos que se mutilan con la palabra y, tristemente, también con la violencia física.

A veces creemos que la violencia empieza cuando hay golpes o sangre. Pero empieza mucho antes. Empieza cuando decidimos que unos cuerpos valen más que otros. Que unas vidas son más “normales” que otras. Que unos amores merecen respeto y otros silencio, burla o castigo. Eso es lo que le pasó a Sara. Y eso es lo que seguimos permitiendo, cada vez que callamos, cada vez que no nos duele lo suficiente.

No, no deberíamos estar escribiendo esto hoy. No deberíamos estar llorando la muerte de una mujer trans que solo pedía ser ella misma. No deberíamos tener que repetir que nadie debería perder la vida por su identidad, por su cuerpo, por su forma de amar. Pero aquí estamos. Y duele. Duele profundamente.

Y sí, puede que no todos seamos transfóbicos. Pero todos estamos en una sociedad que lo es. Y eso nos pone en la obligación de hacer algo. De dejar de mirar para otro lado. De hablar, de abrazar, de proteger, de reconocer. De aprender a convivir con la diferencia sin convertirla en amenaza. Porque no se trata de “tolerar”, como si fuera una carga, sino de respetar y, ojalá, de celebrar lo que hace único a cada ser humano.

Sara ya no está. No podemos devolverle la vida. Pero sí podemos hacer algo con lo que nos dejó. Podemos alzar la voz. Podemos exigir justicia. Podemos acompañar a quienes sienten que este mundo no es un lugar seguro para ellos. Y sobre todo, podemos comprometernos a que no haya más Saras. A que ninguna persona más tenga que esconderse, callarse o morir por ser quien es.

No es solo por ella. Es por todos. Porque cada vida debería valer lo mismo. Porque el amor no debería dar miedo. Porque ser uno mismo nunca, nunca, debería costar la vida.

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